Ella llegó a Rio un jueves de noviembre que no recuerdo. Venía con los ojos bien abiertos y sin valija, como si estuviera de paso o sólo hubiera venido para encontrarse con alguien, acaso con ella misma. No podría precisar su origen, pero siempre estuve seguro de que venía de lejos, como si las olas del mar la hubieran arrastrado a la orilla desde el otro lado del océano.

Hablaba portugués a la perfección y reía cuando yo le cantaba en español al oído. Tenía las piernas largas como agujas y la sonrisa se le encendió como un faro cuando, luego de tomarle algunas fotos desde lejos, me acerqué con la cámara en las manos -gesto delator de mi presencia espía- y le dije como al pasar "Você é linda".

Las palabras se entremezclaron con el murmullo del agua y ella sonrió con esa sonrisa tan suya -lo comprobaría más tarde- un poco en portugués, un poco en español y mucho con sabor a sal. Y así empezó la historia.