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Pepe el de Ciñera (3)

3.- El contacto con la mina

Su tío Andrés llevaba algunos años trabajando el la mina pero evitó hablarle de su intención y a ser posible, buscaría en otra de los 3 o 4 chamizos existentes en la zona. Se acercó a la que llamaban de Don Benito, distante de su casa 5 o 6 Km. y la que contaba con más obreros. Por carretera había mucha más distancia, que quedaba en el siguiente valle, pero desde su casa era un trayecto corto por el que, a menudo, transitaba con sus vacas para llevarlas a pastar al monte desde el que, cruzando la cumbre y la parte más alta, enseguida se encontraba un zona de arbolado y en los primeros praos se emboquillaba la primera galería. Hasta la cumbre eran terrenos de su pueblo y desde la cumbre, de otra parroquia pero había un camino que utilizaban con el ganado y no hacía falta cruzar por ninguna finca.

Dejó las vacas y las ovejas en el monte y tal como estaba de madreñas, en pantalón de mahón remendado por las rodillas y la culera, camisa y a modo de pelliza, cubriendo los hombros y la espalda, una piel de oveja curtida en casa y muy eficaz contra el frío y la lluvia, se acercó a la mina para curiosear y enterarse de la manera de conseguir trabajo. Había 4 o 5 obreros como albañiles levantando una construcción rectangular bastante grande y a varios metros, la mina y alrededor, una explanada grande con bidones de chapa, dos o tres vagonetas nuevas y varias pilas de vigas de hierro y troncos de madera como los postes que se veían a los laterales y el techo de la boca mina; por el centro de la explanada, vías para las vagonetas con diferentes ramales: hacia el monte que utilizaban como escombrera, hacia lo que estaban construyendo y hacia una tolvas en forma de embudo sobre una estructura de hierro para el mineral aprovechable. Le acompañaba su perro que, al llegar a la explanada, se le pegó como si necesitara que hiciera de escudo ante un peligro eminente, aunque ni ladró ni se le erizó el pelo del cuello como hacía cuando el oso, los lobos u otros mastines merodeaban cerca. Los obreros no le prestaron ningún interés y si les vieron, seguramente pensarían que se trataba de algún lugareño y su perro pastoreando ganado como, efectivamente, así era.

Para el perro era un territorio hostil y desconocido por su comportamiento temeroso, quizá por los olores a petróleo y aceites industriales, de los que había algunas manchas por todas partes y el aroma pétreo, húmedo y denso a dinamita, a tierra removida y a rocas recién cortadas esparcidas como desecho por la ladera del monte, cubriendo la vegetación y ahogando la arboleda de hayas, robles, abedules y algún acebo, sobre los que chocaban, rompiendo y triturando la paraza o corteza que los cubre e impidiendo el paso de la savia, como delataban las hojas secas de la mayoría, todos de gruesos y robustos troncos, que arbustos y maleza ya estaban enterrados debajo del escombro.

Con su mejor predisposición y el perro con el rabo entre las piernas, se acercaron al grupo de albañiles y levantando la “guichada de arrear el ganado” a modo de saludo y con voz suficientemente alta para que le pudieran oír, preguntó que ¿a quién tenía que dirigirse para encontrar trabajo? Pararon y todos le devolvieron la mirada, contestando el que parecía con más autoridad que, si era para trabajar en la mina, eso dependía de Don Julio, el capataz, que seguramente estaría en la ancha, segunda galería y la principal, distante como medio kilómetro hacia abajo y donde también estaban las oficinas y los vestuarios y si era para trabajar como albañil, que dependía de él pero, en aquel momento, ya tenían completa la plantilla. Eran poco más de las 10 de la mañana y contaba con tiempo suficiente, por lo que dio las gracias y a continuación volvieron al camino con dirección a la segunda galería para tratar de ver al tal Don Julio.

El capataz era tan pequeño que le pareció que no podía ser el jefe: tendría sobre 40 años pero medía poco más de la mitad que él y era tan delgado que parecía un adolescente antes del tirón cuando ya empiezan a salir los primeros pelos de la barba, a pesar de lo cual se dirigió a él, con todo el boato y sumisión como pensó que utilizarían los monaguillos con los Obispos. Trató de encogerse para no parecer tan alto e incluso buscó colocarse en el nivel más bajo que le permitió el terreno desigual donde se encontraron; el perro como que casi le imitó y también adoptó una actitud sumisa y de respeto, poco habitual en su perro, pero que le agradeció acariciándole la orejas. Le invitó a pasar al interior del barracón que hacía las veces de oficina y vestuario almacén y solo le preguntó si había tenido alguna enfermedad grave y si, como pensaba, lo que realmente buscaba era librarse de la mili; contestó que esa era la causa principal pero que también buscaba mejorar su situación, que las vacas apenas deban para comer y a continuación y sin saber muy bien porqué, le resumió su precaria y anodina existencia, sin más familia que dos tíos, uno fraile pero al que apenas conocía y Andrés, con el que vivía pero sin otra relación que lo referente a las vacas, el trabajo en las tierras y los praos con tan escasos resultados para tanto trabajo que, todo aquello, no tenía mucho sentido.

Quedó sorprendido de la buena acogida que finalmente le dispensó el capataz, después de haberle asustado al señalar que era demasiado alto para trabajar en la mina, por lo angosto de las vetas de donde se saca el carbón, la mayoría de poco más anchura que la del propio cuerpo y donde se necesita agilidad y tamaño, más propios de niños-adolescentes que de adultos y de ahí la expresión de “guaje” para los ayudantes de los picadores, que bien pensó que no habría trabajo para él. Don Julio prestó y preguntó de su relación de trabajo con los animales, incidiendo con especial hincapié sobre el comportamiento de las bestias a la hora de aparejarlos, xuncirlos, atarlos y soltarlos en el establo y especialmente en la suelta por las mañanas o después del trabajo, en el sentido de si quedaban tranquilos y mansos o salían disparados, como huyendo de la situación anterior y también, de si necesitaba arrearlos a palos para que hicieran su trabajo. Contestó que normal aunque con el tío Andrés, salvo el caballo, al que cuidaba con especial atención para sus salidas a los mercaos, los animales tenían un comportamiento algo más brusco y menos obediente y que siempre pensó que se debería al mucho tiempo que pasaba con ellos. Quedó contratado y una vez firmados los papeles, el capataz añadió que el contrato y todo lo referente a la documentación de la mili estaría antes de un mes, citándole para el día siguiente para el reconocimiento médico. No se habló del sueldo, ni de las horas y los días de trabajo semanales. Empezaría a trabajar, como ayudante de caballista, el primer lunes del mes siguiente.

El día 3 de Octubre de 1960, le hicieron entrega de una funda de mahón de color azul, unas botas de goma, un casco de protección para la cabeza y una lámpara de carburo y le asignaron la responsabilidad, cuidado y alimentación de una mula de color pardo rojizo, mediana estatura y con rozaduras y heridas en casi todas las partes del cuerpo, con los que, a partir de aquel momento, realizaría su trabajo. Las botas le quedaban grandes y el mono de mahón, suficiente a lo ancho pero escaso para un cuerpo como el suyo pero lo puso, a pesar de la opresión sobre la parte más delicada de su anatomía, que resolvió haciendo un corte en la parte interior de las perneras que une con la parte del tronco y dando por suficientes los extremos de las mangas y de las piernas, ocultando las últimas con las botas y remangando las otras hasta el codo; lo de las botas tenía fácil solución a base de más pares de calcetos y el casco contaba con posibilidades de ajuste según el tamaño de la cabeza. Estaba habituado a la lámpara de carburo, que también utilizaban en casa, pero estaba bastante contrariado de que la mula rechazara sus intentos de acariciarla, ni respondiera a ningún estímulo de los distintos nombres y llamadas de voz que le dirigió: o era sorda, o no tenía nombre o no quería más que comer y que la dejaran en paz, fruto de las condiciones de vida y de trabajo de aquellos animales a tenor de las heridas y brutalidad con que seguramente realizaban su trabajo.

Texto agregado el 17-02-2009, y leído por 465 visitantes. (2 votos)


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