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TODO LLEGA A SU TIEMPO


Sentado frente a la Olivetti sigo escribiendo la historia, aquella que quise terminar y que por culpa mi estupidez para escribir dejé inconclusa. Tal vez porque nunca he podido dejar atrás la mediocridad. La única ocasión que publiqué algo fue en el concurso de la revista Punto de partida. Estúpido fue pensar que ganaría el primer lugar.
La mediocridad no me lo permitió. Sí, eso fue lo que pasó; al no creer que podía superar a los demás, sólo conseguí quedar marcado con un tercer lugar que nunca fui a recoger. Para qué quiero un borlote de libros. No es fácil aceptar que el cuento no superó los estándares que pedían. Si sólo hubieran leído la historia con calma, habrían sido capaces de comprender la necesidad de salir adelante, con el talento que alguna vez robé.
Me comprometí ha ya no hacerlo más, desde la última vez que me cacharon los de lite en la prepa, en el concurso de Día de muertos. Hubiera sido original como Benjamín, él sólo buscó algo con qué concentrarse y ¡pas!, le salió a la primera. Estos vagos recuerdos acaban por destruirme.
Tomo la botella de brandy que tengo guardada en el escritorio. En el vaso de cristal que uso se refleja un rostro. Con un gesto de incomodidad lo aviento y se estrella en la pared manchando el cuadro de Van Gogh pirata que compré en un bazar. Intento ir a limpiarlo. Lo dejó así. Enciendo un cigarro. Con un bocanada de humo de por medio, apenas y puedo observar la mosca que intenta posarse en el manchón de alcohol que dejé hace un minuto.
La observo volar. En mi mente se desata la burda idea de que ella es mejor que yo, porque no tiene de qué preocuparse. Sólo volar, posarse donde sea, hasta en un esquirol de mierda, sin que nadie le diga nada. A veces quisiera ser una mosca. Es lo único que alcanzo a pensar, mientras una idea vaga se introduce en mi mente y la pongo por escrito.
He dejado de escribir. Están tocando a la puerta, tal vez sea el idiota de Rodolfo que ha venido a molestar. Para mi sorpresa es Chinaski que ha venido a invitarme unos tragos y una que otra de sus mujeres. Lo rechazo porque no me interesa andar de parranda hoy.
Me grita que soy un hijo de perra y que me partirá en dos. Siempre lo dice, pero la verdad es que se doblega cuando le digo que me he echado a una de sus “mujercitas”. Da la media vuelta y se va. No sin antes darme un golpe en la cara. Sólo consigue sacarme sangre de la nariz. Lo maldigo y le grito en su cara que siga escribiendo sus poemitas a ver quien se los vuelve a revisar, porque yo, ya estoy cansado de sus sandeces. Cierro la puerta. En verdad recapacito lo que digo, cuando me limpio la nariz. Viejo indecente, hijo de perra. Soy su admirador número uno, ¿quién lo diría?, editor y admirador en un solo ser. Vaya conflicto.
La mosca deja de rondar el sitio alcoholizado, las ideas que tenía parecen irse con el insecto. Dejo la Olivetti en el escritorio. Salgo a tomar un poco de aire fresco.
Cierro la puerta del departamento, la señora López me da las buenas tardes. Enmudezco cuando la veo. No resisto observar el pronunciado escote trae. Me ha contado que trabaja de secretaria en una oficina de gobierno. En otras ocasiones le he abierto la puerta del edificio. Por ejemplo, cuando viene demasiado ebria como para sacar las llaves y abrir por su cuenta. A veces, me dice que tiene reuniones extraoficiales con su jefe. La ignoro mientras le abro la puerta. Una sonrisa fingida es lo único que obtiene cuando la invito a pasar.
Camino por la calle y entro al Oxxo. Pido una botella de Bacardí. Enciendo un cigarro, ignorando el letrero de No fumar. El encargado me mira con resentimiento. No me interesa. La nicotina ya forma parte de mi cuerpo, es ella quien manda en este momento. Además, el humo del cigarro calma mis nervios. Después de tres asaltos seguidos, no soporto salir a la calle.
De regreso a casa, la idea anterior regresa a mi mente, como si alguien estuviera dictándome. Tomo el ticket que me dieron y comienzo a escribir sobre él lo que sigue de la historia.
Chinaski patea la puerta, riendo a carcajadas. Dos risas levemente femeninas hacen que me desconcentre de lo que pensaba gritarle. Ambas traen consigo una botella de William Lawsons. Cada uno de ellos toma una silla. Me acerco al oído de Chinaski reclamándole: por qué no me avisó que iba a venir; siquiera para limpiar un poco. Me recrimina lo que le había dicho en la tarde. Le doy un abrazo. No hay problema, la noche es joven.
Guardo el ticket en la bolsa del pantalón, asustado, porque un automovilista me pita mentándome la madre. Un gargajo invade mi garganta. Se lo escupo en la carrocería roja; recién pulida, pues al momento en que lo lanzo se puede reflejar el coraje con que lo hago. El rechinar de las llantas del carro hace que me eche a correr a la avenida. La última vez que enfrenté un altercado así me quedó un ojo cerrado.
Saco las llaves del pantalón, abro la puerta. Estela me da las buenas noches. Encojo los hombros. Una voz chillona sale de mi interior contestando el saludo. Ella me da un abrazo y me dice al oído que me desea. No le creo. Cuando la volteo a ver, escucho su risita malévola.
Entro al departamento. La mancha sigue ahí, la mosca se ha decidido a defecar el lugar. Los pequeños puntos negros en la pared dan evidencia de que ha marcado su lugar.
La hoja que dejé en la Olivetti ha sufrido una ofensa por parte del ser ojón. Sus caquitas han dejado huella en el papel. Saco la hoja sucia con el último párrafo de la historia. Inserto una nueva. Al verla en blanco, un destello en mi mente me indica que es hora de continuar escribiendo.
Hey, Chinaski, convídame un poco de esa mierda. No creo que seas el único que quiere escapar de las imperfecciones de este mundo. Tomo la botella entre mis manos. Le doy un trago largo, queriendo quemar mi garganta de una vez por todas.
Las mujeres, con movimientos torpes, dan indicio de que quieren pasar a un mejor lugar. No le niego la posibilidad a una de ellas. La llevo a la cocina para consumirnos es una misma carne putrefacta. Los gemidos de la mujer estorban el sueño de los tórtolos que decidieron quedarse en la sala, a procrear gérmenes.
La historia toma buen camino. Es lo único bueno que ha salido desde la vez del concurso. Tal vez sea hora de incluirme en otro. Uno en donde pueda ganar algo. Sin embargo, el sólo hecho de pensar que no puedo ganarme nada ha roto todos mis ideales desde que comencé a sentirme escritor. El seguir pensando así me ha orillado a aislarme de casi toda la gente, no quiero saber más. Prefiero seguir encerrado en mi mundo, en donde me siento superior, en donde me siento libre de hacer lo que quiera y decir lo que pueda. Es ahí donde me libero de todos. El cuento me pide un cierre. Aún dudo como terminarlo.

El despertador suena. Es hora de salir y enfrentar mi destino. Cierro la puerta, la señora López me da los buenos días, no puedo evitar ver que salió a tirar la basura. Trae puesta una bata que deja ver sus atributos, la lengua se me traba al darle los buenos días. Me retiro de aquel lugar aún con su imagen.
Entro al café internet que está debajo de edificio donde vivo. Elvia me saluda. Se me queda viendo de arriba a abajo como queriéndome devorar con la mirada. Ella tiene una belleza incómoda, sus lentes de fondo de botella no le ayudan en nada al conjunto de su físico regordete. Le solicito una máquina y rozándome la mano me indica que tome la uno. Me siento, pero no puedo negar que la mirada de aquella mujer me desagrada.
Entro a la página de Palabras Malditas e ingreso la clave. Algunos de mis cuentos favoritos los he leído ahí. Una convocatoria hace que mis labios articulen una sonrisa, al momento en que leo el premio que otorgan. De repente la historia que empecé a escribir resurge en mi mente dándome pauta para seguir escribiendo.
Hey, Chinaski, levántate ya, hijo de perra, holgazán, hay que limpiar el tiradero. Las chicas que estaban anoche se fueron temprano. Al parecer ya están entrenadas para huir cuando de quehacer se trata. Propongo festejar de nuevo el éxito obtenido con tu nuevo libro Chinaski, hay que brindar por el éxito. Ajá, responde.
Busco algo de alimento. Después de años de experiencia alcohólica, las resacas no me hacen nada. En la estufa aún hay un poco de frijoles con ajo que dejó la mujer que me acompañó anteayer. Chinaski recoge su chaqueta. Sale por la puerta como rata que sospecha que el barco se va a hundir.
Mando a imprimir el archivo ya escrito para traspasarlo a la Olivetti, nunca he comprendido la necesidad de ocupar un medio electrónico para escribir, prefiero lo antiguo puesto que va con mi personalidad. Elvia me da la hoja impresa. Al momento de pagarle, me toma de la mano y me acerca hacia ella. Por un instante pude oler su fétido aliento a hamburguesa, mientras que el mío de alcohol hace que se aleje de mi rostro, me da un beso en la mano y me dice que no es nada, mientras introduce una notita amorosa en la bolsa de mi camisa.
Salgo de ahí, no sin antes escuchar el suspiro que hizo voltear al cliente que estaba a mi lado. No leo la nota, me encamino hacía el Oxxo, no resisto más estar sin un trago. El dependiente de la tienda me sigue mirando de mala forma. Le pido que llame al encargado del lugar. Con un gesto de fastidio me dice que es él, le pido su nombre pero se niega a dármelo. Un tipo gordo y calvo sale de un pequeño cuarto. Me pregunta cuál es el problema y le indico que el chico me trata muy mal desde el otro día. Lo comienza a regañar frente a mí; yo sólo le pido que me dé el nombre del chavo; “Jorge Méndez”, me dice el calvo. Lo apunto en la notita de amor que traigo en la bolsa. Pago y me salgo del lugar. Enciendo un cigarro.
Me siento en una banca del parque, dejo que el humo del cigarro siga su curso, un perro se acerca a mi lado. Lo pateo, odio a este tipo de animales desde la vez que me mordieron en casa de una tía. Destapo la botella que compré y le doy un buen trago. Un policía me dice que no puedo hacer eso en la vía pública. Lo ignoro. En el momento en que saca su radio para llamar una patrulla me echo a correr. Agitado por la carrera me quedo sentado en las escaleras del edificio pensando en lo que pasó. Saco la nota amorosa y comienzo a escribir lo que resta de la historia.
Chinaski regresa porque ha olvidado su billetera, o al menos eso cree. Pasa. Se sienta en una silla y le convido un trago de la botella que traigo en la mano. “¡Mendigo bastardo, traga solo!”, grita por toda la habitación. Ríe como loco. Se agacha debajo del sillón donde estuvo con su amor. Encuentra su billetera. Nunca se sabe con las mujeres galantes, dice mientras cuenta su dinero. Ya no me la hacen. Pide la botella. Le da un sorbo grande.
Me invita a las carreras de caballos. Da otro trago. Le respondo que sí. Antes tienes que comprar otra botella, hijo de perra. Además te toca invitar a las mujeres. Me río y respondo que sí. Mi mente se pone a pensar que es un viejo indecente. No importa. Por cierto, cómo vas con tu nuevo libro, aquel de Relatos de... Se limita a responder con un ajá.
Por fin he terminado, doy un suspiro por haber hecho tan pronto, nunca imaginé acabar en unas cuantas horas, mis demás obras inconclusas han de estar nadando con algún trozo de mierda en el alcantarillado. La mosca que ronda la habitación ha decidido posarse en el techo del departamento, al parecer también ése es su territorio; de igual manera, está marcado. Le hace compañía otra mosca que también ha probado suerte con el manchón de alcohol.
Al ver la obra terminada decido ir al internet de nuevo, aunque me desagrade ver a Elvia. Entro al sitio, no la veo a ella sino a su prima; la conozco porque tiene hay foto pegada en el monitor de Elvia. La veo de frente y me pongo nervioso; le pido ayuda para transcribir mi texto del papel a la computadora y poder enviarlo al concurso. Con toda la paciencia del mundo me dice que sí. Se para de donde está y se dirige a la computadora. La veo por detrás. Sus prominentes atributos me dejan perplejo; al sentir mi mirada obscena me invita a sentarme con un gesto amable.
Al terminar de escribir intenta mandar mi cuento al concurso, me pregunta el título de dicha obra y le digo que se llama El Revisor por la trama que trae; intento contarle la historia, pero entra el chico del minisuper, que se me queda viendo con coraje. La prima de Elvia me deja con la computadora y se va a atender al muchacho. La veo, enojado, por última vez y envío mi texto. Le pregunto de mala gana cuánto es. Le pago y salgo de ahí no sin antes mirarle los senos. De nueva cuenta me lanza su amenaza visual. La ignoro. Enciendo un cigarro mientras voy en dirección al parque.
Las ganas de orinar hacen que me pare de manera inesperada de la cama, aventando todas las cobijas al suelo. Voy corriendo hacia el baño. Un chisguete muy fuerte hace eco dentro del departamento. Maldigo el momento en que una mancha amarilla hace gala de presencia en la orilla de la taza. La limpio con un trozo de papel higiénico, pero se humedece en conjunto con mi mano.
Entro a la regadera para limpiar mi honor. Salgo de ahí y, mientras me visto, de reojo miro en el calendario el día veinte de mayo, marcado con un círculo rojo; a un lado del círculo está la inscripción Resultados del Concurso. Me visto rápido y me perfumo como si fuera a ver una edecán de ésas que hay en el Aurrera. Salgo del edificio y corro hacia el local del internet.
Para mi sorpresa, Elvia está junto con su prima, tal vez viboreando acerca de las clientas que llegan al local. Estoy tan emocionado que no le pido ayuda a ninguna de las dos tipas. Entro a la página de internet y miro los resultados 1er lugar El revisor de Orlando Quintana; no lo pude creer cuando lo vi en el monitor. Por primera vez había ganado algo en toda mi vida, aparte de las infracciones, los constantes acosos de Elvia y las mentiras de Estela.
Me emociono tanto que abrazo a Elvia y le planto un beso en la boca adornada por un barro; a su prima la abrazo con tal fuerza que puedo sentir cómo su implante de seno se apretuja entre mi pecho y el de ella. No siento la cachetada que me da, salgo gritando por la calle: “¡Vida, me pelas los huevos!”, tan fuerte que varios señores me voltean a ver de manera extraña. Por fin voy a poder comprar el traje de diseñador que quiero, pagar el teléfono, cenar decentemente en un restaurante caro...
Luego de pensar en que voy a gastar el dinero, salgo a comprar una botella de brandy a una vinatería y la abro en ese mismo instante. Le doy un trago tan fuerte que casi me ahogo, me voy corriendo a mi apartamento. La mosca que estaba en el techo, vio su perdición en un trozo de pizza hawaiana de hace tres días, su compañera hace lo mismo en un trozo de piña. Me siento en el sillón a terminar la botella...

Cuando despierto, mi pantalón tiene una gran mancha amarilla, la cual confundo con el alcohol de hace unas horas. Me meto a bañar de nuevo y decido ir a confirmar la entrega del premio a las computadoras. Elvia y su prima me ven de manera extraña. Entro otra vez a la página. Me doy cuenta de que he sido timado; mi nombre desapareció del primer lugar para pasar al tercero; la decisión del jurado me hace perder toda la esperanza que tenía fundada. El nombre que veo en aquel monitor me deja congelado: Jorge Méndez, Cómo está tu corazón; aquel desgraciado me ha arrebatado el gran premio. Mis sueños se fueron por la taza del baño. No me queda otra opción más que irme a casa.
Entrando al edifico, la señora López me deja impresionado. En esta ocasión su escote iba más allá de mis pensamientos. Me saluda como de costumbre, pero su aliento la delata. Un carro afuera del edifico toca el claxon con desesperación. Mientras, la señora me da una tarjetita con su número de celular y la hora en que ella regresará para que le abra. Sólo una sonrisa se dibuja en mi rostro, aunque no es suficiente como para alegrarme. Estela va saliendo del elevador; con un gesto la hago desistir de acercarse.
Abro la puerta del departamento. De la mesa tomo la botella de brandy, le doy un sorbo tan grande que hace que me ahogue. Azoto la botella en la mesa. La mosca queda impresa en el trozo de papel donde está mi obra maestra. Del coraje acumulado rompo todas las hojas que componían dicho texto. Sigo tomando lo que resta del líquido; hace que se me olviden los crueles recuerdos que se mofan de mí.
Me paro del sillón al escuchar los fuertes toquidos que dan en el timbre del departamento; los ignoro porque hay pequeños monstruos que a veces me juegan bromas. Al oír tal insistencia bajo a abrir. Es la señora López; me saluda con las buenas noches. Su aliento etílico no me molesta, puesto que el mío es peor. Le abro como siempre. De pronto recuerdo la nota que me dio en la tarde. Me planta un beso que me deja atónito. Le digo que se calme. No hace caso. Sigue enredándose con mi lengua. No sé ni cómo subimos a mi cuarto.
Cuando se quita el vestido que trae, me sorprende tanto que suelto un “¡Señora López!”. Ella muy pícara me sonríe, pero a la vez hace que se me erize la piel. Me dice que no la llame más “señora López” que se oye muy mal, me hace saber que se llama Magali; éste es su nombre. Al mismo tiempo, va diciendo que me ha estado observado desde hace tiempo, pero que yo nunca le hago caso. Le digo que se olvide de todo...
Enciendo un cigarro cuando todo acaba. Me paro de la cama y me asomo por entre las cortinas. Sólo un pensamiento invade mi mente. Todo llega a su tiempo.

Texto agregado el 12-05-2009, y leído por 257 visitantes. (0 votos)


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