Estaba deprimida en su cuarto, intentando concentrarse en un libro que ni siquiera entendía cuando le pareció escuchar algo en su ventana. Había sido un día muy largo. Una de sus amigas había llorado y sintiéndose mal con ella misma no supo que decirle. Esa misma tarde se había preguntado quienes serían sus verdaderas amigas pues no sentía que la escuchaban o que la quisieran de verdad.
Estando al borde de las lágrimas, sin saber la razón de su existencia, un rayo de luz apareció en la noche lluviosa. Ahora estaba segura, alguien tocaba en su ventana. Incorporándose se asomó y vió algo que sólo en sueños podía esperar. ¡Era él! Aquel niño que veía discretamente todos los días en la escuela y en las noches cuando dormía. No lo podía creer, pero así era. Se apresuró a abrir la ventana y antes de que pudiera preguntarle algo él acabó por subir la escalera, entró empapado y la agarró entre sus brazos para despejar todo lo que le agobiaba con un beso. El más tierno beso nunca. Así como llegó se fue sin romper ese mágico silencio y regresaba cuando ella más necesitaba de alguien.
Fue un amor alegre que apoyaba y escuchaba los deseos del otro al tiempo que se adoraban. Ya no podían estar el uno sin el otro. Nació de la soledad y necesidad pero llegó a ser mágico y un toque de esperanza para ambos.