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La primera visita fue sorprendente. No sé qué tanto para ella. La espera nerviosa al interior del apartamento fue intensa.

Cuando ella llegó, con su enorme y blanca sonrisa, no logré sentirme más tranquilo. Me resultaba tremendamente atractiva, mucho más de lo que creí que sería en persona, con solo verla, imaginaba todo tipo de cosas que esperaba que no se notaran en mi mirada, así que dije un cortés pero estereotipado “Buenas tardes”, ella me respondió el saludo, se presentó y eso lo disparó todo. Su voz era de esas voces suaves, un poco roncas, que pareciera estar saboreando cada sílaba antes de dejarla salir completamente satisfecha.

Temía hasta ese momento lucir nervioso. Ella subió las escaleras y la vi subir sin dejar de pensar en todas esas cosas lascivas, deseando poder pensar en algo más antes que ella diese vuelta. Algo que parecier aceptable como conversación. No sabía de qué podía hablarle a esta extraña.

En su mano izquierda vi el anillo más grande que jamás hubiese visto. Un gigantesco anillo de color rosa y algo de blanco, elaborado de plástico común, que parecía chocar con toda su persona y resaltaba como si fuese un tercer ojo o la ausencia de una extremidad. Dio vuelta y con esa misma mano me entregó un libro de Andrés Caicedo.

¿Lo conoces?

No, jamás había escuchado de él.

Angelitos Empantanados.

Sí, eso sí lo he escuchado.

Hay un cuento que me hizo pensar en ti, creo que puede interesarte.

Desde luego.

Viene la conversación ligera, donde pierdo el hilo de lo que se estaba diciendo porque estaba escuchando mi propio pulso y el sonido que producían sus pantalones al cruzar las piernas. Viene un comentario sobre la marca de su pantalón con lo cual siento que quedo al descubierto. De algún modo sutil cambio el tema hasta que llegamos a hablar del anillo.

Es un regalo. Uno muy especial.

Es algo grande para ser un anillo de compromiso.

Eres muy chistoso.

No es cierto, no digo nada de verdad gracioso. No puedo contar jamás un chiste.

Igual eres muy chistoso.

Espero que sea un cumplido.

Lo es. No me mires así, es en serio... El anillo me lo regaló una niña de ocho años. Como me queda grande, lo ajusté con cinta. ¿Es enorme verdad?

Sí, se ve un poco extraño.

Pero no me lo puedo quitar, ella me pidió que me lo pusiera siempre.

¿Cumples siempre lo que prometes?

Estoy aquí. Pude no haber venido, una amiga me dijo que no viniera, pero lo había prometido. Me dijo que podías ser un pervertido.

¿Crees que no soy un pervertido? Hay mucha gente que piensa que lo soy.

Eres muy chistoso. Igual, me gusta haber venido. Me hubiese quedado con las ganas.

¿No te gusta quedarte con las ganas?

De vez en cuando sí. ¿A ti?

Suelo quedarme con las ganas, soy bastante más tímido de lo que parezco. Aunque no siempre me gusta.

Sigue el silencio incómodo por un momento, mientras termino de digerir lo estúpido que sonó lo que acababa de decir. Me disculpo por el silencio.

No, no te afanes, me gusta el silencio. Cuando hay suficiente confianza no son necesarias las palabras.

Me acerco a lo que hace de sofá en mi apartamento, para sentarme junto a ella, a quedarme callado un momento.

Me mira y sonríe. Creo que entiende lo que voy a hacer.

Miramos nuestros relojes, y cada 2 minutos, nos acercamos un poco. Entre cada acercamiento, sonreímos, nos sonrojamos, actuamos tan naturalmente como podemos sin decir una sola palabra. Una vez estamos uno al lado del otro, nos miramos.

Nos acercamos. Primero las manos. Sin tocar, pero rozando, sintiendo la electricidad estática que surge de entre nosotros. Una sensación de frío me recorre y al mismo tiempo, recogemos la manta que está en el suelo y la ponemos sobre nuestras cabezas, sumergiéndonos en una penumbra que nos brinde su complicidad.

Estoy muy lejos.

Acercate un poco más.

Otro poco ahora tú.

Una vez más, zorrito.

Sus labios me rozan cuando dice eso. El beso comienza suave, con una presión leve, sintiendo cada pliegue del labio. Nos alejamos un poco y ella sonríe. Paso mi mano por su cabello. Cierro los ojos y me acerco a besarla nuevamente. Esta vez, mientras nos dejamos ir, las lenguas se tocan. La suya es una lengua suave que acaricia la mía, sin violencia. Mis manos pasan por debajo de su blusa, tocando su espalda. Ella no se detiene. La abrazo y ella sigue besándome. Paramos para coger aire y abrimos los ojos, como si hubiesemos estado sumergidos.

Hola.

Hola.

Hola extraño.

Hola extraña.

Me quito la camiseta, que siento pesada e incómoda a estas alturas. Ella pasa su mano por mi pecho, subiendo, recorriendo con mucha calma, pero sin dejar de verme a los ojos. Puede ver como paso saliva cuando detiene su mano en el centro. Sonríe, como si fuese a hacer una travesura. Pasa la punta de la lengua por mi pecho, hasta endurecerme. Después traza un par de círculos con su lengua. Me mira y sonríe otra vez.

Hola.

Hola.

Acuéstate.

Escucho y obedezco sin dudar. Cierra mis ojos pasando sus dedos. Pasa su mano por mi cuerpo y vuelve a lamer mi pecho. Después siento como muerde, besa y chupa, casi al mismo tiempo. Besa mi pecho, mi cuello y siento su respiración sobre mí. Instintivamente me lanzo a besarla y se aleja un poco. Me retiro y vuelvo a intentarlo. Se aleja. Vuelvo a intentarlo y me besa hasta dejarme sin aliento.

Hola.

No puedo responder, siento como mi cabeza da vueltas y no puedo volver a respirar normalmente. Escucho como late de rápido mi corazón. Paso mis manos por debajo de su blusa y regreso a besarla, en medio de un mareo casi postorgásmico. Puedo sentir sus senos en mis manos, mientras mi lengua entra en su boca a chocar torpemente con su lengua, tropezando, acomodándose, aprendiendo a bailar con la suya.

Damos vuelta y es ella quien queda ahora acostada, mientras me pierdo debajo de la manta a besar su cuerpo. Mis muslos frotan su pelvis. Siento como su piel se calienta, tomo sus senos entre mis manos y beso ambos al tiempo, paso mi lengua por sus pezones rápidamente, de uno a otro. Los suelto, para concentrarme en uno a la vez. La abrazo. Beso sus senos como si besara sus labios, un poco de lengua aquí, una succión en este punto en particular, paso mi barbilla para estimular un poco.

Me interrumpe para quitarse la blusa. Siento un ligero temblor en su cuerpo. Me interrumpe una vez más. Toma mi cabeza entre sus manos y me vuelve a besar.

¿No he gritado mucho verdad?

No te preocupes. No hay nadie más aquí.

Hola extraño.

Hola.

Me parece que es hora de conocernos mejor. Cuéntame de ti.

Le conté. Ella contó su parte. Pidió permiso para encender un cigarrillo y nos quedamos acostados el resto de la tarde.

Texto agregado el 13-03-2009, y leído por 137 visitantes. (0 votos)


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