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De Médicos y Zapateros

Sólo se escuchaba el sonido de la tiza sobre el gastado pizarrón. La mañana en la sala de clases transcurría como cualquier otra, hasta que un pequeño niño le preguntó inocentemente a la profesora – Tía, ¿Qué eran los zapateros?

Fue como si ella hubiese esperado ansiosa esa pregunta por mucho tiempo, tomó aire y su mirada se perdió en un lejano e inexistente horizonte, como intentando escudriñar un tiempo que ya no existía.

- Hace algunos años atrás niños, y no tantos como se imaginan, el mundo funcionaba a otro ritmo. ¿Qué pasaría Javier si camino a tu casa se te rompe un zapato?

- Mi mamá me compraría unos nuevos Tía.

- Cuando a mí se me rompían los zapatos, mi mamá los llevaba a reparar al zapatero. En cada barrio existía al menos una persona cuyo trabajo era arreglar los zapatos dañados y los descartábamos sólo cuando ya no eran posibles más reparaciones.

- ¿Por qué los tenían que arreglar Tía? ¿Acaso no vendían zapatos nuevos?

- Si vendían Marcela, pero eran un poco caros porque los fabricaban a mano, sin todas las máquinas que hay ahora. En realidad no se compraban siempre nuevos porque no existía la necesidad de hacerlo si aún se podían reparar. El mundo de ese tiempo era menos desechable, las personas se comprometían más con las cosas.

- Entonces Tía, ¿La gente de sus tiempos era más materialista que la de ahora?

- Todo lo contrario Marcela, nos encariñábamos con algunas cosas, pero no por su valor material. Los zapatos con más reparaciones, aquellos que casi se desarmaban por sí solos, eran los que nos habían acompañado a más lugares. Habíamos compartido muchas aventuras con ellos y no queríamos simplemente tirarlos a la basura. Además no sólo nos encariñábamos con las cosas que teníamos, también lo hacíamos con los lugares, con las personas, teníamos pequeños almacenes en las esquinas, conocíamos los nombres de quienes nos atendían, los hijos visitaban a los padres. Todo cambiaba más lento, nos gustaba nuestro mundo y no deseábamos que fuese desechable, queríamos que durara para siempre, pero eso era imposible. Ocupábamos más tiempo en disfrutar las cosas que teníamos y con las personas a quienes queríamos, y menos tiempo en tratar de conseguir nuevas cosas que pronto terminaríamos desechando.

***

Solo se escuchaba el sonido del teclado y el leve zumbido del proyector digital. La mañana en la sala de clases transcurría como cualquier otra, hasta que un niño le pregunta a Marcela, la profesora – Tía ¿Qué eran los médicos?

Marcela recordó a su madre muerta hacía años. ¿Por qué se sentía mal si era natural que la gente vieja se muriese? Debían dejar espacio a la juventud. Algunas olvidadas palabras de una antigua profesora resonaron en su mente, algo acerca de la velocidad de los cambios, de un mundo desechable, de apreciar las cosas y las personas… Enfocó su vista hacia los cristales autoajustables del fondo de la sala, como si pudiese ver más allá de ellos, hacia un inexistente horizonte, apuntando hacia un tiempo que ya nunca podría recuperar.

Jota

Texto agregado el 17-06-2009, y leído por 246 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
09-07-2009 El fin del tiempo es la muerte, que ya se disimula cuando los cambios te matan sin darte cuenta...Buen texto, así mismo el estilo. grauer_wolf
21-06-2009 Nos has llevado hacia el pasado con los recuerdos de la perdurabilidad de las cosas y de los afectos. También nos transportaste a un futuro, cuya certeza es incontrastable, ya que al nombrar la muerte no puedo dejar de recordar nuestro propio carácter de mortales. Tal vez, antes, al conservar prácticamente de por vida, muchísimos objetos nos manteníamos más apegados a la idea de inmortalidad o de una vida mejor después de ésta. Hoy, en el presente, creo que podemos rescatar cosas buenas del pasado y sentirnos plenos al vivir la muerte como el bien más preciado que nos permite valorar en su justa medida cada instante de vida. Centrarnos en este momento presente nos depara profundidad, vitalidad y dicha a nuestras vidas. Por supuesto no debemos perder de vista el privilegiar el ser y no el tener, aún remando contra la corriente imperante o en contra de la sociedad de consumo que no tiene en cuenta la propia humanidad y pone al hombre al servicio de los intereses económicos y no la economía al servicio de éste. 5* Susana compromiso
18-06-2009 Lo vertiginoso de los cambios, nos hace ir desechando aquellas cosas que solían ser vitales.... como la vida misma. Tienes esa tremenda capacidad de llevarme a mundo extraños, a mundos conocidos (renovados por tí con tu pluma, aunque uses teclado), a mundos nuevos, a mundos.... que gestas entre números y letras, para dejarnos a quienes te leemos con ese sabor a placer de lectura.... algunas veces tristes... otras... hechas de sueños, historias, proyectos. Tu capacidad creadora es maravillosa, Jota. Un abrazo.. no eres "Otro"....eres "Jota" =) abrazos de luz, querido amigo. Excelente texto. Triste, sí... y reflexivo. Besos y estrellas cromatica
 
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