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Tengo un serio problema de memoria. En algún momento tuve buena memoria, quizás, aunque jamás he gozado de credibilidad recordando hechos de facto. Nadie de mi entorno cercano me cree cuando juro que alguna situación ha sido así. Hace tiempo describí este mal de manera humorística en el texto Albatros, hipotetizando que se trataba de un afán inconsciente por literaturizar la vida en pos de la diversión y el pasado épico, en vez de uno normal.

Lo curioso quizás devenga de un extraño poder de recuerdo en asuntos triviales, o sea, de escasas aplicaciones prácticas. Digamos, que la cultura minoica se caracterizaba por ser muy pacífica, hecho atribuido por los expertos a la preponderancia de la mujer en los estamentos avanzados de su sociedad; como los puestos de sacerdotisas (más tarde se descubrió que hacían sacrificios humanos). O que el culto a Dionisio fue prohibido en Roma por provocar demasiada promiscuidad.

O que los emperadores mayas fingían cortarse la boca como demostración a su pueblo de lo que hacían para contentar a los dioses, cuando en realidad se hacían tajitos pequeños que, vistos desde esas tremendas pirámides, no podían ser realmente comprobados. O que en 1453 cayó Constantinopla (hoy Estambul, antes Bizancio). O que Federer nació en 1982. O que las pelotas de golf tienen un gran reforzado de cuero en su interior revestido de un plástico que las dota de fluidez y potencial capacidad asesina. O que Ordet fue filmada por Dreyer. O que Lovecraft jamás escribió El Necronomicón.

O que en algunas partes de Oriente degustan comer fetos de pollo, en vez de huevos frescos. O que Ghandi se acostaba desnudo con niñas preciosas para probar su fuerza de voluntad (o para tener fantasías sexuales, viejo cerdo). O que The Adventures of Baron Munchausen en 1988 tuvo escasa repercusión en taquilla, pero años más tarde Terry Gilliam recobraría el ego perdido con The Fishing King. O que los inuits detestan que les digan esquimales.

O que Bach tenía sífilis. O que Saúl fue condenado por haber ido a favor del sentido común y de la bondad, en vez de obedecer una orden dada para probar su fe (¿cómo no aprendiste que estabas replicando la historia de Isaac, aturdido?). O que ictus significa pez. O que el probable significado etimológico de “bretón” quiere decir “rayados”. O que cerveza venga de “cervum”, ciervo. O que la frase: “ek kori kori koroné”, juego de palabras que recitaban los niños macedonios en los tiempos de Aristóteles, quiera decir: “ahí viene, viene la corneja”.

O que Achernar quiera decir “fin del río” –derivado del árabe- y sea la estrella alfa de la constelación Eridanus. O que Leonardo estaba muy celoso de Miguel Ángel cuando regresó a Florencia luego de que su mecenas, Ludovico Sforza, fracasara en la defensa de Milán. O que Alejandro VI, eminente papa de su época, tuviera varios hijos, y uno de ellos, César, fuese uno de los dirigentes más crueles conocidos. De hecho inspiró a Nicolás Maquiavelo para su obra magna “El Príncipe”; y cientos de años más tarde a Mario Puzo para construir The Godfather (César para Michael, Alejandro VI para Vito). O que para fines de los ochenta, Fellini ya estaba acabado, como Antonioni a finales de los noventa. O que Lucrecia Borgia debe haber sido estupenda follando.

O que a principios de esta década la marca automovilística Jaguar haya pasado por una apretada condición económica, restaurada gracias a una inteligente propuesta de marketing (en el fondo, aludir a la juventud aristocrática acaudalada, en vez de a los viejos senescales de Europa). O que Jaspers se inscribiese en la historia por su publicación de 1913 girando drásticamente la forma de enfrentar la psicología del hombre, aún cuando el auge del psicoanálisis estaba en boga. O que en 1896 el misionero anglicano William Wilson fundase una pequeña escuela en las cercanías de Peuchén; si bien la relocalizasen tiempo después en el villorrio de Chol-Chol en 1898 (comuna que perdería su condición en la década de los 20, por mala administración, para recuperarla recién el 2004). O que la heroica y sufrida muerte de Allen Gardiner en los fríos australes de Tierra del Fuego -no confundir con el famoso egiptólogo-, aún me hace pensar que es material dorado para una adaptación cinematográfica (Gardiner siendo asaltado por los yaganes, ¡falsamente pacíficos!).

O que Timbuctú fue alguna vez un próspero centro comercial y del conocimiento, en vez de un pueblito macilento y nostálgico perdido en el desierto, sinónimo, apenas, de lejanía. Mismo desierto que albergase antes a los temibles y sanguinarios tuareg y que todavía antes, mucho antes, fue un exquisito y fértil valle (su desertificación movilizó la emigración de aquellos que probablemente fundaron Egipto). O que nadie ha demostrado la existencia de los agujeros blancos, aún cuando muchos sospechan que uno de ellos originó el Big Bang. O que Edison envidiaba a Tesla. O que los neardenthales estuvieron en la tierra mucho más tiempo que los cromagnones, o sea, nosotros (pero seguimos en competencia, y cuenta a nuestro favor que causamos su extinción y la del Tigre de Tasmania). O que tanto la Monalisa como La Última Cena son obras inacabadas. O que, posiblemente, Pollock sea el fruto de una conspiración gubernamental estadounidense contra el comunismo (predilecto por los intelectuales), quienes desesperados por el significado artístico e izquierdista del arte europeo, fomentaron la abstracción expresionista en donde el acto de pintar (“action painting”) fuese más importante que el contenido de la pintura (indescifrable, intuitivo, sano). Pero así y todo, es mucho mejor que Warhol, Dalí y las horribles pinturas de Miles Davis.

Porque es curioso que maneje todos esos datos, a sabiendas de lo difícil que es encontrarles utilidad pragmática inmediata, y nunca haya sido capaz de memorizar nada para el liceo o la universidad (varios pueden testificar sobre eso). A veces siento que mi capacidad de recuerdo simplemente se desvanece, y se ve reemplazada por un intento de universalidad a través de la información múltiple (un desmedro inconsciente de la trivialidad personal –hallar el celular, perder llaves, no saber qué se hizo el último mes, en ocasiones olvidar el año de turno- por sobre la trivialidad del mundo).

Quizás se trata de un afán abarcativo que persigue la búsqueda de uno o unos pocos patrones repetidos en la historia de las personas, a fin de encontrar un lineamiento más o menos sólido al cual destruir, complementar o describir, y que esa misma búsqueda bastase como objetivo de vivir para uno de los millones de insectos que subsisten al mundo. Es eso o estupidez acumulativa. Es difícil discernir.

Digo eso porque de a poco me convenzo que el espacio que ocupa la descripción del armamento etrusco, o el diseño de muebles del siglo XX (la ausencia de líneas de los maestros suecos en la elaboración de sillones entrelaza con elegancia un espacio abierto e iluminado), reemplaza el sitio en donde la educación práctica debiese facilitarme las cosas. Ayer me metí con el auto en una calle contra el sentido del tránsito, por ejemplo. Arriesgo mi vida por saber que el padre de Alejandro Magno, Filipo II, era muy temperamental, además de tuerto, en vez de conocer la dirección en que avanza el tráfico en Aldunate con Av. Balmaceda, o que el lugar más probable para hallar vida extraterrestre en nuestro sistema solar es Júpiter, concretamente, su luna Europa, pero no sé freír huevos.

En el fondo resulta complicado encontrarle el sentido a la maravillosa historia del mundo cuando no puedes garantizar tu propia subsistencia, pero al mismo tiempo es imposible dejar de pensar que una vida, como una isla, carece de absoluto significado sin un contexto que la represente. Así como una flecha deja de ser flecha si no tiene dirección, y pasa a ser una pura línea errática. Es una pugna tremenda entre fondo y forma, donde el idealismo del recuerdo se enfrenta de lleno con el pragmatismo de tu pasado, acosando sin sutilezas la contingencia de la realidad por sobre el hallazgo de sus cimientos.

Como en los sueños, es un menoscabo de la frialdad de los hechos, y una preponderancia de ideales que se juzgan mejores, aún cuando tales decisiones se tomen, muchas veces, en lugares inconscientes de nuestras propias cabezas (quién no quisiera poder manejar su vida con destreza y precisión, y tener puros sietes en la universidad en vez de manejar el inestable contexto político de la ex Yugoslavia, o saber por qué Montgomery superó a Rommel en el Sahara de la segunda guerra mundial).

Es un problema de memoria perder el espacio destinado a vivir, e inventar las realidades personales sin vergüenza ni conciencia alguna. Ser estricto con la vida de los otros, pero negligente en la propia biografía. Reclamar por toda la casa por una libreta perdida cuando uno mismo la guardó para que no se extraviara, acusando a todos para acabar reflotando en el vergonzoso fango de la indulgencia. Es peligroso, además, e invalidante. Los eventos se suceden sin cronología segura, y no hay una fuente externa como para averiguarlos salvo las pistas inconstantes que has dejado de ti mismo.

Un futuro construido sobre migas de pan, como en el clásico infantil. Armado y defendido sobre la aspiración de universalidad, de humanidad global y total, pero con el riesgo intrínseco de perderse en un océano demasiado grande, que después de todo no logra reducirse. Amparado en la sapiencia de que allí viene, viene la corneja. Risueño en la remembranza de unos cánticos infantiles extintos hace más de dos mil años. Ciego, finalmente, de que allí viene, viene el mazazo, y es una realidad aciaga y práctica, advenediza y caótica, que se desenvuelve sin mayor impedimento, con su irracional naturalidad característica. La práctica que supera a la teoría, pero al menos el axioma te incita a vivir y no a pensar en vivir. A instrumentalizar. A frenar. A resumir. Quizás por opción sigo siendo lo contrario, anárquico en un mar de inutilidad poética que a veces sirve para escribir reseñas, para sacar moralejas o para ejercer la psicología, pero que nunca concretizará para ti el sustento o el motor necesario para resarcir lo que está al frente. Así quizás valga la pena morir; recitando con una cándida felicidad las canciones de los muertos, incrustado en una chocante masa de fierros vaciados de una praxis oscurantista que jamás se iluminó. Morir para vivir un rato el mito de todos, recreando sus éxitos, sus fracasos y sus circunstancias para encontrar la razón de la historia más confusa e irreal de todas; la propia.

27.1.09

Texto agregado el 03-03-2009, y leído por 276 visitantes. (0 votos)


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