Me encontró una mañana y casi me muero. Recuerdo que después pensé ¿Cómo iba a morirme si ya estaba muerta? Pero en ese momento el corazón me desbordó. Me ví de nuevo adolescente, expectante, puro futuro, y lo ví como el chico que había sido, el hombre incipiente: mi primer amor.
Cuando me sobrepuse no hallé las palabras para responder: -Hola linda- había empezado. Y yo que ya no era la linda de entonces, que me había olvidado de lo que era ser linda, que me sentía gastada y desecha, le creí.
No recuerdo lo que dijo después. Me aferré a la inflexión, al deseo, a las ganas que se escapaban de sus palabras y enmudecí.
Un temblor inocente me sacudió: me había buscado, me había encontrado y, finalmente, me había escrito. Y yo estaba ahí, sonriendo sola, como la tonta que nunca había sido, como si volviera a tener veinte, como si acabara de descubrir mi cuerpo.
Me obligué a responderle. No tuve que fingir sorpresa, ni alegría; no tuve que mentir: ¡Qué bueno saber de vos!, no tuve que detenerme a pensar como sabía seducirlo. Porque yo era linda y tenía veinte y volvía la democracia y la esperanza y Alfonsin, y con ellos las hormonas, mi cuerpo y la fiebre.
Yo tenía veinte y era Marce otra vez y no “mamá”, ni “mi señora” ni “la Dra. tal”, porque era básicamente linda.
Quedamos en encontrarnos. Después de un intercambio de mensajes apurados de insinuantes, que invitaban, sin decirlo, a desnudarlos otra vez, como en ese último encuentro pura piel, puro deseo, pura inocencia, pusimos una fecha.
Vendría desde su mundo de licenciado en algo, de divorciado dos veces, de departamento luminoso en Santiago y cátedras de literatura adulta. Yo lo recibiría sin hablarle de mis fracasos, de mi soledad de mujer casada, de mis hijos adolescentes y sus ganas de soltarse de mi mano. De que hacía tiempo que no sentía y que me moría por volver a temblar.
Quedamos en encontrarnos y salió el sol. No ese sol tibio del amanecer, que es pura promesa, un despertar plácido; sino el sol de la tarde, que quema, que se disfruta desnuda, que tiene conciencia de que nunca volverá a ser propuesta, que es puro presente y que, indefectiblemente, precede al ocaso. Ese sol que es oportunidad y llamado.
Y es curioso porque hoy que todavía no nos vimos, que cuento los minutos para que sea la hora del abrazo, sabiendo que él también me suspira, porque soy linda, porque me escribió y me encontró y estuvo buscándome. Es curioso porque hoy que han pasado años de su último beso en el cuello, del último “te quiero” grabado en la contratapa de un libro. Hoy que soy mujer, esposa y madre, que supe armarme un camino. Hoy cuando pensaba que estaba muerta, que ya nada podría seducirme, cuando sentía entumecerse mis sentidos. Hoy, antes de verlo, de sentirlo, de mostrarle como soy, como me entrego, volví a vivir y a notar la sabia, a ser conciente de mis pechos y mi entrepierna, de mis labios y del hueco detrás de mi nuca.
Hoy que ya no tengo veinte, que la democracia está instalada, machucada, pero entera, que sé que él tampoco tiene dieciocho, que Alfonsin se murió pero vive. Es curioso, hoy descubrí que puedo volver a ser feliz.