Fue hace mucho que en el calor
de un invierno, mis manos
usurpaban con permiso tu cuerpo.
Rozaban sin querer tu piel
cual manto sagrado,
mirando fijamente tu ojos
esperaba en silencio
aquellas palabras que nunca se dieron,
encerradas en un corazón
triste y amargado,
tapado por aquella crin larga
de fiera nunca domada;
me dominabas con la buena
fe de mi alma,
tensando mi mente
y mi corazón al punto
de aceptar la peor de las muertes.
Que años aquellos
de eternos miedos a quedarme
solo, en un mundo vacío
de tus labios,
vacío de tus manos
y de aquellos profundos
ojos térreos…