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Inicio / Cuenteros Locales / Billy_Ventura / Cómo matar a una mujer (segunda parte)

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A pesar de las circunstancias, era una noche muy pacifica. Había una calma muy reconfortante; el aire susurraba sentimientos encontrados, la luna en su bello cuarto menguante, era una uñita luminosa acompañada por su cortejo de tres estrellitas.

Mientras manejaba, saqué la cabeza por la ventana para poder sentir el aire en mi cara y deslizarse hasta escapar por mi cabello. Me sentí vivo, libre, poderoso: el hombre más importante del mundo. Manejar de noche por la ciudad, acompañado de una buena canción y un cigarrito, es uno de los placeres más sencillos y arrebatadores que podemos encontrar dentro de la estúpida cotidianidad.

Pero, es momento de concentrarse. Recapitulemos. Sé que no sería una buena idea tratar de escapar de la ley, no tengo los medios ni la astucia para hacerlo, así que, le daría a la ley, lo que la ley estaría buscando: un culpable. Cuando la policía investigue lo acontecido, se toparán con estos hechos:

a) Leandro llegó solo al hotel y rentó un cuarto a su nombre; clamando ser solo él quien pasaría ahí la noche.
b) El encargado podrá testificar que lo vio salir.
c) La gente del bar (a donde me dirijo) podrá confirmar la descripción de Leandro, al igual que su camioneta, tratando de levantar a una chica.
d) Cuando revisen la escena del crimen encontraran a una mujer muerta y a Leandro cubiertos en sangre y licor.

La primera impresión es la que usarán los investigadores como mejor opción. El esfuerzo a responder una pregunta, la cual ya tiene una respuesta, simplemente, no vale la pena. Esta ciudad tiene problemas más importantes, que un caso ya resuelto.

Por supuesto, tendremos que considerar los lloriqueos de Leandro en su defensa, ya lo oigo “¡No compadres, se los juro, soy inocente!”; pero cuando te encuentran enseguida de un cadáver y su sangre aun te escurre por la nariz, la credibilidad se va volando por la ventana.

Estando el compadre solo en esta ciudad, sin nadie que haga ruido por su encarcelamiento, se convertiría pronto en un caso cerrado y olvidado. La corte sería una mera formalidad, su veredicto estaría dictado desde el momento en que lo encuentren en el piso ensangrentado de esa habitación. La familia de la victima tendría alguien a quien reclamarle justicia y la ciudad su medallita por haber, al fin, atrapado a un asesino.

Pero, lo más importante. Teniendo a todos felices y contentos, nada se regresaría a mi. No habría nada que pudiera ligarme con este acto de odio, mas que el testimonio de un asesino; que, en estas ocasiones es muy difícil de creer, la gente diría cualquier cosa por zafarse de este tipo de situaciones, no por nada dicen que las cárceles están llenas de personas inocentes.

Todo iba de acuerdo al plan.

Al fin llegué a mi destino. El bar Avenida, hogar de la pomposidad nocturna. Los guardias hacen revisión de rutina a la entrada, no podré traer mi botellita mágica para desmayar personas (demasiado largo, después pensaré en otro nombre para el cloroformo), así que dejé las cosas en la camioneta. Como de costumbre, pagué los 30 pesos de estacionamiento y los 50 pesos de cover, 80 pesos solo para poder entrar; el bar siempre esta colmado, no entiendo por que la gente va a esos lugares, de verdad que no.

Me senté en la barra para dar una vuelta al lugar con la mirada, en la pista había varios posibles prospectos, otros caminaban por aquí y por allá, nada muy llamativo. Decidí que el mejor lugar para escoger a una pollita seria en la mesa enseguida del baño de mujeres. Cualquier dama tendría que pasar por ahí tarde o temprano, por vanidad o necesidad.

No sé en tiempo, pero dos cervezas después, vi bailando en media pista a lo que buscaba. Vestido negro como con brillos y sin espalda, pechos enormes, pelo rubio y bailando sola. Me tragué el nudo de la garganta que me dio verla y le di un sorbo a mi cerveza. Terminada la canción vi que se dirigía a la barra; salté de mi silla y caminé/troté hacia ella.

- Hola, oye, ¿te puedo invitar una cerveza? – le dije, un poco sin aliento –
- Ah, no muchas gracias, si quiero una mi novio me la invita…

Me sonrió, tomó dos servilletas para secarse el sudor y se fue a sentar a su mesa, donde efectivamente estaba el novio: un gorila de dos metros. Inmediatamente bajé la mirada y de nuevo caminé/troté (mas bien como una gacela asustada) hacia mi silla enseguida del baño de mujeres. El suspiro involuntario de mi parte anunció que esto no sería fácil.

Mientras esperaba otra oportunidad, ya había dejado sin etiquetas a mi cerveza. La frustración ya había empezado a impacientar mi pie, ya tamboreaba a doble tiempo.

Mi pie se detuvo al ver a la pelirroja. Me paré… pero me volví a sentar cuando tomó de la mano a su novio (supe que era su novio porque después pasaron a comerse las bocas). Mi pie volvió a tamborear.

Tres rechazos después, me convencí que este enfoque al plan podría no ser el más óptimo (eso, y que soy pésimo para levantar chicas). Dada la situación, creí que lo mejor seria, esperar fuera del bar en la camioneta, a que alguna descuidada se vaya sola a su auto.

3 horas después.

¡A la chingada con este pinche bar y su pinche gente! ¡¿Que ya ninguna pinche mujer sale sola en la pinche noche?! ¡Puta madre! No, paciencia. Respira. No debo perder la calma. Hay que pensar. Es tarde ya para ir a otro bar, y aun si lo hago, no puedo hacer que se vayan conmigo… Ya sé… La condesa… ¡si!

La condesa es la calle donde las esquinas son dominadas por prostitutas. Sé que no es lo mismo una hamburguesa, que un sándwich de atún, pero servirá para el propósito. Al menos iría tras algo seguro. La condesa es lo mas bajo de esta ciudad, solo pasar por ahí siempre me ha dado los escalofríos.

Enciendo la camioneta y me acelero hacia allá. La luna y las estrellas se pueden ir a chingar su madre, estoy severamente consternado. Por primera vez se me ocurrió que tal vez las cosas podrían no salir a mi favor. Empiezas a considerar todo lo que podría salir mal. Empiezas a imaginarte encerrado en una celda y tener cuatro paredes como vista de por vida. Yo y mi sudor frío, evitamos pensar en eso y preferimos pisar el acelerador.

Las primeras fulanas que me topé, ya en la Condesa, estaban horrorosas. Como calaveras con una sonrisa. El alma se les había fugado hace tiempo, creo ni siquiera se habían dado cuenta. A manera que me abría camino por la calle, iban apareciendo una que otra que no estaban para nada mal.

Al fin veo caminando por la banqueta un par de piernas, minifalda, chaqueta de mezclilla y un chongo castaño. Su cigarrito iba dejando un rastro de humo que, como última expresión de vida, danzaba y después desaparecía… veamos si ella hace lo mismo.

- ¡Ey! ¡Oye! ¡Piernas!… -le grite a través de la ventanilla-.

Me voltean a ver unos ojos perdidos y vacíos; las drogas pueden llegar a tener ese efecto. Su cara dulcemente delineada, era bella con un dolor implícito; como un ángel que ha sufrido demasiadas tragedias. Tambaleándose, casi cayéndose, apenas poniendo un pie enfrente del otro se acercó a la ventana de la camioneta y se recargó en ella.

- Buenas noches…
- 200 la cogida… - dijo interrumpiendo y entre tosiendo el humo-.
- Pero, si yo…
- 100 la mamada… - volvió a interrumpir-.
- Súbete.

Rápidamente busqué un callejón oscuro, algún lado privado y discreto. Mientras manejaba, alisté el pañuelo con cloroformo con la mano izquierda, lejos de la vista de ella. Piernas ya se estaba quitando el top en el camino, así sin pudor ni pena.

- No, déjatelo… - le dije muy quedo-.
- Como quieras guapo… - dijo antes de tirar la colilla por la ventanilla - aquí, aquí a la izquierda, conozco este lugar y aquí no nos molestarán.

Cuando detuve la camioneta, se subió arriba de mi y empezó a besarme; yo solo podía pensar en el sabor de no sé cuantos pitos, en mi boca, aparte de sentir que estaba lamiendo un cenicero. Algo me dice que no es una prostituta muy profesional.

Mejor momento no podría pedir, aparte ya quería quitar su asquerosa lengua de la mía. Puse mi brazo derecho alrededor de su nuca, como si la abrazara, y con la mano izquierda, puse el pañuelo en su nariz y boca. Se sintió confundida al principio, pero al entender la situación empezó a hurgonearse y querer luchar, pero, con mis brazos alrededor de ella le fue imposible. Con esa oscuridad, ella arriba de mi y los dos luchando, a primera impresión pareciera que ella solo estuviera cumpliendo con su trabajo.

Recosté a Piernas en el asiento trasero (amordazada y propiamente amarrada) y arranqué la camioneta. Suspiré y por fin, pude relajarme de nuevo. Busqué dentro de la bolsa de Piernas, y le robé un cigarrillo, lo prendí y sacando el humo le dije:

- Querida, te tengo una sorpresa, algunos dirían que está… para morirse…

(Pensándolo bien, hubiera anotado un par de frases antes de salir de casa, simplemente, estas no están funcionando, los clichés pretenciosos ahora me parecen, tontos y retrasados).

Texto agregado el 27-01-2009, y leído por 172 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-01-2009 y después? espero que no se haya acabado ahi... esperaré a tercera parte, me encanta.***** liruviel
 
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