Otro gallo cantaría si Manuel y sus hombres hubiesen hecho el trabajo, la experiencia se valora y me hubiera salido muchísimo más barato. Mal que mal, nos conocemos. Bueno, él conoce todo de todos y las pocas cosas que yo sé de él, me tienen dentro del pequeño círculo.

Lo bueno es que ya solucioné el problema. Lo malo; me tendí mi propia trampa. Son mínimo 15 años, y más si el vouyerista de Dante se pone a hablar. Vive de los celos ajenos y a partir de eso les roba el alma. Pero él sabe que no bastan sus cientos de carpetas con datos de gente, nunca superará a Manuel. Nadie construye una empresa o un imperio de la nada. Y esa nada turbia de la empresa de Dante la tengo yo en archivos, con nombres y fechas que ya quisieran tener varios jueces. Y aún así, el cretino creyó que me podía grabar las conversaciones para tenerme en su mano. No le bastaron los millones que le dí, me quería tener como garantía de futuro. Ingenuo aprendiz, como si en la cárcel a Manuel le sirviera de mucho, al final uno se queda preso con información que a nadie escandaliza. Es la asquerosidad en que vivimos.

Hoy estuvo Karlita, escuché su voz y mantuve los ojos cerrados entre tanta venda. Creo que ella sería la única que pudiera escandalizarse por mi brutalidad. - ¿Cómo pudo el papá quemar a ese hombre?-
Sus hermanos en cambio deben estar sorprendidos de mi estupidez.
– ¿Cómo se le ocurrió al papá matar a ese anciano? ¿Cómo pudo sentir celos de él?

En verdad tuve otra opción, no tenía para qué ir yo. Y nuevamente aparece la imagen de Dante haciéndome el chiste. - Usted sabe don Gerardo, como diría Santo Tomás, “ver para creer”, y a continuación me deja caer las fotos de Verónica con el viejo. No me importa si ella lo ama o lo odia. Lo que no podía aceptar era que Oliva y Dante se rieran de mí. Por eso me dio lo mismo que la de la foto no fuera Verónica. Guardé silencio. Hubiera parecido como que esquivaba el bulto. Después de tanto seguimiento y grabación, después de tanto dinero, no podía decir: -No, sólo deseaba saber si era un cornudo.- Tenía que hacer algo, y matar a Verónica no tenía sentido. Hace años sé que no me ama, lo supe después de su segundo intento de suicidio. Sólo me quedaba matar al viejo degenerado.

Fue Dante quien me recomendó a estos idiotas, fue él quién me vendió la pistola eléctrica para provocarle el paro cardíaco. Con eso tenía su silencio asegurado. Pero el mayor idiota fui yo al aceptar el plan y a estos ineptos. Era cosa de sumar dos más dos; bencina y chispa. Pero como diría Gabriel; nuevamente caí en mi “Obsesión Tomista”. Eso, más mi frase típica, “Si quieres que algo se haga bien, hazlo tu mismo.”

Ahora no me queda más que la muerte y el olvido. El doctor me dijo que todo acabaría de madrugada por una falla orgánica múltiple. No echaré de menos a nadie. He ahorrado para después de muerto. Que mis hijos se ocupen de la obsesión tomista de la universidad y de gastar mis millones. Para Verónica sólo el olvido.
Tengo claro que con mi rostro quemado, ni el fiscal, ni la prensa ni mis hijos abrirán el ataúd bajo la consigna “Ver para Creer”. Les basta el certificado de defunción que ya extendió el doctor y gentilmente me mostró.

Inspirado en el caso de Gerardo Rocha
Ver: http://www.emol.com/noticias/nacional/detalle/detallenoticias.asp?idnoticia=293604

http://www.the clinic.cl/tag/gerardo-rocha/

http://www.latercera.cl/contenido/25_9541_9.shtml