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–se recomienda leer este cuento escuchando “Every breath you take” de Police-

¡Dios, cuantos meses llevaba metida en aquella habitación! Apenas recordaba el ritmo de la vida, sus olores, la brisa, el color, las risas......... Un año y diez meses había estado atada a aquella mesa que ahora le parecía maldita. Se había dejado seducir por un mañana y su vida iba marcada por un quehacer rutinario y sin emoción. También sola, por que los que la conocían habían partido por nuevos caminos y ella se había hecho solo un recuerdo ya casi olvidado. Tenía veinticuatro años y llevaba dos allí, en aquel cuarto pintado de blanco, con una ventana con las persianas siempre echadas, amurallado para no dejarse vencer por la atracción de la luz del día y el sonido de la noche. En él solo había una mesa gris, una estantería repleta de apuntes todos ordenados en sus correspondientes carpetas y cuatro paredes blancas, ausentes de todo. Los exámenes serían pronto. Después tendría tiempo de vivir se decía con unos ánimos exaltados.

Y pasaron otros dos años. Dos más dos. Y la habitación continuaba con su mismo color blanco purísimo. Se miraba cada mañana a un pequeño espejo donde solo cabía el reflejo de su mirada y detrás de los ojos veía unos labios rojos. Giraba el espejo y lo dejaba hasta la mañana siguiente. Se hacía muchas preguntas y las dudas ganaban cada vez más espacio en su alma y muchas de ellas venían por la incertidumbre de saber que habría pasado con aquellos labios rojos que saboreó hacía ya cuatro años.

Justo antes de enclaustrarse para preparar aquellas malditas oposiciones que se hacían eternas y no les veía fin, se fue de viaje. Estuvo dos meses fuera, saltando de país en país, sin rumbo fijo, solo con una mochila y un bono para viajar sin límite en los trenes de toda Europa. Era parte de su sueño. El siguiente sería, tras asegurarse el futuro –si es que algún día lo conseguía-, repetir la experiencia pero durante al menos dos años y ampliando el viaje a todo el mundo, o al menos el que le diera tiempo a llegar. Recordaba la planificación que con quince años hizo de su vida:

22 años: carrera terminada –aun no tenía claro si sería economista o abogado-; 24 años: habría aprobado algún tipo de oposiciones –era lo más seguro y estable-; 26 años: pediría una excedencia durante dos años para poder dar la vuelta al mundo; 28 años: ya de vuelta de su viaje se compraría un piso y buscaría pareja; 30 años: se casaría; 32 años: tendría su primer hijo; 35 años: tendría su segundo hijo; 38 años: tendría su tercer y último hijo; 41 años: se compraría una casa en el campo; 45 años: se pediría una segunda excedencia, esta vez para escribir su primer libro y viajar; 47 años: se reincorporaría al trabajo. Y de ahí en adelante combinaría el trabajo con las excedencias para poder realizar largos viajes y escribir.

Estaba todo muy bien planificado. Sabía que llevaba un pequeño retraso de dos años, pero que no trastocaba su proyecto más que en retrasar en dos años todos los puntos. Sin embargo llevaba días dándole vueltas a lo mismo, aquel beso, aquellos labios. Se daba cuenta de que la pared blanca tomaba forma de labios y se tornaba a un rojo intenso. Tan rojos como los zapatos de aquel viejo anuncio en el que la canción de Police “Every breath you take” inundaba todo.

Además esa fue la canción que sonaba mientras la besaron aquella última vez. Fue en Praga, era el final de su viaje. Llegó muy tarde a la ciudad y el metro ya no llegaba hasta el albergue que había elegido. En su mismo caso estaban otros tres chicos que se bajaron a la misma vez que ella del tren y coincidieron preguntando en la oficina de información. Eran dos hermanos y la novia de uno de ellos. Eran de Chile y pronto empezaron a hablarle del desierto de Atacama y el Valle de la Luna, había sido su anterior viaje. Le mostraron unas fotos como de otro planeta, las formas y las sombras daba sensaciones totalmente extraterrestres. Mientras charlaban terminaron en un parque, no tenían otro lugar para pasar la noche, además no hacía demasiado frío, era verano y la luna los arroparía. Pasaron las horas hasta el amanecer con una conversación llena de historias, de viajes, de sueños..... Casi cuando el sol salía uno de los chicos la abrazó, estaba destemplada y el cálido arropo con aquel cuerpo la envolvió en deseo. Apenas se atrevió a moverse, no quería perder aquel momento placido, aquella noche que empezaba a perderse.

Recordaba otros momentos realmente mágicos, como aquella otra noche que pasó contando cuentos a unos desconocidos en el Albaicín a la luz solo de unas velas, o cuando voló por primera vez sobre el mar y las mariposas la acompañaban no solo por el volar o por el mar, o cuando comió churros con chocolate junto a Alberto en el café Madrid mientras leía sus primeros versos publicados, o cuando se perdió en Florencia por que quería perderse. Y podía continuar, en su vida había tenido muchos momentos extraordinarios y todos ellos estaban guardados en algún lugar de su alma dispuestos a salir cuando le hicieran falta para dibujar los sentimientos de alguna historia.

Y de todos esos momentos solo tenía en mente aquel beso. Después de estar abrazada hasta bien entrado el día, ella se giró para verle la cara. Él la estaba mirando mientras escuchaba algo que ella no podía. Ella le preguntó que estaba oyendo y él le pasó uno de los casquitos. Era Police, era la canción de aquel refresco, era aquella historia de los zapatos rojos. Y él la besó. Fue un beso muy dulce, corto, donde sobre todo sintió la carne de sus labios, como si mordiera fruta, como si en ese momento el centro del mundo estuviera en aquellos labios rojos.

Esas sensaciones no la dejaban, faltaban pocos días para volver a examinarse y solo veía el rojo en la pared blanca. No habían sido solo los labios, la habían besado muchas veces, a ella le gustaba mucho besar y de todos los besos esos días solo recordaba ese. Quizás fuera por ser el último, o quizás porque sabía que él no la volvería a besar o por que había estado acompañado de las historias del Valle de la Luna o por la canción de los zapatos rojos o por no sabe qué.

Rompió la programación que hizo con quince años, no se presentó a aquel examen que le había robado los últimos cuatro años de su vida, que la habían dejado sin besos. Y voló hasta Chile, en busca de aquel desierto, en busca de aquel rojo vehemente, en busca de decir adios a las ausencias de sentires......

Texto agregado el 13-04-2003, y leído por 525 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-04-2003 great sespir
16-04-2003 muy bueno... romero
13-04-2003 Jajaja... Increible. Primero porque he tardado justo lo que dura la canción en leerlo, segundo porque me encanta Police y Sting, tercero... buuuf... hay muchas cosas... ese anuncio de Schweppes...muchas cosas yihad
13-04-2003 Maravilloso, aqui hace una hora acaba de amanecer, y al leer tu relato, me dije, ! Que suerte he tenido de nacer ! besitos Aire
 
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