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El viejo vendedor de agua de cocos le llamaban cariñosamente aquel hombre moreno, con entradas pronunciadas, de piel bronceada, curtida por el sol de su trajinar diario en las calles de Magangué, con una voz melodiosa, fuerte y delgada para gritar como si fuera la quinta sinfonía de Betowen “ EL COCOOOOOOO DE AGUAAAAA” ,que se escuchaba a 50 metros a la redonda, ese era su grito característico, en vez de decir, el agua de coco, usaba siempre pantalones ‘coge puerco’, de un dril grisáceo, abarcas tres punta, y los pies resecos de tanto andar por las calles e impulsar su carreta, su cinturón de cuero negro, un pedazo de machete con cacha de caucho de llantas, afilado en su piedra cilíndrica que cargaba en su carreta de dos ruedas de hierro cuyo fondo era de tres tablas y en un costado una latica donde llevaba los pitillos. .

De prodigiosa memoria y gran retentiva, recordaba los nombres de cada uno de los sus clientes de la calle la Albarrada, la Calle de las Esteras, los de la Plaza del barrio Sur, los del Puerto de las Yucas y hasta los viajeros que se dirigían a Mompós, Sucre, la Mojana, EL Banco, entre otros, en su bolsillo de la camisa asomaba una libretita de papel, ya grasosa y con las puntas paradas de tanto anotar las deudas de sus clientes, era su libro de contabilidad , su diario. Manejaba con habilidad su ‘cartera’, que nunca se supo de alguien que le hubiera quedado debiendo ni un centavo
En los días de altas temperaturas, era su momento oportuno para hacer una buena venta a quienes salían sudados y sofocados, ávidos de una o varias gotas de agua para calmar la sed, después de haber pasado la mañana entera cargando bultos o caminando las calles sofocante de este puerto. Pero no siempre era posible, puesto que la mayoría de sus clientes trabajadores o rebuscadores diarios de diferentes quehaceres en el comercio magangueleño.
Con la suma de toda el agua de coco que vendió en su vida, podría cubrir el equivalente del consumo diario de agua de la población de Magangué o a la venta plena de diez días de leche, casi medio millón de litros.
Mal contados, vendió cerca de un millón de cocos en los 48 años que ejerció este oficio. Sería insignificante, para nuestro cálculo, descontar domingos y feriados, porque para este personaje no había descanso. Tampoco es de suponerle incapacidades por enfermedad, jamás se le vio enfermo, alguno que otro refriado.
Diariamente vendía promedio de 60 cocos, y sé le preguntaba. Y a cuántos litros equivale eso? "Vea señor --dice detrás de una sonrisa de orgullo y picaresca, hay cocos que llenan un litro, y a veces se necesitan dos".
Una deducción rápida nos lleva a que él vendía, cada año casi 10.000 litros de agua de coco; es decir, unos 480.000 litros en el tiempo que desempeñó este trabajo. Con el sostuvo a su hogar, el estudio de sus hijos y mantenerse feliz, afectivo en su humilde labor.
El copete frondoso de su poco cabello de otras épocas había desaparecido era escaso aparece apenas sobre las orejas. Su rostro en una mezcla de sonrisas fugaces, líneas expresivas profundas y gestos de sorpresa. Se movía de un lado para otro sobre el eje de su propia cintura. Parecía, por momentos, un muchacho travieso de su sutileza fortaleza a sus sesenta y ocho años. Sus manos no temblaban para cortar los cocos que lo hacía con estupenda precisión y rapidez, la noche anterior de su partida se encontraba contento y boyante que se acostó temprano porque tenía que mañanear para comenzar su tarea diaria esperanzado en que le iría mejor, se levantó, se despidió de su compañera con un fuerte abrazo al igual que de sus hijos, recogió los cocos que le traían de isla Grande, Santa Fé y otros pueblos de la rivera del rio, alistó su carreta, tomó rumbo a la albarrada, hizo su primer grito del día, EL COCOOOOOO DE AGUUUUUAAAA, se emocionó tanto que al cruzar la plaza Bolívar no se percató de un camión 600 que venía del Barrio Sur a gran velocidad, este no hizo la escuadra, quedando el vendedor debajo de las llantas del camión, fue su último grito que todavía se encuentra impregnado en la mente y taladrando los oídos de quienes lo escucharon.



Texto agregado el 19-05-2009, y leído por 129 visitantes. (0 votos)


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