Un día decidieron dejar de buscarla. Sus tíos convencieron a las autoridades que quizás su sobrina había sido víctima de alguna fatalidad pues no había dejado ningún rastro. Durante semanas se había difundido la foto de la joven desaparecida en todos los medio de prensa. Raúl do Santos vivía tan sumergido en su mundo que hacía tiempo que había abandonado la costumbre de leer los diarios, de hecho ya no los recibía. Hacer dinero para sustentar las investigaciones, ocupaba todo su tiempo.
Nadie reparó en el joven taciturno que pasaba la mayor parte del día viendo televisión. Miguel sabía que Ana mentía. Pero se negaba a perder la dulce compañía de la joven. El tenía su edad cuando comenzó a sentir los síntomas de la enfermedad.
Las paredes de su habitación estaban cubiertas de fotos que mostraban toda su gloria. Miguel do Santos fue en aquel entonces un gran atleta, un joven brillante, destacado en todos los aspectos de su vida. Nadie dudaba de que sería tan o más exitoso que su padre. Si alguien le hubiese dicho en aquellos tiempos que terminaría así, no lo hubiese creído ni por un instante.
Ana le recordaba los buenos tiempos, tan llena de vida, de sueños y juventud. El no le arrebataría la felicidad de sentirse segura. Esperaba que en algún momento tuviera la confianza de compartir con él, aquello que la atemorizaba. Pero sabía que todavía faltaba mucho para ganarse ese privilegio.
Por el momento se conformaba con escucharla reír mientras pasean con la fatídica silla de ruedas por el jardín.