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Abrí un borrador de gmail con posibles temas a tratar, pero después lo encontré tan ridículo que lo borré. Apenas escribí la frase anterior me pareció ridícula, dije "hah", o suspiré "hah" y pensé en cerrar la ventana en la equis de arriba, pero mientras llevaba la mano al mouse para concretarlo me arrepentí. Me dije, quizás todavía puedo decir algo, y en todo caso, a quien le importa que el principio haya sido tan malo. Pero sé qué fue lo que me intimidó del principio. Me intimida la opinión teórica de las personas que me importan, aunque no sean malintencionadas, porque gente como nosotros -campesinos en la urbe, campesinos de las relaciones sociales- algunas veces somos perturbados infinitamente por cosas que parecen encajar en algo tan trivial.

Pero quise seguir escribiendo por la opinión de Gabriela. Quise que mañana ella entrase (tú entrases) a revisar y encontraras algo nuevo. Cualquier cosa. Quizás rescatar este momento y aunque no diga nada en específico poder dejar una manifestación trivial de mi existencia. No sé por qué quise eso (esto), sólo sé que es así. Pero ahora que lo dije pensé en las otras personas, y de nuevo en lo primero, y eventualmente comienzo a deprimirme, y no me gusta. Es como sumergirse en los pensamientos de las personas y sentir vulnerabilidad desde ellos. Quizás me vuelven a la mente escenas distintas, antagónicas incluso, que he vivido, aunque en el fondo sé de qué se trata todo esto, o cuales son las imágenes que recuerdo, o por qué me puse a pensar tanto en eso de "remarcar la ingenuidad". Pensé en mi hermano, obviamente. Pensé en este tiempo, y pensé lo difícil que es torcerle la mano a las cosas cuando las cosas vienen de fuera.

Pensé que odio la adaptación. Pensé, después, que decirlo podía sonar "de cierta forma" que hace que las personas luego digan que lo que dices es falso (que te crees algo), pero inmediatamente, y el tercer pensamiento en hilo fue que no me importaba que creyesen lo que quisieran. Ahora, la única dificultad del texto, o bueno, la primera que escribo de forma tan directa (porque todo lo otro me ha costado demasiado escribir, y el fantasma de cerrar la ventana en la equis me acosa por cada palabra, porque pienso que cada palabra está siendo demasiado personal, y no me gusta pensar que venga un tipo extraño y se entere de una parte de mi vida, y quizás sería mejor escribir un mail, pero no lo hago, y quiero descubrir por qué, quiero saber si vale la pena seguir diciendo esto, o hablar de estas cosas, y no sentirme como un adolescente marginal, tonto en el fondo, que cree en una épica desconsolada fruto de su crecimiento hormonal), la primera dificultad del texto ya la dije en el paréntesis, o la olvidé escribiendo el paréntesis.

En fin. No se supone que iba a escribir algo tan nervioso, pero no sé por qué me vuelvo tan inestable de repente, e inmediatamente regreso a mi memoria segura (o insegura, pero de ese otro tipo de inseguridad) en que sé exactamente qué recordar -re cordis, re cordis- para evanescer el momento, como si fuera una droga (¿recordar es legal?). Escribí algo nervioso por culpa de mi hermano, pero no es su culpa, ni mi culpa, es culpa de las tallas sin mala intención que te hacen sentirte estúpido, que te hacen descubrir que la candidez es emputecidamente divertida; es culpa de los compañeros de Diseño que no entienden un carajo de nada, los hijos de puta, los mataría. Es culpa del campo, de haberse criado tan lejos, de no ser "bacanes" intrínsecos y lamerle el culo a la idiosincrasia exitosa. Es culpa de todos esos bastardos, y también de nosotros, es culpa de todos, aunque es una culpa fuera del marco de la ley.

Y aunque entienda los beneficios, no quiero encajar en ese ambiente, no quiero ser un cabroncillo como lo era Mono, como lo es Jorge. No quiero ser como ellos, porque si fuera eso no sería lo que soy (¿te dije que la frase tenía sentido? me dijiste que sonaba demasiado filosófica, y sí, ese tipo de frases suena horrible en vivo), no sería lo que soy, y eso significaría que sería una mentira conmigo mismo. Es cierto que existe el cambio, las metamorfosis, el crecimiento, pero es cierto, o yo creo que es cierto, que existe una esencia en cada uno de nosotros que permanece inalterable para toda la vida, y que se forja desde la infancia hasta la pubertad; lo que algunos llaman personalidad, por ejemplo (que es un nombre entre varios). Y yo de esencia soy otra cosa, somos otra cosa, hermano, y no por eso somos peores que los demás. No va a ser la primera vez que vamos a causar risa por alguna tontera mal dicha o mal hecha, dicha sin intención alguna, interpretada de una forma tan obscenamente divertida para los otros, una cosa cualquiera que apenas has dicho comprendes era un error, y tener que poner una sonrisa para amoldar, aunque sea un poco, el festejo que produce una intervención tan imbécil como la tuya.

No va a ser la primera vez que vamos a sentir el anudamiento en la garganta, o la rabia contra nosotros mismos, ni que nos vamos a preguntar qué puta mierda es lo que falla que no podemos divertirnos tanto como los otros, que no logramos salirnos de nosotros mismos y disfrutar la vida como ganadores, como cabrones de puta madre, como felices cerdos repugnantes, las cosas que parecen tan hermosas y que no tenemos, que se nos van, que desaparecen en nuestras manos como si fuera agua. No va a ser la primera vez, hermano, pero yo me voy a quedar contigo y voy a echar a puñetazos a todos los enfermos, a todos los imbéciles que nunca tuvieron el corazón que tú tuviste, que jamás van a sentir lo que tú sientes cuando las cosas no resultan y todo parece tan hermoso desde dentro, tan sensitivamente amplificado, tan emocionalmente fragil. Porque no puedo negar que yo también soy como tú, aunque yo sea más rabioso y más arrogante, permitiéndome odiar y dejar que mis piernas tiemblen ante la provocación, y colocarme las suásticas en el brazo. Yo soy capaz, algunas veces, y sí que puedo tomar, no sé, una botella y quebrarla, un hacha, y cortar cabezas y cercenar brazos, porque no puedo resistir que todo sea tan injusto, que todo sea tan difícil, y que nada vaya a cambiar nunca.

Es cierto que no se nota. Es cierto que sonrío mejor que tú, que parece que no pasa nada, que todo sigue bien. Es verdad que parece que ya me entrené lo suficiente en el monitoreo de las personas, en descubrir sus preciadas formas de desenvolverse en el mundo, el "fit" del que habló Darwin, los códigos en los que todo resulta bien, adecuado, coherente, en que no vas a causar ningún gesto de asombro, y que lo que hagas no sea visto como una estupidez que nunca pensaste como tal. Es cierto que a veces puedo simular todas esas cosas, pero también es cierto que todavía las siento, que todavía están dentro mío, que todavía sigo siendo lo que soy, y lo que soy estará mal, será mal visto, será tan asombrosamente disruptivo para la velada. Y lo peor es que aunque el gesto fuera mínimo, aunque el momento sea en verdad intrascendente para el grupo, tu antena es tan sensible a las variaciones que el ruido será insoportable siempre.

Es cierto que tendremos que vivir de esa forma y que quizás pase toda la vida. Tolerar que suceda así como también aceptamos con franqueza que lo que somos, aún cuando esa cualidad sea tan mal vista -como arbitrariamente son definidas las cosas, como es bien visto que un imbécil sea cabrón, gracioso y asertivo; porque la asertividad quizás habla de cierta fecundación inconsciente, y quizás los machos asertivos sean más buenos copulando y procreando. Sí, quizás somos peores, y tengamos que acostumbrarnos, pero no por ello vamos a pensar de la misma forma. Porque rechazo esa definición del mundo. En mi mundo no basta, no alcanza con procrear y con copular, no es suficiente follarse las situaciones, deslizarse como un surfista patético entre mentiras que apestan. Te lo digo, hermano, la rechazo, y valoro mi búnker. Desde mi búnker resignifico a los cerdos, los levanto y los dejo caer. Desde mi búnker explico las cosas como yo quiero, de la forma que quiero, para siempre, también, y allí nada suena cándido, nada tiene que ser explicado, nada se desubica. Desde mi búnker ellos no valen la pena, eso no vale la pena, porque para mí es mil veces más importante que puedas emocionarte con los perros en las calles, que puedas amar con la fuerza en que lo haces, porque mil veces prefiero el bajo perfil de tu hermosura sobre la adaptación fétida que se regocija en su propia mierda.

24.7.08

Texto agregado el 02-03-2009, y leído por 178 visitantes. (0 votos)


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