E: ¿Cómo llega a escribir?
P: Supongo que fue el afán de mi madre. No es que fuéramos muy pobres, pero no había que leer, sólo los diarios y revistas que mi madre pegaba en la pared para que no entrara el viento. No sé si recuerdo, o me contaron que había hojas de revistas donde se mezclaban recetas, moldes para costura, o algún texto dedicado a las mujeres de esa época, y por tanto entendible para lo niños.
E: ¿Y ya escribías?
P: No, apenas leía. Pero cuando se es niño y te dicen: ¿dónde dice “extraño”? y tienes tres paredes cubiertas de letras donde juegas a leer, tú sabes dónde está extraño. Sabes donde dice cuchara y cucharada. Mi mamá diría que es cuestión de inviernos y que las paredes enseñan. Ahí descubría la palabra y ganaba. ¿Qué ganaba? No sé, tal vez, esta entrevista.
E: Una constante en su poesía son las mujeres. ¿Su madre es una de ellas?
P: Sí.
E: ¿Quisiera ahondar en ese tema?
P: No. La verdad, cuando me di cuenta que mi madre era obesa, renuncié a ella como mujer, la relegué a su labor de madre. Y hasta ahora me ilumina como musa.
E: ¿Debemos entender que aún persisten fantasías de Edipo en lo literario?
P: Sinceramente y frente a su pregunta, debo decir que no.
E: De acuerdo a nuestras fuentes, usted se ha rodeado de mujeres de pechos prominentes, muy similares a su madre.
P: La verdad, me sorprende, le pido me deje recordar: mmm, Ya, Si, Ok… jajajajaja. ¿Qué será de…? ¿Por qué nunca escribí de eso?
¿Usted leyó mi “Oda al Pezón”?
E: La verdad no, no estaba en Internet. ¿Cuándo la escribió?
P: Que yo recuerde nunca, pero la tengo en la punta de la lengua, ¿podría recitarla?
E: No sé si la publique mi editor.
P: Los editores son sabios. No se puede publicar cualquier cosa.
Bueno. Su pregunta fue cómo llegué a escribir. No tengo claro cuando comienzo a pensar historias que no eran mías, sino todo lo distinto a mí. La primera vez que escribí una historia no le gustó a nadie. Una cosa es imaginar, fantasear o soñar, pero escribir y que los demás se lean a si mismos es muy fuerte. Ahí recordé a mi abuela.
E: ¿Su abuela fue su inspiración? Por favor, cuéntenos.
P: No. De verdad, lo siento. Nunca conocí a mi abuela, por ninguno de los dos lados. Pero supongo que las abuelas cuentan las cosas a medias esperando que uno adivine. Y como no conocí a mis abuelas, éstas perfectamente eran abuelas de cuento, podían servir o relegarse a discreción.
E: ¿Y cual fue su primera historia o cuento de niño?
P: Me da vergüenza. Era la historia de un niño que elevaba un volantín mientras su hermana se balanceaba en un columpio. El volantín se elevaba y giraba en el aire sujeto a la habilidad del volantinero que lo había confeccionado, había amarrado los hilos a la distancia correcta y finalmente lo había impulsado a favor del viento. La niña, se dejaba balancear, sujeta por la mirada de los padres arriesgaba en cada péndulo de sus pies centímetros más desafiando al cielo.
¡Vamos! Gritaba volantín y columpio.
Y volantín y dedos de niña ganaban algo de cielo.
Hasta que vino la tragedia; el volantín como un signo trágico se vino a tierra destrozándose sin que nadie atinara a levantarlo tras varios segundos.
E: ¿Y su hermanita? ¿Qué le pasó?
P: No. Ella siguió columpiándose largo rato. Por eso le digo que me da vergüenza hablar de esas cosas, pero era lindo ese volantín.
E: Disculpe. Me parece una tomadera de pelo.
P: Perdón. Usted disculpe. Nunca pretendería eso. Menos tratándose de un medio de comunicación como el que usted representa, y finalmente; la palabra “tomadera” no existe dentro de la real academia de la lengua española. Así que tomadera mediante, súbete niña que te bamboleo, que doy las 12 y te me subes en el tic tac, que te surpo la corgoña y dios te escancle si te queda espundlio, que ya te mifla tu editor aquello que ya yo escribo.