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CUESTIÓN DE SUERTE

Valentín busca una respuesta a todos sus problemas. La última tirada de dados determinará su suerte. Su compañero enciende un cigarrillo. Lo fuma deprisa. Está nervioso.
Voltea a ver a los demás compañeros de juego. Todos se le quedan viendo. Algunos están desilusionados, al ver que la suerte benefició a su “mascota”. Así lo nombran en el callejón. Una voz ronca resalta.
—Valentín, tuviste suerte.
—La suerte no existe. Replica.
—Para la próxima paga tus deudas a tiempo.
—Lo pensaré.
Valentín, junto con su amigo, salen del callejón, un oscuro lugar que alberga a más de un alma perdida. Ambos fuman. Encienden el auto, un Atlantic 87’ adornado con un par de dados gigantes colgados del retrovisor. El auto seguro que tuvo tiempos mejores. Se dirigen a la colonia Pensil, lugar de renombre por sus habitantes, los cuales se dan el lujo de hacerle la vida imposible a cualquiera que no sea del “barrio”.
Entran al cuarto rentado. Cada uno deja su escuadra en el buró. Valentín arroja su par de dados. En el mueble se puede apreciar un cenicero con bastantes colillas. Algunas pintadas con labial barato, que ponen en evidencia las parrandas de ambos sujetos. También hay una botella de tequila vacía y una cerveza, en la que se puede mirar que una cucaracha probó suerte, al poner a prueba sus clases de natación.
Los dos sujetos comienzan a discutir. Desde un póster, Sabrina, la actriz chichona, los mira como no queriendo, con sus cuatro ojos muy abiertos. Lo ocurrido en el callejón dejó a Simón muy aturdido, debido al juego que se que echaron para no morir.
—Eres un pendejo. Piensas que siempre la vamos a librar así.
—No lo sé. No me estés chingando ahorita.
Valentín se deja caer sobre el catre que está en la esquina del cuarto. Lo alquilan desde hace más de medio año. El catre chilla. Sus resortes piden clemencia al estirarse. No les queda más que lanzar un quejido al altar de la Reina Madre que está adornado con una veladora y un ramo de flores de plástico. En algún tiempo fueron rojas, ahora son de un gris oscuro. Ella es cómplice sorda de los ronquidos que Valentín lanza al aire, irrumpiendo así en la tranquilidad del cuarto.
Simón se sale, no sin antes azotar la puerta y darle un recuerdo maternal a su amigo. La vecina de al lado grita una majadería. Aún no se acostumbra al escándalo. Un pequeño se vuelve cómplice al iniciar sus lloriqueos.
Valentín da la media vuelta. Se para. Quiere cagar. Toma una revista de Playboy y un cigarro de la cajetilla de Marlboro. Lo enciende y se acomoda en el retrete. Hojea la revista. No hay nada que le agrade. Se pone a pensar en lo ocurrido en el callejón como si fuera un filósofo. Sus gestos indican que está preocupado.
Se levanta de la taza. Camina hacia el sillón. Toma el periódico de anteayer y lee el párrafo que dice: “El Tiburón fue muerto por pleitos entre bandas tepiteñas”. Era su hermano. En el callejón lo mataron por no pagar a tiempo. Valentín ve la imagen de su hermano, la cual lo muestra ensangrentado por un certero plomazo en la cabeza. Le grita al periódico, clamando justicia. El pedazo de papel es arrojado al otro extremo del cuarto.
Se levanta furibundo del sillón e intenta tomar un trago de la botella de tequila. La arroja contra la pared, al notar que está más seca que su alma. Enciende el enésimo cigarro. Toma la escuadra del buró. La revisa. Saca el cartucho. Cuenta las balas. Toma el par de dados. Suman un siete. Su número de la suerte desde pequeño.
Agarra su gabardina del mueble. Guarda el arma. Se para frente a la imagen de la Virgen. Se persigna con los dados en la mano. Sale del cuarto. Azota la puerta. Le hace una seña obscena a la vecina con el dedo, al momento en que ella sale. La mujer se mete corriendo. Conoce los gestos de Valentín. Esta ocasión es peor que otras veces.
Toma un taxi. Le da la dirección adonde quiere ir. Los dados en sus manos dan una y mil vueltas. El taxista los observa con miedo por el retrovisor. Valentín lee el tarjetón del taxista. Rodrigo González González.
—¿Qué, Rodriguito? ¿Por qué me miras así?
—No, jefe. Cómo cree responde nervioso el ruletero.
—Aquí tengo pa' pagarte. No soy tan culero. Se ve que tienes familia y hay que darles de comer, ¿o no?
—Pues sí.
—Te molesta si enciendo un cigarro.
—No, para nada.
—Préstame tu encendedor.
—Aquí esta.
—Fúmate uno conmigo, pa' los nervios.
Valentín le indica al chofer que lo deje en la esquina. Saca un billete de doscientos pesos. El ruletero le dice que no trae cambio. Valentín le responde que se lo quede, que no importa. El taxista, al ver a Valentín cerrar la puerta, huye como si le hubiera dado chorrillo y no hubiera un baño cerca.
Entra al callejón en donde unos hombres juegan a la baraja y otros más, con los dados. Llama al Pelón y le pregunta por el jefe. Responde que está ocupado con una de sus viejas. Se pasa de filo sin importarle las advertencias del tipo. Entra al cuarto despacio. Mira a los amantes en pleno acto. Lanza los dados al piso. Los dos saltan al percibir que alguien los está observando. El jefe lanza un grito de enojo.
Valentín sale a la luz. Le dice al jefe que hay que pagar las deudas. Saca su escuadra y les dispara a ambos amantes, sin importarle el escándalo. Ver los gestos moribundos de ambos sujetos lo llena de entera satisfacción. Recoge sus dados del piso. Sale de aquel cuartucho mal iluminado, con la frente en alto.
El Pelón lo intenta detener. Valentín le suelta un disparo en la pierna y lo deja inmóvil. Afuera del lugar siguen jugando como si nada. El sonido de los disparos es el pan diario del callejón. Toma un taxi y le pide que lo lleve a su casa.
Simón lo ve entrar mientras degusta un pollo rostizado que compró para comer. Ve la gabardina de Valentín, con manchas de sangre en la parte baja. Se niega a preguntar qué sucedió. Valentín sólo le dice que le pase una pieza de pollo. Mientras comen, le dice a Simón que compre el periódico mañana.

El voceador del crucero se acerca a ellos. Simón le pide el Informante. El chico con una mirada amenazante se lo da. Observa a Valentín con odio. El chamaco del periódico saca un revólver. Se lo vacía a Valentín por todo el cuerpo, gritándole que mató a su padre. Los dados de Valentín quedan bajo el asiento. Marcan el número siete.

Texto agregado el 12-05-2009, y leído por 1203 visitantes. (0 votos)


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