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Las noches en "Chacay Manta"

Todo lo que relato en esta historia es real, son ciertos los lugares, verdaderos los nombres de personas y lugares, tanto como el mío Andre, Laplume, que aún sigo dando vueltas por este mundo acunando sueños y alguna que otra historia.

Por los años sesenta se gestaba en la zona norte, Olivos, Martínez, San Isidro, un fenómeno singular que perduraría por muchos años. La música folclórica surgida del sentir y la emoción de músicos y poetas del interior, se arrimó a Buenos Aires para refundarse en estos pagos. La milonga sureña con chacareras santiagueñas, zambas tucumanas y salteñas, se enlazaban con chamamés y chamarritas en un mismo canto de agua, sol y cielo.

Largas tardes de mate vino tinto y guitarreadas inolvidables, se prolongaban por las las noches en cantos y lánguidos fogones. Borrachos de vino, música y amor, el arrullo del río acunaba los gemidos ahogados con besos y caricias inexpertas que se deslizaban por los hombros temblorosos de una niña ya casi mujer. hurgaban trás el telón de una blusa entreabierta de donde brotaban palpitantes sus pechos recientes, buscando el estreno en una boca hambrienta de golosos deleites, puerta de acceso a húmedas excursiones en las que nos diplomábamos de hombre y mujer, de soy tuyo y vos sos mía.

Mientras tanto, surgían los primeros boliches, templo y lugar de reunión para los cada vez más numerosos adeptos. En San Isidro, sobre la avenida 25 de Mayo, en las proximidades del club CASI, un queridísimo amigo, el Negro Oro, extraordinario compositor, músico e intérprete, inauguró un lugar al que bautizó “El hormiguero”, por donde desfilaron muchos músicos, tiempo después famosos como ser “Los Huanca Huá” y tantos otros.. El menú se componía de empanadas y vino, y todos teníamos acceso para cantar y guitarrear desde la mesa que ocupábamos. Cuando el ambiente se prestaba o quedábamos en la intimidad de los amigos, el Negro nos regalaba los temas más hermosos, donde se mezclaba el más puro Jazz americano con folklore y chamamé, cantando en un inglés sólo comprensible para nosotros sus cultores que tanto amábamos y disfrutábamos de su música. Por ese entonces era un hombre de unos cincuentaycinco años. Hace un tiempo me enteré que había fallecido.

Párrafo aparte merece “Chacay Manta”.: Estaba ubicado sobre la avenida del Libertador, esquina Colón, Martínez. En ese boliche tan querido y recordado, solíamos amanecer cantando y bailando, en especial los fines de semana en que comenzábamos la fiesta los viernes por la noche y la estirábamos hasta la tarde del domingo. Durante el día íbamos en patota con los amigos y amigas más íntimas a dormir en los refugios que teníamos bajando por la calle Colón, en la playa Anchorena. Las cosas funcionaban de maravilla cuando eran más las chicas que nosotros, pero cuando éramos muchos los muchachos y pocas las mujeres se complicaba un poco, pero como por suerte algunos se quedaban dormidos, los más despabilados la pasábamos muy bien. No sabíamos de droga, nos estimulaba la vida, el ser jóvenes y despreocupados. Nuestra droga era el mate, el vino, la música y el sexo

Hace un par de semanas, un domingo por la mañana, programé un paseo por aquellos lugares para caminar un poco. Sentía curiosidad por ver qué había pasado después de tanto tiempo... tomar un café o un Gin Tónic bien cargado, En el local donde se encontraba “Chacay Manta”, ahora lo ocupaba un bar bien puesto, muy coqueto y con mesas en la vereda. Me puse cómodo y mientras esperaba mi pedido observé mi entorno. Realmente había cambiado mucho el paisaje. Al rato vi que se acercaba un auto muy moderno y llamativo que estacionó por la calle Colón. Lo manejaba una señora de unos 60 años acompañada de un hombre. Al rato descendieron para ubicarse en una mesa.

Tomé un sorbo de café y alcé la mirada hacia las ramas de los viejos árboles que se juntan a lo alto con los de la vereda de enfrente formando un techo a lo largo de la avenida, de pronto me sobresaltó una mano que se apoyó sobre mi hombro. Andre, dijo,-¿Qué hacés por acá?.
De inmediato reconocí la voz.de Juan Ramón, un viejo amigo al que no veía hacia muchos años. Le pregunté por su familia, por su mujer. Me respondió sin disimular un gesto de dolor que ella había fallecido, y que tiempo después conoció a la señora que lo acompañaba, con la que había formado una nueva pareja, ella era de nacionalidad inglesa y hacía unos años que vivía en el país administrando bienes familiares. Me incorporé para saludarla, así pude comprobar que se trataba de una mujer refinada y con mucho mundo.en su haber. Pagué mi consumición, y en el abrazo de despedida con mi amigo, me atreví a preguntarle si había traído a su mujer para contarle cosas de nuestro pasado, de nuestros recuerdos, de nuestras nostalgias..Me contestó que no, que no hacía falta y que además ella no lo comprendería. Asentí con la cabeza y le dije -“Tenes razón, no hace falta.
” Me despedí de ambos y bajé por la calle Colón buscando el Tren de la Costa para volver a casa.

El río se replegaba y dejaba al descubierto las piedras altas de la playa. Me pareció ver parada sobre ellas a una mujer que quise mucho, y que pasaba largas horas allí juntando mariposas mojadas para dejarlas secar en la palma de sus manos hasta que lograban retomar el vuelo.
Andre, Laplume.








Texto agregado el 31-05-2009, y leído por 99 visitantes. (0 votos)


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