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Viajas hacia el sur. Solo. Más allá de San Martín de los Andes, en el camino de los siete lagos, se encuentra el lago Escondido. Llegas a él por una senda, que desemboca en una pradera, donde campea la gramilla y se adivinan pequeñas frutillas silvestres. Una casa de madera, gris, amplia, el humo que despide la chimenea la denuncia habitada. Dos perros juegan en la entrada. Hay vacas, caballos y ovejas pastando en los alrededores. Y patos, gansos y gallinas se pasean cerca del corral. Y un gato enorme que se cuela por una ventana, buscando el calor interior. El rumor del río Escondido, efluente del lago, se aleja por donde llegaste. Cien metros más allá, una cabaña de troncos más pequeña. Tu casa.

Llegas hasta ella y bajas tus bártulos: Valijas con ropa, provisiones, computadora, libros y más libros. Equipo para pescar, y una enorme variedad de música. En los dos ambientes te vas desparramando. Juntas unos troncos apoyados en la pared protegida de la casa, y al rato la chimenea alegra la sala de estar con fuerte luz anaranjada.

Te acercas hasta el lago. El cielo nublado platea con calmoso brillo su superficie. Piensas que más tarde podrías probar suerte y quizá poner alguna trucha en tu cena. El ruido de las pequeñas olas, acompasado, confía el agua cristalina a tus pies, entre los pequeños canto rodados. Un pájaro enorme levanta vuelo desde un árbol cercano con ruido sordo. Alguien se avecina caminando. Es el dueño de casa que llega para darte la bienvenida.

Más tarde, recostado en un cómodo y desvencijado sofá, tomas café oscuro bien caliente, que empaña los cristales de los anteojos al beberlo. Lees algo breve. Alguna serie de retazos, tropos o vitrales, y en el aire flamea alguna Suite de antiguos aires y danzas de Respighi. El calor de la chimenea juega en tu pierna, y te vuelves hacia las llamas buscando además la caricia en la cara, en el pecho. Te quedas dormido.

Un gato pequeño te despierta con sus maullidos lastimeros desde el piso. Te incorporas para alimentarlo; lo mismo haces con el fuego, que recupera chisporroteando su esplendor. Te preparas un brebaje mágico que llamas mate, y curioseas por la ventana de la cocina. El bote y las truchas aguardan allí afuera. Te vuelves con la bombilla en la boca. Chupas con energía observando el fuego, la mesa, los libros, la computadora. Saltas con la imaginación fuera de ti mismo, y te contemplas. ¡Tantos textos te están esperando...! Luego podrías conectarte, hablar con amigos muy selectos por el MSN, revisar lo hecho, y subir algo si te parece...

El vecino se acerca cargando el equipo de pesca. Recoges el tuyo y sales, con el termo y el mate en el bolso. “Hay tiempo para todo”, murmuras con deleite. Mientras el bote avanza sobre el espejo con suaves golpes de los remos, aspiras el aire con avidez, a narices llenas, cuando un gas incandescente vivorea centellas y cruza por tu electrizado magma, como ardientes Rigel y Betelgeuse, y abre de par en par tus ojos nuevamente al asombro:

Me celebro y me canto a mí mismo
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti.
Porque lo que yo tengo lo tienes tú,
Y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
[...]
Si no me encuentras en seguida,
No te desanimes;
Si no estoy en aquél sitio,
Búscame en otro.
Te espero...
En algún sitio estoy esperándote.
(*)

Pero otra urgencia no se tarda, rápida y contundente. Viene casi desde el borde del lago, donde la sombra de la colina boscosa se eleva y cubre el sol de la tarde, dando cobijo a un grupo de truchas que, alegres y voraces, corcovean en el aire una y otra vez, rompiendo el espejo que las atesora. Te vuelves, y tu compañero sonríe y asiente, virando el bote con un golpe de remo. Con ansiedad nueva, preparas los anzuelos para el primer lanzamiento.



(*) “Canto a mí mismo”. Walt Whitman, trad. de León Felipe. Ed. Losada Bs.As.

Texto agregado el 07-06-2004, y leído por 383 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
09-06-2004 Precioso, muy lindo el Sur... La_Pachamama
08-06-2004 Aquí es verano y sin embargo sentí el aire helado y disfruté del calor del fuego.Descriptivo e impresionista. Si llego a pasar por allí reconoceré tu casa. Maestría de la sencillez. Como lo que se siente cuando un buen solista toca un instrumento. Parece tan fácil y sin embargo hay tanto estudio y tanto esfuerzo detrás de esa "simple" ejecución. Gracias por brindarte. entero. NINIVE
07-06-2004 Un bella descripción que arrastra al lector hasta el final del relato y ese canto, es más que especial. Un beso. meci
07-06-2004 Un precioso instante, que de seguro la vida te ha regalado. Felicitaciones por el texto y el instante. Y por Withman "El canto a mí mismo" es sublime! maravillas
 
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