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En el subte
Estación Carlos Pellegrini de la línea B de subterráneos. Una mujer joven, de baja estatura, espera el tren que la llevará hasta la estación Tronador. El único detalle interesante para el punga* que se detuvo cerca de ella es su bolso de llamativo color carmesí desproporcionadamente grande para la pequeña figura de la chica pero muy accesible para el robo cuando subieran al vagón repleto de personas que volvían a sus hogares después de la jornada laboral.
Llega el tren. La gente se agolpa esperando que se abran las puertas. El punga se ubica detrás de la pequeña joven. Todos los sentidos puestos en el bolso de color carmesí. Se abren las puertas. Unos pocos descienden y atropellan a la mayoría que sube apurada por ocupar los pocos lugares libres para sentarse. La pequeña joven, que no tiene esa suerte, se toma de una de las argollas que penden del techo del vagón estirando todo su cuerpo para ello dada su baja estatura. El punga se acerca lentamente, la postura de la mujer le es favorable a sus fines. El tren cierra sus puertas. Próxima estación: Uruguay.


Entre la chica y el hay dos personas. El tren se vuelve a detener. Otro mar de gente sube al vagón haciendo presión contra los que ya están dentro para ubicarse. El punga aprovecha estos movimientos para posicionarse más cerca de ella. Próxima: Callao.



El punga se toma un tiempito para observar la figura de la joven que le resulta apetecible. Un breve recreo dentro de su trabajo. Hace una panorámica vertical con sus ojos ocultos por las gafas oscuras recorriéndola desde las sandalias hasta los oídos atormentados por el MP 3. Una pequeña figura bien formada, bastante pulposa y de piel muy blanca y humedecida por la transpiración que provoca el calor del verano con su crueldad. Enfundada en un vestido ligero de color negro viaja totalmente ignorante de las intenciones del punga que vuelve a poner todos los sentidos en el bolso color carmesí. El tren se detiene en Pasteur. Unos pocos suben y otros pocos descienden. Comienza la cuenta regresiva. Es hora de actuar. Se ubica detrás de la chica y cubre el bolso con la campera que lleva en el antebrazo. Como es habitual en estos casos, aumentan las pulsaciones. La mano se desliza lentamente hacia el interior del bolso que se ofrece abierto al saqueo. Del MP3 se escapan algunos compases de música electrónica. Recorre con la mirada al resto de los pasajeros; para quedarse tranquilo. Están todos ensimismados, tiene vía libre. La mano entra en el bolso...
El primer registro para el tacto fueron los pelos duros como los de un cepillo para el cabello. Después el pinchazo en el dedo índice. Un dolor leve similar al de la aguja de una jeringa cuando se introduce en la carne. Después el efecto de la anestesia. Rápidamente sacó la mano dormida. La situación no le dio tiempo a averiguar que era lo que se movía en el interior del bolso carmesí que ahora parecía latir como un corazón. El efecto subió por el brazo que junto con la mano ya no obedecían las órdenes de su cerebro. Estación Carlos Gardel. Desesperado descendió del vagón. Miró desde el andén a la joven mientras el tren retomaba la marcha. Tuvo la sensación que ignoraba lo que había ocurrido. Cuando el tren se perdió por el túnel oscuro el efecto del veneno comenzó a recorrer el resto de su cuerpo. Su mente ordenaba pero sus miembros no obedecían. Intentó avanzar hasta la escalera mecánica pero sus piernas no se lo permitieron. En la mitad del trayecto el efecto se propagó rápidamente a través de la sangre hasta que llegó a su última estación: El corazón. Hubiera sido más apropiado bajar en Federico Lacroze.

Estación Tronador. Fin del recorrido para ella. La escalera mecánica le devuelve la luz natural. Al notar que estaba inquieto introdujo su mano en el interior del bolso. Lo acarició para calmarlo. Caminó cuatro cuadras hasta el edificio. Una vez en el departamento apoyó el bolso sobre la mesa del living y lo sacó. Estaba muy hinchado y cayó en la cuenta: Había mordido a alguien en el subte. Cada vez que se alimentaba con sangre se ponía así. Seguro se trataba de un carterista o de alguien que introdujo la mano en el bolso. Prometió tener mas cuidado la próxima vez. El no le quitaba la vista de encima. Ella lo tomó entre sus manos y lo dejó en el sillón. Encendió el televisor y fue hasta la cocina. Cuando volvió ya había bajado la hinchazón. Se sentó a su lado a mirar el noticiero mientras cenaba una ensalada de brotes de soja y zanahorias. Por la ventana entraban los últimos coletazos del día. El se pegó al cuerpo de ella. Ambos disfrutaban mucho ese momento del día cuando todo llega a su fin...


*Punga: Carterista.

Texto agregado el 03-09-2009, y leído por 130 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-09-2009 Que relato mas aterrador ¡Bien! ¡Bien! gen-gen
 
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