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Las cosas no iban bien para Cristina. Hacía una semana que esperaba su menstruación y, esta, por más que la deseara, no venía.
Gabriel, veintitantos días antes, la había llevado, de regreso de la escuela, a su casa y, entre juegos y caricias, ambos bloquearon sus mentes, y sus cuerpos se emborracharon de deseo. Se consumieron mutuamente en un acto final de amor y sexo.

A sus 14 años, no tenía la suficiente confianza en su madre para confiarle aquel atraso. Tomó prestados diez dólares. Se fue a la farmacia, compró una prueba rápida y, el resultado estaba allí: Positivo.

Gabriel no aparecía por ninguna parte. No iba a la escuela y el mundo se le cerró. Una amiga le sugirió que tomara una cerveza negra con aspirina. Otra que tomara un té de apasote y ruda y hubo una, muy especial, que le aconsejó patas de cucaracha hervidas en orina. Medio vaso.

Fue al médico del pueblo. Bonachón y buena gente. La había visto desde que nació. La había traído al mundo. Tan pronto la vio entrar, con su carita acongojada y sus ojos mojados, le adivinó las causas, los síntomas y las consecuencias.

-Quiero abortar. A como sea. Me matan mi madre y mi padre. O me suicido.

-Bien. Vete, se los dices. Te matan a ti y a la criatura. Asunto concluido. Te ahorras el trabajo.

Se echó a llorar. Se recostó en el hombro de su amigo y sintió que se desmayaba.

-Voy a llamar a tu madre. Yo sé de esto. Lo he hecho cientos de veces.

Asintió la niña entre sollozos, mientras el doctor tomaba el teléfono y, tras escuchar los números y marcarlos, estableció comunicación con la casa.

Una niña pequeña respondió el teléfono.

-¿Está tu mamá?- ¿Sí?- Pónmela, soy el doctor Barrasa, Luis Barrasa.

-¿Sofía?- ¡ Hola!. Quiero que vengas a mi oficina. Tengo a Cristina enfermita, nada grave, pero necesito darte algunas indicaciones.

A los quince minutos, hizo su aparición en las oficinas del médico, Sofía. Joven y guapa señora, de buen porte, pero a la que se veía un poco alterada. Durante el camino se había hecho mil preguntas.

Entró al despacho. El médico estaba sólo. Había dejado a la adolescente en uno de los cuartos de examen. Le indicó a la recién llegada que tomara asiento y, a su vez, se sentó él en su propio sillón. Tras los saludos de rigor, y ver la expresión de angustia en la cara de la visitante, fueron al grano.
-¿Y bien doctor?- Inquirió Sofía.

-La vieja historia. La más vieja historia de la humanidad. Tu hija sale con un chico. Se enamoran. Se dan besos y...

La madre dobla la cabeza.

-No siga. Entiendo. ¡Dónde está esa descarada!. ¡La mato! ¡Porque mi marido nos va a matar a las dos!.

El galeno, cargado de la paciencia que dan los años de profesión, deja a la buena señora que se desahogue. Que suelte su rabia en insultos lejanos y, al ir bajando la reacción inicial, la hace prometer que no va a agredir a la niña. La hace pasar al salón de examen y allí, sin palabras, ambas, madre e hija se funden en un abrazo mojado por mil lágrimas.
No hay palabras. No hay reproche, pero tampoco lamentos. Solamente un ahogado –“Perdóname mami” sale de la garganta temblorosa de la hija.

El padre, ajeno a los problemas de Crisitina, comentaba de la hija de su compañero de trabajo, algo mayor que la suya, la cual había tenido un niño hacía poco, y era madre soltera.
-Si a mí me pasa –decía- La mato a ella, mato al cabrón del novio y no permito las malas lenguas.

Pasaron tres meses. Ya era difícil tapar la barriga con vestidos amplios y holgados. Una noche, después de la cena, el padre comentaba que Cristina estaba desmejorada. No comía y se pasaba llorando encerrada en su habitación.

-Tu hija está preñada, Manolo. Le soltó Sofía sin encomendarse a nadie. Sin ni siquiera respirar. Tiene tres meses.

Manolo no respondió al momento. Una puñalada al centro del pecho hubiese sido un cariño, en comparación con aquellas palabras. ¡Está preñada!. Tragó saliva. Se levantó de su silla y se dirigió a la sala. Prendió el televisor y se puso a mirar, sin ver nada.

-¡Putita de mierda!- ¡Ya lo decía yo, la alcahueta de la madre tiene la culpa!. – Exclamaba dando puños a la mesa de caoba central. ¡A las dos les voy a romper el alma!.
¡Qué vergüenza!. ¡Una hija Puta!.

Todos en la casa callaban. El ogro se fue apagando. Cerró los ojos. No vio cuando Cristina se le acercó por detrás y le dio un beso en la cabeza. Beso mojado, empapado de lágrimas y suspiros. Ni respondió.

-No tengo hija. Puede irse con el mierda de su novio. Patojo hijo de cien mil putas. No los quiero ver nunca. Y el niño, si nace, no quiero que cruce el marco de esta puerta. Y se quedó sentado. Respirando rabia y ahogado en resentimientos.

Cristina, para evitar problemas, se encerró en su habitación y no salió en tres días. Manolo no habló más del asunto, pero no le dirigía palabra a ninguna de las dos mujeres, madre e hija.

-Tiempo al tiempo- aconsejaba el Dr. Barrasa.- Si no habla, ya lo hará.- Siempre decía lo mismo en las visitas de Cristina, mensuales.

Pasaron los meses. Un noche la niña principió con dolores. Al ir al baño un gran chorro de agua le salió estando de pie. “Rompiste fuente” – dijo de forma escueta la madre.- “Vamos al hospital”, y colgó el teléfono con el que había comunicado la situación al médico.

Un llanto agudo, después de un buen pujo, indicó que Manuel José había venido al mundo, con 7 libras de peso, cachetes colorados, y bien dotado de entrepiernas.

Manolo, el abuelo, no quiso ver al niño ni a la madre. Simplemente quiso saber si todo había ido bien. No daba el brazo a torcer.

Una noche, abuela e hija sorprendieron al abuelo, inclinado sobre la cuna, mirando con arrobamiento, mal disimulado, a su nieto. Al notar la presencia de las dos mujeres, se irguió y balbuceó un “! No lo pueden dejar llorar!”, pero se notaba que el que lloraba era él.

El Dr. Barrasa, a los pocos días, recibe la visita de Sofía y Cristina. Viene a su reconocimiento de rutina.

Detrás, entra Manolo cargando a Manolín.

-¡Que cojones doctor! ¡Qué quiere que haga! Si es igualito a mí. Estos nietos le chupan el cerebro a los abuelos. ¡Pero es el primero y el último que le tolero!- ¡Se parece en mí en todo... y cuando digo todo, es todo...!

-Excelente, Manolo, pero no te he pedido ninguna explicación.- Y se dieron la mano.


ESTE CUENTO ESTA BASADO EN UNA EXPERIENCIA PERSONAL. TIENE UN FINAL ROSA, QUE FUE MUY EMOTIVO EN SU MOMENTO.









Texto agregado el 18-05-2004, y leído por 3048 visitantes. (19 votos)


Lectores Opinan
25-08-2005 Me encanta como lo has escrito, sale la esencia y no puedes dejar de leerlo. Mis 5 leones para ti leon
29-03-2005 Me encantan las historias basadas en experiencias propias, son las que mejor manejo. Escrito en un lenguaje claro y sencillo..... y con un final feliz. Felicidades. Se ha convertido en mi escritor preferido de esta pagina. valmehiode
25-12-2004 La experiencia del doctor Barrasa salvó la situación. Felicitaciones para todos. jorval
23-07-2004 Me gustó como describes la relación sexual de los jóvenes, tan fresca, tan cruda, tan simple. Felicitaciones por todo el cuento. libelula
03-06-2004 digo lo mismo q ameba, me encantó, digamos q yo viví una experiencia cercana similar a lo q cuentas, ;) Vihima
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