Érase una vez un pero, tan anónimo como otro cualquiera. Había huido de su casa porque siempre era el rechazado, el marginado. Hoy se hallaba atropellado en el arcén de una solitaria carretera.

-¿Por qué? ¿Por qué me han malherido a mí? ¿Qué estaban mirando en este lugar vacío para no poder esquivarme? – Pensaba el animal.

Una hora más tarde, una señora encontraba, inconsciente por la notable pérdida de sangre, al perro en la cuneta. Cuando se acercó comprobó que él mismo se había arrancado los ojos. Se dice que lo hizo con intención de regalárselos a sus asesinos, para que no volvieran a no ver y atropellar a otro animal.

La señora lo recoge y se lo lleva. El perro, gracias a su buena fe, pudo salvarse aunque jamás volverá a recuperar la vista. Vivirá feliz con su dueño lazarillo que sólo le hará ver lo bueno de este mundo.





*Javier Santalices*