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Los amantes sin corazón.

Un hinóspito cementerio.

La tumba de la novia empezó a mover la losa.
La del novio lo hizo después.
Ambos salieron de la mismas a ciegas, reuniéndose en torno a la mesa de madera podrida.
Un ramo de rosas negras adornaba la misma.
La sangre de los recién llegados a aquél hinóspito valle de la muerte, era derramada en sus copas,
alimentando el cuerpo sin corazón de ambos amantes.
La luna llena, alumbraba a los que estaban allí, sentados en aquella extraña mesa, llena de
térmitas.
La mano esquelética de la novia rozó el hueso del pómulo del novio y por arte de magia, la
lengua de éste último salió cómo un largo látigo y se enroscó en la de élla.
Después de que acabaran de saborear su consabido alimento liquido de áquella noche, ambos se dignaron a dar un paseo por el lúgubre jardín que rodeaba aquél cementerio.
Un cementerio tan antiguo, cómo endiablado, un lugar dónde las cruces no tenían cabida alguna.
Los árboles retorcían sus ancianos troncos, sus raíces sobresalían hacía fuera, raíces de árboles
centenarios, que llevaban desde siempre, observando la vida en aquél increíble lugar.
Los que llegaban allí, eran los perdidos, los que ya no eran amados, ni queridos por nadie.
Aquél lugar, aquél cementerio que se afincaba en las colinas de la misma Transilvania, que en rumano significa: 'Más allá del bosque', dónde los hombres no alcanzan a ver con su mirada, hacía perder el nombre y la memoria de todos los que él descansaban.
Los amantes sin corazón, era la única leyenda de amor, que todavía quedaba en aquél sitio.
Una leyenda que llevaba siglos rondando, rondando los Balcanes en las noches de Rumania.
Los lugareños, atormentados por la historia de Drácula y su siniestro castillo, se horrorizaban de
aquél otro lugar, un sitio que tál vez, fuera peor que la propia historia del murciélago.
Pero como en toda leyenda, hay una parte de verdad y otra de imaginación, una imaginación que los hombres le dan a las historias, cuando éstas corren de boca en boca.
Algunos afirmaban que el infierno se encontraba bajo aquellas tumbas, y que quién visitara aquél cementerio, estaría condenado al inframundo cuando muriera.
Los que enterraban los cuerpos allí, tenían esa condena a sus espaldas, llevaban marcadas las mismas con una cruz de color morado, la cruz invertida, simbolo del infierno.
Por eso, todos los que iban allí, tenían como destino ese lugar, ese inframundo, dónde no podía haber cruces, ni nombres, ni recuerdos sobre los mismos.
Tán sólo la deshonra de tener que ser enterrados allí por toda la eternidad.
Los amantes lo sabían, y sus corazones de aire, seguían sangrando el uno por el otro, sabían que no se tenían más a que ellos para cuidarse y para amarse, debían de alimentarse con la sangre de esos que iban llegando, sangre nueva y fresca para continuar alimentando sus extinguidas vidas y su amor incondicional.
Sólo de esa forma, se salvaban de caer en el odio y en la indignación del resto de los moradores del lugar, ninguno de los cuales recordaba en verdad, esa virtud del amor entre las personas.
Durante el día el cementerio era cómo uno más, las ramas de los árboles centenarios se movían al compás del viento que soplaba con fuerza en áquellas colinas.
Nada más se movía en aquél lugar hasta que el sol caía y la oscuridad traía la leyenda de los amantes sin corazón de nuevo a la vida ...

Escrito por Carlos Them

© Copyright Carlos Them 2007. Todos los Derechos Reservados. All Rights Reserved.

Texto agregado el 12-06-2009, y leído por 169 visitantes. (0 votos)


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