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Aquella tarde estaba especialmente deprimido. No encontraba la clave para superar las coyunturas que atravesaba, para sobrenadar sobre la acuciante crisis económica, para acallar mi conciencia altisonante que en todo momento me bombardeaba con su campaña mediática acerca del talento desperdiciado. Decidí huir de la realidad de una manera atípica. Nada de internet ni de escuchar esos acetatos rayados ni de leer por enésima vez las ajadas páginas de mis libros de Asimov. Tampoco iba a atreverme a probar el prozac, ni ninguna otra ayuda química, legal o no. Estoy muy viejo para eso. Entonces decidí redescubrir ese antiguo huésped; al que llaman alienante. Y prendí la tele.

Sospeché que algo raro estaba pasando cuando se cayó la señal del cable. Luego, comenzó la transmisión de las caricaturas de “Leo el león”... en blanco y negro. No lo podía creer. Cambiaba de canal y en todos se veía una señal local en blanco y negro. Incluso las cuñas. Pensé que se trataba de una especie de programa especial sobre la televisión de los años 70. Disfruté de promociones de compañías extintas como Panam, y de imágenes legendarias que me recordaban mi niñez, en la que la tele fue niñera dominical. De repente la pantalla se puso gris con una cruz blanca, a manera de bandera escandinava, y una voz bronca que espetaba “Hoy domingo acude a tu iglesia... solo Dios satisface”. Decidí, pues, ir a la iglesia aunque no fuese domingo. La invitación fue demasiado seductora, demasiado sentida. Y todo era muy extraño, así que ¿qué mas daba? Y en todo caso, no me caería mal hablar con Dios, a ver si se acordaba de mi.

Al tratar de bajarme de la cama, noté espantado que mi estatura era inferior a un metro. Los vellos habían desparecido de mis brazos, mi ropa había mutado a un atuendo infantil. Traté de buscar un espejo y caí de bruces. Empecé a sentir que me encogía, y a mi alrededor todo se ponía negro, espeso; y sin embrago, cálido y delicioso. Repentinamente estaba nadando en una especie de caldo primigenio. Me parecía una cruel paradoja ser un feto, y sin embargo tener la capacidad de discernimiento suficiente para entender que estaba flotando en líquido amniótico. Líquido cuya textura iba mutando otra vez, transformándose en una especie de manga de tela que me envolvía. Una tenue luz como de fluorescencia empezó a rielar en el ambiente. Estaba envuelto como una momia o una crisálida. De repente, era adulto otra vez. La tela se rasgó sin sonido.

Mi sorpresa fue mayúscula: Me encontré en un casino deslumbrante y posmoderno. El aire estaba deliciosamente sobrecargado de oxígeno, con un leve dejo aromático a tabaco. Mi humilde vestimenta de siempre contrastaba con la elegancia del croupier y de los apostadores, y con la apenas cubierta desnudez de algunas de las mujeres que allí se apersonaban. Se respiraba riqueza, boato, lujo; pero también perversión, banalidad. Una matrona gorda, vulgar, sobremaquillada y recargada de oropel que hasta entonces no había visto se acercó a mi, y bañándome en el humo de su boquilla me dio la bienvenida con esta frase: “Querías hablar conmigo ¿verdad?”

No supe que responder. Apenas atiné a preguntar ingenuamente donde estaba. La gorda, con cara reflexiva y rascándose sus genitales me dijo “Estás donde quieres estar. Viniste a hablar conmigo, no se de que ni me importa. Pero me da la gana oírte, así que desembucha”. Esa antipática frase “me da la gana” la escucharía muchas veces en esa conversación. Me atreví a preguntarle quien era. “Me dan muchos nombres” me respondió. “Pero el que mas me gusta es Dieu, que suena sofisticado como todo lo francés. Eso si, me gustaba más como me retrataban los griegos y los copiones esos de los romanos. Detesto esa pompa de sonar de trompetas, dedos que salen de entre las nubes, sacrificios sangrientos, candelabros de siete puntas y todas las tonterías que algunos relacionan conmigo. Pero eso no me afecta, claro. La vida es esto, lo que hay es lo que ves. Y si dejo que la gente se confunda, es porque me da la gana”.

El dinero rodaba sobre las mesas, el licor rebosaba los vasos, las risas destempladas acallaban los gemidos de algunos que se entregaban sin pudor alguno a desfogar sus deseos sobre las mesas, las ruletas, las máquinas tragaperras. Las reglas del juego estaban claras para todos, excepto quizás para mi, que no entendía nada. La gorda hablaba y hablaba.

¿Qué puedo hacer para saber que pasa? inquirí. “Nada que hagas o dejes de hacer cambiará tu estrella”, replico ella. “Tu vida y la de todos los mortales se rige según mis caprichos, según lo que me de la gana. Si eres un pobre tonto, subestimado a pesar de tu talento ¿qué mas da? Eres solo una pieza más en el tablero de la vida, un peón que se mueve según el lábil designio de un dado. Yo soy el dado, el tablero, todo. Mi capricho mueve al mundo. Allá ustedes con sus creencias, su filosofía, su dialéctica, sus religiones, su ciencia; para tratar de explicar lo que solo admite una respuesta: Soy la única realidad, la que lleva las riendas, y como mujer que soy, mis sentimientos dominan mis actos, soy completamente voluble y no me importa. Lo disfruto. Ustedes ríen, lloran, agradecen o maldicen su destino, e ilusamente creen que tienen poder sobre si mismos y sus devenires. Por favor! Todo pasa por un solo motivo: Porque a mi me da la gana que pase”

El discurso de la gorda se me hizo pesado e insoportable. La odié con todas mis ganas, con toda mi furia contenida; así que traté de abalanzarme sobre su cuello y ahogarla, o al menos cachetearla, perturbar su impúdico discurso. Dos gigantescos guerreros que salieron no se de donde me golpearon con sus mazas, produciendo en mi cabeza un ensordecedor sonido de gong.

Desperté. El sonido de gong correspondía a una parte de la pieza “O Fortuna” de Carmina Burana. Había dejado encendida la tele en “Classical Arts Showcase” y me quedé dormido. La pesadilla había terminado. Aunque desde entonces, procuro no jugar naipes. La cara de la reina de diamantes es idéntica a la de la obesa diosa fortuna, y el solo mirarla me produce repeluznos.

Texto agregado el 26-05-2004, y leído por 598 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
30-12-2005 Habia olvidado decirte que este es un cuento formidable!!!!! Gabrielly
26-05-2004 Ahhhh, pero si has regresado productivo. Lo imprimo, me lo llevo y te dejo mi opinión más tarde. Saludos. Gabrielly
26-05-2004 Muy bueno tu cuento Daniel y divertido. La verdad es que en esta vida tenemos muchas incógnitas y nunca podremos saber si estamos haciendo lo que realmente queremos o si somos las marionetas de una vieja gorda que se ríe de cada uno de nosotros. Un abrazo pinocho
 
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