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Un Bastonazo Con Premio
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El alma sevillana del Marqués de Sobremonte con su toque francés del período borbónico, está viva en su casa. Nadie la ha quitado de allí y todos vamos con alegría a buscarla. Forma parte de nuestro entorno y de nuestras nostalgias. No se parece a la sobria, imponente y pétrea estructura Jesuítica enriquecida con el aporte nativo, pero termina de definirla y le da la coquetería necesaria para completar un cuadro de época, en ese ambiente peculiar que él recreó. Con su vigor y su pujanza. Con esa disposición para el protocolo, las fiestas y los convites, tanto como para el trabajo y las tareas que hizo que sus ciudadanos se sintiesen “sobremontistas” o sea, gente de empresa y proyectos nuevos.

El encontró una provincia destruida y dejó una provincia floreciente. Encontró una ciudadanía en decadencia y dejó una ciudadanía en crecimiento. Encontró hombres y mujeres desesperanzados y dejó atrás suyo, habitantes llenos de fe. Rescató la confianza haciéndola resurgir desde adentro de sí misma. Devolvió la esperanza perdida después del gran desastre generado por la “Expulsión Jesuítica” y la ciudad de Córdoba, para la que trabajó a denuedo, supo reconocérselo. Pues él le dijo a esta provincia mediterránea y arrasada :

——¡Levántate y anda!
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Junto al pórtico de entrada de su casa, enmarcado en ribete obscuro, se halla un cuadro de honor desde el cual nos saludan en bienvenida, los retratos en daguerrotipo, de antiguos ciudadanos del Siglo XIX. Entre ellos destácase un caballero que ocupa con derecho propio su lugar en este significativo ambiente : Don Rudesindo Paz… personaje especial que señala a toda una época y a un tiempo definido. Cual es la segunda mitad del siglo XIX. o sea la Belle Èpoque.

A la entrada de una casa alegre, mundana y conciliatoria (hoy museo “Casa de Sobremonte”) adonde los cordobeses de fines del siglo XVIII acudían para reencontrarse de nuevo entre sí, y que recuerda a un Marqués de gran vida social, comunicación y salones, con espíritu de empresa y labor. Con fe en el progreso y en sus conciudadanos, un gobernador alegre y creador pero a la vez testarudo y enérgico ... Cae como anillo al dedo la presencia de otro hombre alegre, social y progresista, maestro de vida como aquél pero también testarudo y por momentos... violento.

Don Rudesindo fue un hombre del destino y por ende, o por nacimiento, habría de tocarle representar un papel de responsabilidad entre sus conciudadanos, para el cual tenía condiciones naturales de genio conductor. Y aunque no tuvo, ni alentó, ni se propuso representar oficialmente a Córdoba con cargos políticos, a pesar de ello la ciudadanía lo eligió como su referente. Fueron ellos dos hombres distintos, pero ambos comparten algo en común que es válido preambular. En los dos destácase al unísono : el Rescate Humano. Tanto el uno como el otro llegan cuando esta sociedad mediterránea y aislada atravesaba por conos trágicos de sombra. ¡Y lograron hacerla renacer!
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Rudesindo fue un gran figurón de su tiempo, bastón en mano y sombrero alto, muy erguido. Elegantísimo. Era el niño mimado de su ciudad. Poco debió esforzarse en la vida para vivir o sobrevivir, con todas las situaciones vitales resueltas desde el nacimiento, este hijo del General José María Paz y futuro padre de Carlos Paz. La vida se le ofrendó con magnificencia y él la lució con talento y esplendor, con buen gusto, y “savoir faire”. Además de ello tuvo un rico anecdotario personal, alegrando a su ciudad que estaba sumergida en tragedia (por una larga guerra civil) una salida del dolor mediante la vida social y societaria. Tal vez porque él era también, a pesar de sus riquezas, hijo del dolor.
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Esta provincia emergía lentamente y casi cabizbaja, de una cruel guerra fraticida. Sus familias con troncos comunes coloniales habíanse asesinado, perseguido y depredado desaprensivamente ¡exhibiendo gran felonía! Ensangrentada en 1829 por su padre el general, por los enemigos de su padre, por dos partidos políticos enfrentados e irreconciliables a ultranza., que no habían tenido compasión uno por el otro. Todos proscriptos hacia finales del siglo XIX, expulsados, exilados de la ciudad... Incluido el propio General Paz (padre de Rudesindo) y vencedor de esa fraticida batalla de La Tablada, a quien se le negó el derecho de retorno a su suelo natal, cuando quiso volver como delegado. Sólo volvería a esta Córdoba que no lo perdonaba, recubierto por su féretro.

Don Rudesindo Paz no llegó a conocer a su padre del que heredó una gran fortuna, pues vivía en Córdoba (la ciudad prohibida para el gran General) mientras su progenitor andaba por otros rumbos guerreros. Había heridas abiertas que tardarían dos generaciones en cerrar. Ciudad dolorida y lacerada. Comunidad desunida … Sin embargo el hijo del general dio vueltas todas las cartas del mazo ofreciéndole a sus conciudadanos como esperanza para lograr la reunificación, la unión de toda esa ciudadanía en una sola danza, allí donde poco antes, unos desconfiaban de los otros.

Su acto primordial para ello, para acabar con todas estas guerras, sangrías, atropellos, odios, enemistades, tormentos ... lograda con inteligencia en el momento justo (como gran hacedor él siempre fuera) y que marcó una época, fue la fundación del “Club El Panal”. El Panal donde se reúnen las abejas de una misma colmena. O sea una nueva conciencia ... una comunidad reunificada.
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Don Rudesindo Paz era hombre de gracia y talento, de comercio y sociedad, de modales elegantes y conversación atildada. Instruido e ilustrado, pero no erudito. Amante de los vestuarios, de los salones, de los lujos. Muy rico. Hombre esencialmente frívolo que saboreaba con placer los grandes convites y ofrecía grandes banquetes. Nacido y criado en esa época dolorosa cuando Córdoba no alcanzaba a salir aún de sus duelos y venganzas. Hijo de un siglo doloroso que debía encaminarse hacia el futuro con paciencia. Fue entonces cuando Rudesindo supo revertirlo todo ofertando a sus conciudadanos la posibilidad de la sonrisa.
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Muchas veces se habla de aquello que una ciudadanía debe a sus fundadores y a sus hombres de gesta. A sus vencedores en las guerras. Pero pocas veces se habla de aquellos salvadores de la paz, del gusto a vivir, de los que enseñan a retomar el camino de la alegría. De los que educan para convivir. Eso fue Don Rudesindo Paz, el que dijo a su ciudad :

——¡Levántate y anda!

Su anecdotario es numeroso pues siempre había algo que comentar de él o de su entorno. Cualquier conversación en una familia tipo lo tenía de personaje central. Alguien lo había visto, lo había oído o lo había saludado. Una de ellas tuvo gran resonancia :

En la penumbra nocturna de una noche de mala suerte, cuando Don Rudesindo emergió a la calle envuelta aún en los vapores del sereno nocturnal, apareciendo en las puertas de su club “El Panal” (luego de ser derrotado en la mesa de juego malhumorado y quejoso) vio a un negrillo típico de nuestros amaneceres y calles cordobesas, quien le extendía un billete con la Lotería de Navidad. Pero esa noche Rudesindo Paz no estaba de humor, estaba sencillamente de muy mal humor. Con su célebre bastón de mango nácar y plata, se sacó de encima al inoportuno negrito. La noche era densa como su ira y los bastonazos daban rienda suelta a sus disgustos sucesivos, en la salida del Club El Panal.

——¡Está bien que no quiera comprarlo, pero no tiene por qué pegarme!— le gritó el chicuelo

Sobrevino un silencio repentino y los bastonazos dejaron de caer sobre su indefensa víctima. Como despertando de una pesadilla y volviendo en sí, observándose de pronto a sí mismo, su elegancia, su poder, su lugar selecto en la sociedad… Y comprendiendo de pronto quién era él y quién era su ocasional víctima (sobre la cual había descargado su fracaso de jugador) le dijo :

——Tienes razón muchacho ... A ver... ¡Dame ese billete!— y se lo compró

Llegó la Navidad. Todas las casas lucieron sus “pesebres” de porcelana. Las iglesias decoráronse como siempre, para la gran Misa del Gallo... Y la Lotería Nacional publicó el número premiado de aquel año. Don Rudesindo Paz ya se había olvidado del incidente, de su compra, del negrillo, de su violencia inusitada aquella medianoche y de su disculpa. Pero el número le resultó familiar. Buen comerciante, buen hacendado, buen financista, ¡buen timbero! los números eran su predilección, especialmente cuando se trataba de “patacones” (moneda argentina de aquel tiempo). El era muy ordenado y organizado, fue hasta su escritorio, buscó entre sus papeles ...y lo halló. Era cierto. No se engañaba. Estaba confirmado...

¡Había ganado el Primer Premio de Navidad!

Su fortuna que ya era importante se acrecentó muchísimo. Sus propiedades darían algún día origen a una destacada ciudad turística y comercial de la sierra cordobesa, que llevaría el nombre de su hijo : “CARLOS PAZ.”
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Hombre de suerte, su vida fue romántica desde el nacimiento. El Siglo XIX rindió culto al romanticismo y en medio de su adustez moral, peculiar y decantada, permitióse “travesuras” amorosas que hicieron célebres a Chopin, Mallarmé, Liszt, Gauguin, Wagner, Baudelaire ...Rudesindo era producto de una de ellas, pasajera y fugaz, incluso como todas ellas, y sin duda apasionada en medio del fragor de la batalla. Cuando los cañones de su padre el General Paz arreciaban frente a una ciudad universitaria poblada sólo de civiles. Cuando los gauchos riojanos traídos por Facundo defendíanse a lanzazos y boleadoras, a las puertas de una ciudad erudita sitiada por tropas de artillería. Cuando en los barrancones agrestes de La Tablada la greda roja enrojecíase de sangre y dolor … Este niño que traería bajo sus brazos un “pan de paz” abría sus ojos en una Córdoba ensangrentada.

Fue criado por las hermanas del general en su suelo natal. Todos los bienes cordobeses de su padre (que fueron cuantiosos después de ganar la batalla de La Tablada) pasaron a sus manos. Rico desde el primer vagido al salir del vientre de su madre, sobreprotegido y amado, cuidado por una familia de lustre… Era hijo del amor. Un hijo natural.

La ciudadanía cordobesa no sabía decir con certeza, quién fuera su madre. La vox populi reveladora de secretos, sostenía que era una niña muy joven, de menor alcurnia que el padre, que cebaba mate al general en su tienda de campaña. Y mate tras mate entre cañones y gritos de guerra, fue concebido Rudesindo.. Después de vencer a su propia ciudad el general depositó a la jovencita preñada en casa de su familia, donde alumbró al pequeño. El general quedó cuatro años gobernando como vencedor, esta ciudad donde había nacido y que lo detestaba, para partir luego y ya no regresar. Ni el padre ni la madre del niño volvieron a verlo, sus tías y abuelos diéronle la educación necesaria para ser un buen estanciero y hombre de sociedad.. Era una historia dura, pero a Rudesindo todo ello lo tenía sin cuidado, como a los demás bastardos importantes de la historia : Don Juan de Austria, el más célebre.

La orgullosa ciudad le pertenecía, giraba en torno suyo como las abejas giran alrededor de su reina en una colmena, cargando los panales de miel. Llevaba un apellido ilustre, hijo del vencedor de esa dolorosa batalla de La Tablada, enlutante. Pero a la que él mismo, Rudesindo, era el primero en tratar de olvidar. Buscaba por todos los medios de presentarse como una figura diferente a los desencuentros pasados. Tenía su palabra gran peso político, era una carta de recomendación, un aval, una garantía, una suerte de presentación, un cheque en blanco para cualquiera. Su apoyo (en esta ciudadanía que habíalo elegido como su referente) poseía siempre un significado de ley.

Un día le solicitaron que se hiciera cargo de la gobernación de Córdoba, la cual era ya evidente, presentaba variados problemas desde hacía tiempo. El grupo nutrido de representantes de las fuerzas vivas, había llegado hasta su casa con especial ceremonia. Los caballeros que lo componían iban perfectamente atildados, con sombreros elegantes para ganar su simpatía. Don Rudesindo los miró con su sonrisa silenciosa, algo habitual en él, y luego de algunos espacios vacíos de tiempo, contestóles :

——Señores ... Yo manejo a los cordobeses ... Que otro maneje a Córdoba.
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Las fiestas galantes lo tenían de figura central, siendo necesaria su presencia en la apertura de un baile. El ornato y los acordes del vals, que invadieron en aquellos tiempos de Belle Èpoque todas las salas, necesitaban contar con su asistencia. Strauss posesionado del mundo social en el Siglo XIX, convirtió la rivalidad natural de los caballeros, en disputas de ballet. Y algunos de ellos descollaron con éxito, especialmente quienes necesitaban concentrar la atención pública.

——Nadie bailaba el vals, mejor que el “Rude” Paz. El era el mejor bailarín y todas las niñas querían acompañarlo en la danza durante los grandes bailes— comentaban las damas de entonces, cautivadas con su porte de hombre de mundo.

Con cada giro del vals el “Rude” Paz hacía olvidar las guerras de su padre, las de los enemigos de su padre, la ciudad antaño ensangrentada, destruida, desunida ... ¡Y que ahora con él, valseaba!. Producía el enamoramiento romántico y cándido de las niñas preadolescentes, que hallábanse a un paso de abrirse como flores, las cuales tras los cortinados que rodeaban la sala de baile de sus casas paternas, vigiladas por sus negras niñeras, lo atisbaban emocionadas y curiosas. Y era casi un ritual que al llegar a la edad de ser presentadas en sociedad, en un baile de gala, él las invitase a danzar el primer vals.

Fue la suya una vida alegre y romántica como su nacimiento. El fue el solaz de un guerrero y más tarde el solaz de sus conciudadanos. Su vida estuvo marcada por una alegría permanente, haciendo suya la frase oriental que nos dice: “Ríe hoy que mañana serás ceniza “
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La ciudad de Carlos Paz que lleva el nombre de su hijo (la cual fuera en su origen su residencia de campo) pareciera retratarlo de cuerpo entero, como si Don Rudesindo en persona la hubiese ideado para sí. Pues esta posesión campestre fue el centro verdadero de sus grandes “saraos”. Sus convidados eran enviados a buscar por él (de improviso, pues la soledad del campo lo aterraba) en varios coches con cocheros a sus domicilios de la ciudad, mientras otros invitados llegaban desde distintas provincias. Y así, lentamente, este lejano y pintoresco rincón serrano junto al Río San Antonio, a medida que los años pasaron, fue convirtiéndose en un polo de atracción y alegría, provocando el interés de muchas familias por edificar en él.

Gran anfitrión, Don Rudesindo Paz originó allí un pedazo de historia futura abriendo un devenir, sin el significado heroico de las gestas de su padre, pero sin embargo con marcada importancia para el desarrollo de esta provincia. Con un eficiente programa de restauración, en el escenario demolido dejado por una guerra civil fraticida. Creando esperanza. Apostando al futuro.

Quizás Rudesindo perviva entre las bellas marquesinas que refulgen en esos teatros decorados y modernos de Carlos Paz, durante los veraneos serranos. Con las calles iluminadas a multicolor, entre la multitud alegre y turística que recorre los predios donde él organizaba antes grandes convites. Ya no tiene que enviar sus coches y sus cocheros para llenar sus lares de invitados, pues llegan solos desde diversos rincones de Argentina. El tiempo ha cumplido sus deseos y todo Carlos Paz es una fiesta veraniega al sol, a la noche, en los teatros. En el Casino con sus mesas de juego. En los restaurantes con sus mesas de manjares. Del mismo modo que él supo en su tiempo, organizar sus saraos elegantes, alegres, diversos y múltiples.

Quizás el Rude Paz esté hoy gozando con todos estos visitantes y aún camina entre ellos, sin que lo reconozcan. Satisfecho. Eufórico. Entre las marquesinas que refulgen. Feliz de ese climax especial, brillante, gozoso, tal como él deseó que fuese y que siga siendo la vida de su ciudad, de su casa, de sus conciudadanos.

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Alejandra Correas Vázquez
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Texto agregado el 11-09-2009, y leído por 118 visitantes. (0 votos)


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