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Qué hizo Andre después del corte de luz en Belgrano.
Continuación y final del cuento "Un amigo con derecho a roce”

...Cuando la tomé de las manos para darle un beso, se cortó la luz y todo Belgrano quedó a oscuras.
Todo permaneció a oscuras, al rato el bar quedó vació. Los olores se hicieron rancios y se mezclaban con el vaho de las velas. Mientras esperaba la adición me distraje recordando las palabras de Cecilia, “amigo con derecho a roce”, “situación económica resuelta”, “no estoy para mantener a nadie”.
Por suerte llegó el mozo, pagué la cuenta sin olvidar la propina. Pensé que en definitiva yo era una persona digna de ser amada sin tantas consideraciones previas, pero no era el caso desperdiciar la oportunidad que la situación prometía, si bien un raro desorden se apropiaba de mis emociones.
La ayudé con el abrigo y tomados de la mano, salimos del bar, la oscuridad era total, el viento hacía temblar las hojas de los árboles y se deslizaba por las calles. El frío traspasaba mi abrigo y se adentraba en mi corazón. La desolación de las calles desiertas, en las que solo el paso del tren de tanto en tanto perturbaba la mesura de mis pensamientos.
Marchábamos sin hablar, hamacando los brazos como dos adolescentes, hasta que nos llamó la atención una mujer de aspecto indolente sentada sobre el cordón de la vereda. Lloraba con un llanto desgarrado que solo interrumpía para comenzar a reír con el mismo énfasis. Poseída por los demonios que la rodeaban, tiraba de su pollera bruscamente, buscando entre sus piernas el desahogo solitario y único a goces que de otra forma no llegaban.
Las formas circundantes desaparecieron, como si nada existiera. Sujeté con mas fuerza las manos de Cecilia, noté que dentro mío surgía un brote de ternura.
Ella se inclinó sobre mi rostro apoyando los labios entreabiertos sobre mis mejillas, lo repitió un par de veces, anhelante, temblorosa, palpitante.
¿No me vas a besar?, ¿o tal vez aguardes a que yo te lo pida? -me pregunto Cecilia.
-¿Debo rogarte para que me hagas el amor? suplicó.
-No, –respondí-, nada de eso, por el momento somos amigos.
Fijé mis ojos en los suyos y nos reímos largamente.
-Cecilia, -dije-, parecés adivina, era eso lo que esperaba de vos.
-¿Así que eso es lo que deseas? –exclamé con cierta excitación-, entonces ¿qué espero para besarte?
Apoyé mis manos sobre su cara y le acaricié con lentitud las mejillas, el cuello, la frente, después comencé a pasar mis dedos lentamente por sus labios y advertí que se apretaba fuertemente contra mi cuerpo, estaba realmente estimulada, comenzó a besar mis manos y a decir palabras incoherentes.
Cuando introduje mis dedos dentro de su boca continuando la caricia, volcó la cabeza a la zaga, ofreciéndome la suavidad de su cuello. Hinqué suavemente mis labios sobre su piel y comencé a mimarla, con besos y ternuras, hasta llegar a su boca que me albergó complaciente y nos besamos como dos adolescentes enamorados.
Cecilia era una mujer ardiente y esa noche me agasajó con todo su arte y vocación.
Vivía en un precioso duplex en Belgrano “R”, cercano al lugar donde nos encontrábamos, así que nos fuimos caminando hasta su casa.
Brindamos con champagne “Barón B”, mi preferido, luego ella fué a ponerse cómoda al vestidor y yo hice lo mismo en su cuarto de baño. Un ventanal daba a un balcón aterrazado, adornado de hermosas plantas más una pequeña cascada. Era realmente encantador, como todo aquello que parecía rodear la vida de Cecilia.
La esperé recostado en la cama, reconozco que estaba activado y que Cecilia despertaba en mi, reacciones hace tiempo olvidadas. Cerré los ojos y me dejé llevar por recuerdos y ensoñaciones, hasta que sentí su mano tibia acariciando mi frente.
-¿Molesto? –preguntó.
Sobresaltado abrí los ojos y me encontré con una de las mujeres más bellas que conocí a lo largo de mi vida.
–Al contrario, me haces bien, -respondí.
-Cecilia, sos hermosa –dije con la voz entrecortada.
Ella me sujetaba del cuello, mientras yo la tenía sujeta de la cintura y la acariciaba, bajando lentamente mis manos por sus piernas mientras que mis labios y mi lengua se endulzaban en el hueco de su ombligo.
Fué para ambos una noche difícil de olvidar, no quedó nada por hacer ni capricho sin cumplir, Cecilia era una mujer sensible y singularmente bella, por la mañana me despertó con un café, charlamos un rato en la cocina, me contó que era empresaria y que se había separado de su esposo hacia varios años.
Me juró que había pasado una de las noches más intensas de su vida, sentí que no fué un cumplido, y me rogó que tratara de olvidar aquello que me dijo al conocernos.
Pedí un taxi, prometimos volver a vernos, y después de un beso prolongado con sabor a despedida, le solicité que no me acompañe, bajé solo a esperar el auto en la puerta de calle.
En el palié de entrada se encontraba el portero, al que por supuesto saludé.
Me preguntó de que piso bajaba, le respondí que del piso de la señora Cecilia, “mi sobrina”.
-Si, claro, discúlpeme por la pregunta, -un auto lo está esperando en la calle.
Al rato estaba en mi departamento, tomando mate en la cocina, luego me recosté en mi sillón preferido observando la salida del sol y el lento desplazamiento de las nubes.
Alrededor del mediodía, salí para almorzar en un restaurante vecino, luego volví caminando despacito, hacía un hermoso día soleado que muchas parejas jóvenes aprovecharon para un paseo.
No recuerdo haberle pedido el número de teléfono a Cecilia, ni tampoco presté atención al nombre de la calle.
Realmente soy muy despistado.
Andre- Laplume.

Texto agregado el 03-09-2009, y leído por 92 visitantes. (0 votos)


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