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Solo quería fastidiarse un poco esta mañana, el viejo cocinero hecho a reír los malditos palillos de fósforos, cayeron muy temprano quedando esparcidos, por el mugriento suelo
de viejas baldosas quebradas rojas y sin brillo.

No pretendía agacharse, la cintura crujía ya, al igual que los tallarines, al ser vaciados a la hirviente y sazonada agua, dejaría ahí los palillos y las ganas, su gordo cuerpo no lo dejaba mejor iría a orinar, pues mas tiempo le tomaba.

Después del rito urinario, escarbara su nariz, comenzando a rebanar un rojizo pimentón tan morrón como su nariz, es habitual este ceremonial culinario, son tantos años cocinando juntara las especias, aliños, aceites y cuanto aderezo requiera para preparar, esos exquisitos platos tan apetecidos y premiados por sus pares, además de postres tan coloridos y sabrosos de exquisita textura y sabor.

La mugrosa cocina contrasta, con el elegante y decorado comedor, donde los distinguidos y aristocráticos comensales, asisten muy seguido. Es el mejor restaurante de la ciudad, todos almidonados burgueses hablan de este lugar, de su buena mesa y exquisito sabor. Hay tantas fotografías, que así dan prueba de aquello, grandes personajes han visitado este restaurante, quedando enmarcados en la antesala del exclusivo recinto.

Aquellos brillosos retratos reflejan las luces, del gran salón, destacando así la elegancia del lugar, además de su elegido personal. Contigua a la antesala, esta la cocina, y dentro de ella otra habitación, donde el gordo chef, prepara misteriosamente, otra especialidad de la casa, es huraño y tosco, cocina solo, usa un paño asqueroso, con el seca las ollas y limpia su propio sudor al mismo tiempo, que se eructa sobre los platos y se peda constantemente.

Con el mugroso paño, sobre el hombro, pisa los palillos de fósforos, se resigna a coger uno, con mucha dificultad y lo clava en el caviar, sacando una muestra, lo saborea un rato, mezclando su saliva y lo escupe al platillo, revolviendo con la cuchara de brillante onix.

Los apetitosos platillos, son expuestos en la mesa cubierta de un fino mantel blanco y muy limpio, pareciendo una galería de coloridos cuadros, entre salsas, verduras y legumbres, en silencio admiran a este genial maestro. Las reservaciones, están completas, vendrán como es habitual ilustres visitas, ellos la crema y nata, de esta sociedad falsa y vanidosa.

Vendrán a probar los platos y jugaran a inventar, sus propios platillos en casa, tan vacías como sus almas arrogantes. Las flores, el vino, el siempre y fiel acompañante pan, las pequeñas bolas de mantequilla, de dudosa procedencia, las aceitunas y aceites con refinado gusto, la blanca servilleta de papel reciclado, los brillantes cubiertos de onix y plata, están esperando el momento, como también, los lustrosos muebles, mesas y sillas.


El murmullo se mezcla con la música ambiental, la melodía perfecta, entre piano y sorbetones a las cucharas, los tenedores golpeando los platos con acompasados eructos simulados, protegiéndose con la servilleta tan perfumada y roja de suave paño.

Pero los palillos de fósforos, siguen ahí diseminados por el suelo, como los otros que han caído antes, son mudos espectadores, de tanta asquerosidad, mas abajo en el subsuelo, están los otros, comensales ratones, lauchas, cucarachas y el mórbido gato, como su dueño, esperaran su turno para la cena.

Ahí esta el chef, preparando otra receta, con la misma pasión de siempre, ha pasado tanto tiempo, como el recetario tirado entre las ollas, lleno de grasa y polvo pegado a sus tapas, se pregunta que día es y así mismo se contesta en silencio para si. Los ayudantes le miran con respeto y admiran sus obras culinarias, dejan en su habitación el periódico, para que lo ojee sentado en el baño, como es su costumbre, el mórbido gato le observa, mientras lee el diario, de reojo le mira fijo, mientras descarga ese hinchado intestino, descolgando de sus entrañas sus desechos fecales.

El gato huye despavorido, el cocinero ríe, sin saber si huye por el hedor o el estruendoso ruido, provocado por sus contenidos gases, la descarga de agua es insuficiente, debe ejecutar la acción de limpiarse el trasero doblemente, con esfuerzo y lentitud. Luego de aquello lavara, sus manos con los restos de jabón, sin olor a nada.

Coge el periódico, lo dobla y lo lleva bajo el brazo, baja la escala lentamente, no percatándose, que al borde del peldaño, hay varios palillos de fósforos, peligrosamente envueltos en pelos y saliva del obeso gato, no supo que ocurrió, ni lo sabrá jamás, rodó escaleras abajo, tan rápido, que su gordo cuerpo, no fue capaz de resistir tal caída, golpeándose la cabeza una y otra vez, los espasmos de la muerte, asustaron mas al mórbido gato, huyendo del lugar lanzando un maullido bestial, abriendo las mandíbulas regurgitando mas pelos salivosos con trozos de palillos de fósforos, se escabulle, mirando de lejos, el inerte cuerpo del malogrado cocinero.

El felino mueve su gorda y peluda cola, todos sus ayudantes consternados observan la macabra escena. Mientras en el lujoso comedor los comensales, disfrutan sin saber, el último plato de este genial chef.





Texto agregado el 27-09-2009, y leído por 161 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-09-2009 ups,que cocinerito tan especial!!!!,la descripcion muy buena Betoy el final da un poquito de escalofrios ********* shosha
28-09-2009 Este escrito es muy especial, extraño me pareció, un tanto escalofriantes en su parte final, es muy visual. online
 
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