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TE SIGO ESPERANDO

Esta tarde, como de costumbre, estoy sentada y solitaria en el andén de la casa mirando hacia el otro extremo de la calle. Un moribundo sol que se descuelga con indolencia por el lomo de las lejanas montañas del oeste llega hasta mis pies haciendo destellar un trozo de vidrio. El gollete ocioso de una botella de cerveza, arrojado tal vez por algún borracho la noche anterior.
La calle esta solitaria. En verdad a esta misma hora no recuerdo haberla visto de otro modo. Aunque el ocaso está a punto de morir y el taciturno astro rey expira entre vaporosos girones de abigarrado terciopelo, el calor todavía sofoca e invita a beber un vaso más de fría limonada.
Las hojas marchitas de los almendros se cubren con una densa capa de polvo que se levanta de no sé dónde. El pavimento de la calle aún reverbera y el vaho que se desprende, hace que el calor sea casi tan molesto como a mediodía.
Miro al otro extremo de la calle por si de pronto lo veo venir. Añoro verlo llegar con su caminar nostálgico y su contagiosa sonrisa que me transportaba al cielo azul de mis sueños. Ese mismo cielo que no ha vuelto a mostrarse para mí.
Si pudiera verme en un espejo, me encontraría con esa triste mirada que me acompaña desde aquel triste y aciago día que se marchó.
Llevo esperándolo infructuosamente desde hace cinco años. Cada día sueño con que va a doblar la esquina y con sus brazos fuertes me cobijará para borrar de mi alma esa tristeza que me acompaña desde siempre. Quiero borrar de mi alma, ese recóndito temor a perderlo para siempre. Ese miedo subterráneo que alimenta esa ansiedad que devora todo mi ser, cada día, cada momento de mi existencia.
A veces, hoy es una de esas, me siento cansada, sin fuerzas para continuar, me siento derrotada, inmensamente sola y triste. En estas ocasiones es cuando más deseo que esté a mi lado, sentir su calor, escuchar su voz y fundirme en uno de sus abrazos que me reconfortaban, me hacían sentir segura, aun cuando tenía miedo. Siento que las lágrimas como lluvia de tristeza, acuden a mis ojos, anegándolos y haciendo que me duela la garganta a causa del atenazante nudo que casi me impide respirar. Dibujo en el piso, con ayuda de mi dedo, su nombre. Una gruesa lágrima rueda por mi mejilla y se estrella contra uno de los caracteres esbozados con pésima caligrafía por mi mano temblorosa. Otra vez estoy llorando. Con rabia paso el dorso de mi mano por el rostro y siento ese líquido tibio que se niega a secarse y que se ha tornado en un río de amargura y soledad
Al comienzo no comprendí por que se había marchado, solo sentía esa necesidad de jugar con él, de abrazarlo y besarlo. Hasta llegué a dolerme por su fortuito abandono, sin embargo ahora que me estoy transformando en una mujercita lo comprendo. Dicen que lo bueno no dura para siempre y él, es un hombre bueno. Por eso tuve que perderlo y temo que sea para siempre.
Continuó sentada en el mismo lugar, mirando por enésima vez la calle que empieza a ser iluminada por la amarillenta luz de las bombillas eléctricas. Los antebrazos de tanto sostener mi rostro comienzan a dolerme y el nudo en la garganta evoluciona a agudo dolor y a opresión extraña en el pecho. Sí solo estuviera aquí, no sentiría nada de eso y mi rostro estuviera iluminado por una radiante sonrisa.
Como por arte de magia pequeños y bulliciosos grupos de hombres y mujeres, provenientes de las vecinas fábricas de ladrillo se lanzan a la calzada, cruzando presurosos la calle. Al fin la calle ha abandonado su contagiosa soledad. A lo lejos los autos continúan avanzando raudos por la avenida.
Mi mente regresa a mi pueblo, a estas mismas horas, la gente se metía a sus casas, esperando escuchar los disparos de las pistolas, los fusiles, las ametralladoras. Escuchando en silencio los pasos de los hombres armados que asesinaban o desaparecían a los que se atrevían a oponérseles. Los únicos que se aventuraban por la calle, eran los perros que anegaban el caserío con una espeluznante sinfonía de lastimeros y desesperantes aullidos.
Desde la sala de la casa Carla me llama, es mi hermana mayor y cuando me ve todas las tardes en esta actitud de espera, no lo soporta y se pone a llorar. Eso aumenta mi tristeza, no soporto verla llorando.
Siento que las lágrimas tibias continúan con su carrera loca deslizándose por mi rostro y me imagino a mi hermana secándose con el dorso de su mano los hilillos que corren por sus mejillas.
Es mejor que mamá no nos vea porque nos recrimina duramente, tal vez no comprende que nos hace falta papá. Añoramos sus caricias, extrañamos su voz serena y apacible, que se tornaba casi en un susurro, semejante a la brisa acariciando las hojas de los árboles que se yerguen en el patio de la casa.
Papá se ha marchado. ¿Por qué? No lo sé. Mamá dice que por miedo, dice que papá es un cobarde.
Carla dice que por obligación, ella me dice que fue lo mejor que pudo hacer, pues si no lo hubiera hecho, no tendríamos la esperanza de verlo algún día, de jugar con él, de disfrutar de su compañía. Papá se marchó, de la misma manera que se marcharon los vecinos del pueblo, de un momento para otro, dejándolo todo.
He dejado de llorar, como todos los días, desde hace cinco años, sé que papá no regresará.

Texto agregado el 21-01-2009, y leído por 94 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
04-05-2009 un relato riste donde la esperanza de un niño no tiene fin divinaluna
 
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