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Yo lo estimaba, su presencia diaria a escondidias casi siempre, sus pasos a la distancia, su mirada suplicante, enternamente suplicante eran ya parte de mi vida; despues de tanto tiempo una se acostumbra y le llega a tener aprecio a lo cotidiano.
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Al salir del trabajo lo ví del otro lado de la calle como cada tarde a penas asomando su delgada silueta detras del puesto de revistas; yo eché a andar mientas el me seguía con la mirada pero al doblar la esquina noté su ausencia, me desconcerté un poco, sin embargo seguí mi camino. Al pasar por el centro comercial una figura conocida se acercaba lento hacia mí, era aquel hombre. Despues de todo, pensé, de alguna forma lo conozco y decidí mantener la calma. -Buenas tardes- dijo con una voz suave aunque algo débil y entrecortada -¿Me permite invitarle un café?- Un café no le hace mal a nadie me dije, ademas tenía una tremenda curiosidad por saber qué lo había impulsado a acercarse y acepté.

Para ser sincera la plática no fué muy interesante, pero su mirada decía mas que sus palabras, sus ojos pedían un poco de cariño y yo necesitaba mitigar la soledad... fuimos a casa.
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A penas cerré la puerta sentí su brazo estrechandome contra su cuerpo, su corazón retumbaba acelerado como queriendo escapar en ese instante, una mano con torpe movimiento acarició mi pecho, sentí miedo, sentí hielo corriendo por mis venas, traté violentamente de escapar del ataque, pero al mirarlo de frente hubo algo que me hizo ceder, en un instante lo que me resultaba aterrador pasó a ser aceptable y aún deseable; sí, deseaba ser consuelo a la tristeza, a la espera, a la súplica silente de aquel ser
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Eramos dos cuerpos desnudos tirados en el piso de la estancia. Yo perdida en mis pensamientos trataba de hallar explicación a lo que había sucedido cuando percibí algo que me hizo girar la cabeza, miré a aquel hombre junto a mí, aquel extraño y descubrí lágrimas en sus mejillas; como respuesta a mi evidente desconcierto dijo "Mi vida entera valió la pena por este instante, si muriera hoy, lo haría felíz" Solo atiné a sonreir brevemente mientras ante mí se develaba la realidad... le quité a este desdichado su razón de vivir, no era ya un hombre sino un fantasma, volví a mirarlo a los ojos que ahora pedían compasión, una solución inmediata para no volver al mundo gris que ya no le satisfaría, que ya no podía ser su mundo
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Mientras el dormía yo divagaba aún, la culpa iba en aumento, se agolpaba en mi cabeza y en mis manos. A media noche me levanté del suelo, casi inconcientemente; fuí a la cocina, tomé el cuchillo, regresé y me arrodillé junto al cadaver, no era ya mas que eso, un cadáver condenado a transitar por la vida sin motivo, condenado a morir la vida, a esperar diariamente el final, recordé una vez mas sus ojos suplicantes y hundí el filo entre su carne una y otra vez hasta quedar sin fuerza, sentía el cálido líquido que emanaba de sus venas hasta mis pies lavando mi culpa como suave caricia de agradecimiento, de liberación... En verdad no hice nada malo, ¿Desde cuándo la compasión es un delito?... Hay días en que pienso que en todo esto la única víctima fuí yo...

Texto agregado el 31-01-2009, y leído por 84 visitantes. (1 voto)


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