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La mansión del diablo.

** Por algo se despierta sin saber en verdad el porque se ha despertado..."

** Del abismo aberrante surgieron los tres polos que encabezan el mal en todo el mundo. De esos tres polos viene la luz oscura, viene el lago de fuego, viene el guerrero más antiguo y sanguinario de todos los tiempos, nos llegan los lamentos de quienes son atormentados día y noche yaciendo entre el cieno y el barro caliente".

** En esas primeras veces la oscuridad en la noche llega a nosotros, esa oscuridad no está solo en la falta de luz, sino en la negrura de tu propia mente y corazón, la cual, puede ser incluso más apagada y oscura que la propia ausencia de luz que te rodea en ese mismo instante, porque ni siquiera la lámpara de la mesilla de noche podrá hacer luz a la oscuridad que emerja alguna vez y que dé pie a tocarte."

** Mira bien debajo de la cama antes de cerrar los ojos y comenzar a dormirte, cada uno tiene una mano debajo de la misma, una mano invisible que puede algún día tocar tu cuerpo y rozarlo cómo si se tratase de un trozo de hielo resbalándose por el mismo".

** "Nacimos para estar juntos, pero pienso que en el lugar equivocado ..."

** "Cada día que pasa, dá gracias de éstar aún aquí.

** "Una sola palabra más, un sólo movimiento y no aspirarás el aire de nuevo ...".

** "Cuánta más sangre extraíga de tí, ántes conseguiré pintar esta maldita pared con ella ..."

Carlos Them.

Prólogo: La Orden Omayda. (El Nuevo Naciente).

Diez años después del holocausto de Adolf Hitler, un grupo reducido de personas adineradas y de pretensiones nada amigables, crearon en la Alemania del oeste una orden basada en todo aquello que rodeaba a la baja estirpe de la Bestia.
Dicho grupo formado exclusivamente por hombres, fue ampliándose a lo largo del mundo, bajo unas secretas alianzas que manifestaban sus ideales al fuego y a la corrupción, creando el caos de aquella época, mientras una nación trataba de alzarse de nuevo y resurgir entre la agonía de aquél que la llevo a la destrucción y a la inequidad racial de una absurda idea de poder y victorias, muy lejos de lo que sus ideales le permitieron conseguir en verdad.
Para poder realizar los sacrificios y honores al que sería su luz y guía dentro de la oscura falsedad de sus vidas, erigieron una descomunal Mansión (a la que llamaron El Nuevo Naciente) de fachada tan blanca como la piel de un muerto, la cual, fué diseñada a las afueras de Berlín por un arquitecto griego Nicasius Salíngaros.
La mansión tenía tres torres que formaban cómo las aristas de un triángulo sobre las cuales ondeaban tres banderas de color negro con un circulo de fuego en su centro.
La mansión fue el nido de corrupción, maldad e injusticia más aberrante y diabólico que nunca se hubiera construido en toda la historia.
Aquella "iglesia de la luz oscura" orientada en la misma posición que las pirámides de Egipto, recogía su poder del mismo Dios Ra (El Sol).
La mansión fue tomando su propia consciencia y aprendiendo de cada ritual que en ella se ejecutaba.
El Nuevo Naciente comenzaba a saber demasiado sobre los hombres, sobre sus vidas, sobre como podía triturar sus débiles huesos.
Poco a poco, cada recodo, cada puerta, cada espacio, se fue convirtiendo en una trampa mortal de magnitudes incalculables, alimentadas por la sed de sangre mortal, porque en verdad la Mansión y solo ella, tenia hambre de la raza humana.
Los campos de concentración nazis fueron el comienzo del tormento hacía una sola parte de nosotros, la mansión no hacía ascos al color, raza ó sexo. Todos éramos demasiado apetitosos para ella.
La sangre de los que allí morían para dar placer al mismo innombrable, era absorbida por las paredes de cada habitación de la misma, la cual iba re-pintando poco a poco su fachada con el color de la carne y la sangre humanas.
Tras un ritual, el cuerpo de la victima se dejaba sobre el altar con la daga hundida en su corazón.
A las pocas horas y sin que nadie aparentemente lo moviera de su lugar, aquél cuerpo había desaparecido por completo.
Ninguno de los que pertenecían a la orden Omayda sabían ni querían saber como desaparecía.
Solo debían de dejar el cuerpo muerto sobre la oscura piedra, rodeado de las velas negras que lo alumbraban en la penumbra del enorme salón de la mansión.
La forma en cruz invertida que formaba la puerta que daba entrada al jardín hacía respetar el acercamiento a muchos curiosos que pasaban por delante y que deseaban ver más de aquella colosal construcción, que se elevaba a los mismos cielos como una sombra de imperio oscuro en el silencio de una Alemania abatida todavía por los recuerdos de las avalanchas al pueblo judío.
Dicho jardín que bordeaba la grandiosa finca, poseía árboles y plantas tipicas de aquellas tierras, pero también otras que nunca fueron plantadas por la orden.
Algunos de esos árboles se retorcían en su tronco como si fueran victimas de alguna tortura ó castigo, aunque tal vez, después de conocer lo que representaba aquel lugar erigido al más viejo y horrendo Ente de todos, los mismos, quisieran retorcerse ante la angustia de saber donde habían sido plantados en verdad.
Las rosas de color blanco que emitían un olor dulzón a muerte, eran una de las partes que ninguno de los miembros de aquella maquiavélica orden había plantado nunca. Se encontraban allí desde siempre, desde que la mansión fue construida.
¿ Quién había plantado las rosas blancas allí ?. Nadie lo sabia.
Sólo el olor que venía de las mismas, hacía que la gente las mirara, pero tocarlas era otra historia.
El roce simplemente con una de ellas producía una parálisis en el organismo y un falta de orientación, como si fueran plantas alucinógenas, pero con un extra nada agradable y dulce para el ser humano.
En las calderas situadas en la parte más baja muy cerca del sótano común, se encontraban los cuerpos mutilados, triturados, sin una gota de sangre en sus venas, dispuestos para el último viaje que los mismos debían hacer en aquél mausoleo dedicado a la maldad en su más basta expresión.
Dicho último viaje era la crema de aquellos pobres infelices que después de ser victimas de los atroces rituales negros, no tenían derecho ni siquiera a descansar sus huesos bajo la tierra a la que un día vinieron a este mundo.
El continuo crepitar de las calderas quemando sus inertes despojos, hacía salir por la altas chimeneas un humo blanquecino que al unísono con las banderas negras ondeantes hacían un espantoso cuadro de vejación en un horrendo escenario de tristeza invernal junto al color grisáceo del cielo plomizo alemán.
La orden no conocía el lujo en verdad, la mansión no poseía nada de valor, pero a la colosal e imperial construcción poco la importaba como aquellos necios hombres Omayda la arroparan. Ella no necesitaba nada de ellos, solo sus vidas, ese era el mayor lujo que la mansión podía recibir de los mismos.

Escrito por Carlos Them

© Copyright Carlos Them 2006. Todos los Derechos Reservados. All Rights Reserved.

Texto agregado el 15-06-2009, y leído por 258 visitantes. (0 votos)


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