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[..supongo que no a muchos les importará esa parte de mi vida, pero si hay algún consejo, es bienvenido. Aquí pocos me conocen, por tanto es más facil darlo a conocer aquí...]

***

Algo no muy común en mí, como algunos sabrán… Y es que aquí, sentado, esperando en una imaginaria línea limítrofe que la burocracia pobre y centroamericana decida cuando se pasa y cuando no, me encuentro en una situación en la que he estado antes pero con agravantes, valga la redundancia, realmente graves. Es por muchos sabidos que mi forma de proceder cae en la normalidad de un tipo cualquiera de la región en que me tocó nacer. Soy un latinoamericano promedio, con irresponsabilidades, con alegrías, con contradicciones y ese cúmulo de valores y caracteres que vuelven a los tropicales lo que son. Sin embargo, no me considero un conformista de ese mundo pobre e ignorante al que pertenezco, sin ofender. No me atrevería a culpar a mi posición geográfica por erráticas actitudes que eventualmente pueda mostrar ni a atribuir muchos de mis logros a la especie trabajadora de las latitudes, soy un individuo diferente al resto de los demás, que también son diferentes y a su manera… Pero nada de eso tiene importancia y sólo constituye un innecesario preámbulo a la cuestión que aqueja mi regreso a la ínfima porción soberana con autogobierno, marco jurídico, costumbres, usos y acentos diversos que arbitrariamente fue llamada El Salvador por una disposición de la mayoría creyente.

Tras volver de una de mis experiencias académicas y personales más grandes y satisfactorias, me encuentro en la asquerosa posición de la nostalgia. No porque quiera volver ni porque no pase buenos momentos en el tercer mundo sino por otras razones, ajenas al so-called hombre de derecha que me encanta de vez en cuando ser. Y es que el histrionismo característico de los individuos los hace llenar vacíos con cosas que realmente no están (como cuando se maquillan economías con datos y estadísticas falsas, subsidios y empujoncitos al mercado – referencia para los más geeks). Así me tocó a mi, un característico hit and run, uno de los que no sabe conjugar ningún verbo en pareja y a los cuales el compromiso le suena a algo que se vive a los cuarenta o a los cincuenta, cuando ya no hay tiempo para conocer muchachitas indecentes (benditas sean). En fin, me fui y volví siendo la misma persona con los mismos errores y las mismas cosas buenas, las mismas adicciones y placeres tan de intelectualoides que no parece que adentro sigo soñando como sueñan los niños con abrazar a la Venus de Milo sin manos –honor al maestro al que le rento esa línea. Como no es común en un ave de paso como yo, por un momento siento la irremediable necesidad de darme completamente y sin propósitos exclusivamente eróticos, como fue norma y fuente de derecho en mi proceder pasado. He sentido la necesidad de buscar un puerto donde descansar, de buscar una suscripción a un corazón con suplementos especiales, de reformar mis políticas y llamar a unos brazos casa y a unos labios el pan de cada noche. Y qué asco realmente relacionar palabras tan fuertes e inapropiadas como futuro y prioridad. He de sorprender a algunos con esto y a otros hacerlos pensar que han oído esto de mí al menos en un par de ocasiones pero deberán saber que esta vez al menos quiero creer que es diferente, que no me equivoco al pensar que entre tantos errores que intencionalmente cometí, una vez más me daré el lujo de apostarle a la tan poco valiosa carta del dos de corazones. Las diferentes latitudes en que ambos actores de este desafortunado encuentro se localizan vuelve el citado nexo un tanto más complicado, aunque he de confesar, con lo adicto a las sanas discusiones geopolíticas y a los intrincados debates deportivos, que su forma de ser y las múltiples diferencias que hay entre ambos encantan muchos de mis sentidos y con pena reconozco que si ella fuera de las que planean detenidamente las estrategias, me he dejado caer y de la peor manera. Realmente no quiero dejar pasar una oportunidad de conocer a alguien pues me conozco y sé la distancia que mi forma de ser está dispuesta a recorrer con tal de no dejar que alguien pase la cautelosa línea en que aún tengo el control de lo que siento, y en esos términos he notado como esta vez no estoy colocando líneas imaginarias, trámites innecesarios y requisitos imposibles de cumplir para ahogar algo que no ha nacido aún. La quiero ver como se debe, a los ojos y detenidamente. La quiero abrazar para sentir que estamos, quiero platicarle de mis cosas y que ella me diga cómo es su vida y su ida y su venida y su día y su noche. Quiero ser un poco menos que aprendiz de su historia, vida y obra y quiero que ella se siente con atención a escuchar las erráticas historias de aquél que nunca cuenta nada a profundidad. Quiero leerla y que me lea, ver cine clásico junto a sus brazos, entretenernos con música mierda y carente de arte para luego beber un mocca directo de sus labios. Quiero apresurar el tiempo para encontrarla desnuda y temblorosa, nerviosa y suspirante frente a mi sombra, deseando que nos encontremos en un instante en silencio, bajo la luna y dirimamos esas diferencias entre liberales y conservadores a la forma más tradicional y efectiva. Quiero comer de su plato y que me reprenda por hacerlo, quiero que beba de mi cerveza fría y burbujeante, quiero una excepcional vida cotidiana, quiero una musa surreal que cada mañana se vea tan de verdad, con su aliento a recién despierta y sus ojitos de cinco minutos más. Quiero conocer a sus amigas y que no me desagraden, quiero que conozca a mis amigotes y se ría de las bromas machistas que surgen de, sorpresivamente, cualquier tema que se toque. Quiero llenar su casilla de correo electrónico con detalles innecesarios y que ella me llame para celebrar que son las cuatro pe eme; quiero viajar con ella y tomar fotografías estúpidas. Quiero que aprenda perfectamente mi idioma y poder compartir a los genios del desvarío artístico, la quiero llevar a oír Sabina, Páez, Auté, Filio, Lerner y otros tantos de las letras con ritmo. Quiero congelarme junto a ella viendo un súper tazón de cualquiera de nuestros equipos, que se odian, y volver a casita a olvidar la geopolítica de los primeros y diez. Quiero encontrarla por accidente en una tienda de música y escuchar de los audífonos de prueba un par de canciones que le den sentido a un día tan normal de compras, quiero recordar esas canciones con ella y accidentalmente encontrarme cantándolas al mismo tiempo que ella lo hacía y reírnos por un detalle tan insignificante. No quiero una serie de días similares y llamadas depresivas, no quiero una mujer perfecta para los estándares de la sociedad premoderna y agraria de los años treinta en la que vivimos, no quiero que lave, planche y cocine pues para eso existe el coeficiente de Gini y sus oportunidades. Quiero que me cuente de su día y sus labores como activista de algo en que creo gracias a ella y no entender nada y decirle que me explique porque soy un ignorante. Quiero que ella pronuncie mal mi nombre los primeros meses. Quiero una vida cotidiana llena de extraordinarios momentos, quiero que salgamos con gorras de baseball y vayamos a votar juntos. Quiero pelearme por qué programa se va a ver y terminar poniendo lo más neutro (noticias, que casualmente son mi segunda cosa favorita de ver). Quiero dejar de pensar en ella porque me da asco empezar a ser éste que estoy siendo. Quiero que ella exista tanto como la estoy planteando y que no sea otro de mis desvaríos resultantes de una fallida política de contención. Quiero que mis bloqueadores se distraigan y su esquinero le haga un sack a mi orgullo. Quiero besarla en este momento y seguirla ayudando en sus tareas, quiero imaginarla cometer errores gramaticales que no cometo desde que tengo ocho y ayudarle a aprender mi idioma porque es necesario que mi novia tenga mal acento.

Pero qué es lo que me tiene así… Debe ser su sonrisa tan sincera, su forma graciosa de ser y ese tipo de cosas cliché. O talvez es su adicción a debatir, su conocimiento de los temas que me gustan, su demócrata y progresista forma de ser que atrae al franquito que hay en mí. No sé realmente que es pero me mata saber que a la derecha de lo que escribo aparece su nombre pues ayer le ayudé con su tarea y su nombre aparece en los archivos recientes. Es una mierda, lo sé. Es una mierda, mierda, mierda. Sé que en unos días se me pasará –NOT- y quiero que ella no se meta en la música que todos los días significa nada. Quiero dedicarle todas las canciones y quiero también ver las películas con ella, quiero cantar en el carro con ella y quiero que me deje en paz, quiero todo y no quiero esperar. Sé que ella parcialmente siente similar y sé que también estoy exagerando porque estoy aburrido y esta parte del mundo es donde no pasa nada y donde ya me aburrí de ver el mal filme que el bus decide mostrar o ya no puedo leer mi revista o libro de predilección por la falta de iluminación natural. Sé también que todos nos sentimos así eventualmente, aunque pocos lo decimos, y reconozco que soy un huevos de agua por publicar esto para que alguien más lo lea y me de su opinión en vez de enfrentarlo como debo hacerlo, por mi parte y sin ayuda. No obstante, reconozco que requiere valor escribir esto y que no quede en secreto que alguien logró entrar.

Estoy como la gran puta y a la vez estoy feliz. No cumplí la masculina misión del viaje que era justificar la inversión con los suspiros de una señorita sin dignidad que aceptara tenderse bajo mi cuerpo mientras yo disfrutaba de algo que era un sesenta por cierto placer propio y cuarenta por ciento un hito social, score more kids, way to go, Champion!

No cumplí con dejar una corbata en la pared o robarme unas braguetas que no recordaría hasta el día de empacar. ¡Es una mierda! No cumplí y al contrario, lo hice todo mal.

Sé que es baja la posibilidad de lograr algo idílico con la presente muchachita pero a veces esta bueno olvidar la crisis –que es la excusa contemporánea al fracaso y al desvarío- con una utopía que me anime a hacer diversas cosas de una mejor manera. Que ella sea mi Ítaca y sin saberlo. Que podamos seguir riéndonos como hasta hoy. Que pueda yo seguir gravando a mis amigos con innecesarias lecturas sobre algo que no quiero afrontar solo y que ellos sientan la obligación moral de aconsejarme y decirme diversos colores de respuestas.

He escrito más de mil ochocientas palabras por esa señorita pero he escrito muchas más por la política, unos miles más dedicados a otras cosas y bastantes miles más a mí mismo, por lo que la situación no es tan grave. De vez en cuando lo único que quiero es compartir esas buenas obras de arte o los brazos que por algo estarán hechos para abrazar.

En fin, quiero hacerle llegar a ella un resumen conciso de las ideas presentadas en el previo ensayo poco racional y cual gobierno autocrático quiero filtrar la información y ocultar aquello que pueda comprometer mi posición, quiero jugar con las palabras y que ella crea que aquí hay menos de lo que hay, quiero que ella juegue a la vez y me haga sentir que pasa menos en su cabeza de lo que realmente pasa.

Quiero tomarme también una taza de café y escuchar a Cohen, quiero volver a fumar por un momento. Quiero que ella se ría algún día de estas palabras y me confiese que hizo exactamente lo mismo y, por último, quiero una cerveza.

-Dos mil dos palabras para ella.

Texto agregado el 18-04-2009, y leído por 142 visitantes. (1 voto)


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