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... Una cena deliciosa divagaba.

La verdad, todos sus platillos siempre ganaban elogios, aplausos y solicitudes de porciones extra.
Menos de una persona, claro está. En una ocasión había despreciado su soufflé de yuca y salmón (¡El soufflé de yuca y salmón que había enamorado el paladar de su jefe y le había valido un merecido aumento!) por dos cervezas y un platón de canguil para ver el clásico del astillero.

Pese a todo, empezó.

Lo básico, picar verduras. Cebollas. En juliana. Las violáceas semiesferas se volvían finas plumitas a una rapidez fruto de años de práctica. Y rápidamente a una fuente con agua para evitar las lágrimas.
Lágrimas que había vertido incesantemente, producto de desprecios, malos tratos, ideas impuestas, y la rabia de ser víctima de su propia estupidez y conformismo...

Tras eso, había que moler unos dientes de ajo, junto con granos de pimienta. A la cebolla, ya transparentándose en la sartén. Un vaho surgió, picante y cáustico.
... como la mayor parte de recuerdos a su lado. ¿Cómo pudo cambiar ese hombre tan lleno de amor, deseo y romanticismo en una insensible máquina de trabajo, que creía que los sentimientos se podían adquirir con una joya cara o un viaje a Europa?

Una vez incorporados los aromas y los ingredientes, procedió a vaciar una porción de vino blanco. El alcohol escapó raudo por entre las burbujas violentas de la reducción. El sabor quedaría atrapado.
...podría ser la causa de muchos de los males atravesados. Un vaso de whisky en su mano era prácticamente su adorno inseparable. Pero no sólo uno. Litros y litros habían corrido ya por esa garganta enronquecida y soez, que ya embotada la decencia bajo la capa de licor, disparaba a discreción dardos de desdén, insultos y desprecios que sin importar lo borracho que estuviera, daba siempre en el blanco.

Bien. Es hora de darle consistencia a la salsa. Primero añadió un poco de crema de leche y tras eso un roux que tenía guardado para espesar cualquier preparación. Le complació el albo color.
... tanto como su vestido de novia. Se sentía ebria de felicidad la vez que desenvolvió el paquete y observaba los múltiples detalles de esa obra de arte. Pedrería, cristales y una cola imponente. Salido de la genial mente de un italiano cuyo nombre ya había sido olvidado. Como los votos de amor y respeto que aquel día él juró respetar y seguir.

Para lograr la textura adecuada, vació la salsa caliente en un tamiz chino donde toda rugosidad y aspereza serían separadas de la sedosidad líquida que se decantaba en una ollita.
.. si tan sólo pudiera asimismo tamizar todo lo malo que había acontecido en todos estos años de "feliz matrimonio", como la prensa solía retratar en esos eventos que asistían más por obligación que por gana propia... Muy posiblemente necesitaría tamizar lo malo más de una ocasión.

Lista. La salsa estaba preparada. La mantendría caliente en una fuente mientras cortaba gruesas obleas de un fresco atún. Era un buen cuchillo. Cortaba la carne sin mucho esfuerzo. Cuatro rodajas gruesas que fueron pulcramente salpimentadas.
... a pesar que las agresiones físicas fueron contadas, cada insulto, cada vejamen, cada desdén, sajaba la superficie de su corazón con una eficacia inaudita. Y el dolor. ¡El dolor! ¿Qué analgésico pudiera ser lo suficientemente eficaz para este padecimiento, que atenazaba su alma una y otra vez y la hacía retorcerse por dentro, royendo la siempre sonriente máscara que llevaba por cara?

La plancha aceitada ya humeaba por el calor. No más de 2 minutos por lado. El pescado sólo debía cambiar su sabor con la cocción, mas no su textura. No deseaba tener suelas de zapato con sabor a marisco. No. La carne pálida debía separarse delicadamente y mantener la suculencia necesaria para que cada bocado cantase al ser ingerido.
...¡qué joyas, qué viajes, qué autos del año ni qué nada! Ella en verdad necesitaba calor, ternura, un "te amo" ocasional, un abrazo, una caricia, ¡algo que la hiciese sentir amada! Mas él, terco como mulo, insistía en cargas materiales que finalmente se vestían de polvo arrinconadas en el lujoso closet.

Justo al momento de armar el plato que le tocaba a su marido (tres filetes contra uno solo de ella) oyó el claxon y la voz de la mucama que fue a esperarlo en la puerta y a recoger su abrigo. Un mal día en el trabajo. Lo decían la falta de saludo, el rostro avinagrado, ceñudo; la fuerza con que el abrigo se estrelló contra el pecho de la mucama y el iracundo ademán de apartar la silla y tirarse sobre ella. Y de solicitar de un grito acompañado de una maldición su cena caliente.

Ella, abnegada y sumisa trajo los platos y los colocó reverencialmente en la mesa. El hombre masculló algo parecido a que otra vez este maldito pescado de mierda, que uno se mataba trabajando y más que sea tenía derecho a una comida decente en el día, pero no, la cojuda de la señora se ponía a inventar pendejadas y mariconadas para quererlo amagar con lo de buena comida.
Ella, impasible. Arrancaba pequeños pedazos de su filete y con secreto placer, los saboreaba. ¡Qué delicia! ¡Qué textura! ¡Qué sabor! Esa pequeña sinfonía en su boca casi podían aplacar el chorro de palabrotas de su esposo.
Calló su retahíla de insultos tras meterse medio filete ensalsado en la boca y tragarlo con una mueca de asco. ¡Ni siquiera podía ponerle sal a esta huevada, la gran puta! ¡El salero, el salero, carajo!
¡Por Dios! ¡Bien sabes que el exceso de sal te hace daño! ¡Tu hipertensión te va a matar a la larga si sigues echándole tanta sal a la comida!
Tres mitades más de filetes deglutidos casi sin masticar y ya sin insultos. Un silencio pétreo flotando entre los esposos.
Que se rompió con un gorgoteo convulso.
El hombre sujetaba su garganta, mientras sentía cómo el aire que pugnaba por entrar no oxigenaba su sangre en absoluto, mientras una espuma densa llenaba de a poco todos sus bronquios, cuya mucosa se hinchaba más y más por momentos. Su campo visual se iba oscureciendo, cubriendo de negro la imagen impávida de la esposa. Pero la piadosa inconsciencia no lo bendijo en los cinco minutos que duró su agonía hipóxica. Toda la angustia y la desesperación de no poder respirar lo torturó hasta que en una última convulsión expiró.
Su esposa soltó un largo suspiro.
Sabía que esa hipertensión y el exceso de sal lo mataría.
Pero a la larga.
El cianuro colocado en el salero fue mucho más eficaz...
Ahora, a fingir lágrimas de dolor mientras tramitase el papeleo de la cremación.

----- ATÚN ASADO CON SALSA DE PIMIENTA ------

INGREDIENTES:
Dos rodajas de atún fresco
Una cebolla
Un vaso de vino blanco
5 granos de pimienta
Un tercio de taza de crema de leche
2 dientes de ajo o pasta de ajo al gusto
Aceite de oliva
Dos cucharadas de roux (mezcla cocida de harina y mantequilla convertida en pasta)
Sal y pimienta al gusto.
PREPARACIÓN:
Pique bien la cebolla y rehóguela en una cucharada de aceite de oliva sin que se dore. Añada el ajo picado o hecho pasta junto con los granos de pimienta molidos groseramente. Cuando sienta el aroma incorporado, añada el vino blanco y deje que el alcohol se evapore. Añada la crema de leche y bata vigorosamente mientras añade el roux hasta homogenizar todo. Retire la sartén del fuego y pase la salsa por un tamiz chino y reserve.
Salpimente bien las rodajas de pescado y caliente un asador o grill tras pincelarlo con aceite. Ase el atún dos minutos por lado y retírelos del fuego para no sobrecocerlos.
Sirva el atún con la salsa, una ensalada fresca aparte y una guarnición de chips de papas. Un vino blanco combinará bien con la cena.
PS: No olvide omitir el cianuro.

Texto agregado el 05-05-2009, y leído por 68 visitantes. (0 votos)


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