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Bueno, pero después de esta ya nos dormimos, dijo el padre de Rubén, mientras éste se estremecía entre las sábanas y aceptaba la propuesta moviendo su cabeza de arriba a abajo. Hace muchos años, en el barrio de San Martín, había una pandilla de mafiosos liderada por un señor apodado El Chupete, empezó a relatar el padre. Este señor se hacía respetar a base de matanzas absurdas y de una maldad insaciable. Controlaba todo el comercio de la zona oeste de la ciudad, y tenía a cientos de esbirros desperdigados por todos lados, sin embargo, al único al que respetaba y tenía confianza era a su segundo en mando, el señor González, explicaba el padre. El señor González, huérfano desde los seis años, había crecido a su lado en el orfanatorio y le dedicaba todo su tiempo a sus negocios con El Chupete. “Te escupo en el tejido, asqueroso de mierda”, dijo el señor González, golpeando con el bate las costillas de un hombre amarrado y luego escupiéndole en la cara. El Chupete miraba impasible, con su traje negro impecable y su corbata roja reluciente, sonriendo mientras sus ojos se incendiaban de un deleite irreal. Luego de estar varios años al frente de la mafia, El Chupete sospechaba que uno de sus hombres lo quería eliminar, contaba el padre, y un día regresando de su juego de póker encontró la respuesta a sus inquietudes en su almohada, donde descansaba la húmeda cabeza del señor González, cambió de hoja el padre y continuó. “Nos vamos querida, agarra al niño, apúrate que nos tenemos que ir de inmediato, deja todo lo que no quepa en el coche, querida, nos tenemos que ir…”, decía El Chupete mientras apuraba a su esposa e hijo a subirse al automóvil. Pasaron varias semanas durmiendo en hoteles de paso, sobreviviendo a base de comida de cafeterías baratas y de latas de despensa robadas de supermercados, hasta que al final se instalaron en una pequeña ciudad cerca de la costa, bostezó el padre. Pasaron años y El Chupete olvidó sus tratos con la mafia y pudo dejar a un lado los terrores de su vida pasada…
Qué te parece si dejamos el final para otro día, ahora te tienes que ir a dormir que tu madre nos regaña si no, dijo el padre de Rubén. Guardó el libro en un cajón, besó la frente de su hijo y se fue a su recámara. “Eres un hijo de puta, crees que puedes irte y dejar atrás toda una vida”, preguntó el señor González desde la penumbra de la sala; El Chupete paralizado. “Fuiste tú entonces, la cabeza, la sangre, todo fue una farsa”, dijo El Chupete luego de unos segundos de intenso silencio. “Siempre creíste que eras mejor que yo, ¿verdad imbécil? Date la vuelta para que te pueda ver esos ojitos de puta llenarse de sangre como a ti te gustaba cuando veías a los demás desmoronarse ante ti”, dijo el señor González. El Chupete se dio vuelta y mantuvo sus ojos fijos en la figura delante de él, hasta que tres balazos lo tumbaron al suelo. Rubén se despertó de un salto al oír los disparos.

[faltan correcciones de estilo y de gramática]

Texto agregado el 21-05-2009, y leído por 340 visitantes. (0 votos)


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