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NUNCA ES TARDE PARA MORIR


Durante toda la noche sin perder la calma esperó el momento del encuentro que según sus propios cálculos debía producirse en las primeras horas de la mañana. En la oscuridad absoluta de la barraca recreó una y otra vez hasta el cansancio el momento en el cual tendría que encontrarse con la realidad de un pasado que por muchos años trató de olvidar y que ahora regresaba con toda la fuerza de otros tiempos.
En circunstancias anteriores se habría desesperado, tal vez rogado y hasta llorado. Pero ahora después de todo, lo que menos le importaba era morir. Había vivido demasiado y no estaría mal morir en su ley, aquella en la cual aprendió que la muerte no es más que una prolongación de la existencia, algo difícil de comprender para cualquier ser humano, pero no para él a quien la experiencia de los años le enseño que no era importante tener muchos años de vida si no ponerle mucha vida a los años. .La vida era solo un regalo el cual se debía disfrutar. Fue por eso que el día anterior cuando llegaron por él, no opuso resistencia, dejó que los tres hombres lo ataran de manos y lo condujeran como cordero al matadero, hasta el campamento donde según ellos se le haría un juicio popular.
Después de cincuenta años no recordaba casi nada, menos quien fue Juan Bautista Guerrero. Talvez alguien con quien habría ajustado cuentas en esos días donde la locura colectiva se apoderó de la gente y la bestia que cada quien lleva latente se liberó paseándose por calles y veredas.
Fueron días en los que, él personalmente hizo muchas cosas que ahora en la lasitud de la vejez deseaba no haberlas hecha, pero las hizo y punto, no había forma de cambiar el pasado.
Los hombres que lo encerraron en una celda construida en un cambuche cercado con alambre de púas, le dijeron: Un hijo de Juan Guerrero es quien te va a matar.-
-¿por qué?- había preguntado más por compromiso que por interés.
No lo sabían y él no estaba con ánimos de averiguarlo.
La noche poco a poco se iba alejando y por el oriente la claridad difusa del día se acercaba dejándose ver a través de las ramas de los árboles que ocultaban el campamento.
La actividad se había iniciado desde hacía casi una hora, hombres y mujeres se dedicaban a actividades diversas: algunos limpiaban sus armas a la luz de las lámparas de batería, otros barrían con enormes escobas de ramas los caminos, construidos con troncos, que cruzaban el campamento de sur a norte y oriente a occidente. Los rancheros avivaban el fuego de las hornillas donde se cocía el desayuno. Un delicioso aroma a chocolate derramado torturó sus fosas nasales e inquieto su estómago comenzó a liberar jugos gástricos produciéndole un molesto escozor en la úlcera que lo había molestado desde tiempos inmemoriales.
Desde donde estaba le era imposible permanecer ajeno a todo el ajetreo que se producía a su alrededor, con ojos escrutadores observaba a cada uno de los hombres que se acercaban en dirección al cambuche tratando de identificar a su verdugo. Era extraño, no sentía miedo ni ansiedad, solo una enorme curiosidad por saber quién lo iba a matar. Casi con desconsuelo los veía pasar. Sin dignarse mirarlo se alejaban en dirección a sus quehaceres. Cada vez que alguno de ellos se acercaba, sentía el pulso de su corazón acelerarse y cuando pasaba de largo una extraña sensación de frustración se apoderaba de su cuerpo.
Cuando la luz del día había anegado todos los rincones de la choza, una joven se acercó. A pesar de su holgado uniforme se podía adivinar sus curvas perfectas de mujer bonita.
-¿Usted es José Amador?- preguntó mirándolo a los ojos con una dureza impropia de una muchacha.
-No tiene porque preguntar. Ya conoces la respuesta- dijo el viejo con voz cansada.
-¿Es o no es?- volvió a preguntar, ésta vez enfadada.
-Sí- respondió lacónicamente mirando al suelo. Una pequeña araña saltadora luchaba a muerte con una hormiga carnicera, la velocidad de la araña se impuso y el viejo alcanzó a ver como esta desaparecía bajo la hojarasca que tapizaba el suelo.
-Acompáñame- dijo sin más explicación haciéndose a un lado de la salida de la covacha indicándole con un gesto de la cabeza que lo hiciera de primero, José se miró las manos y señalando con la mirada la soga que lo mantenía unido a un horcón, le indicó.
- Estoy atado, si usted no me suelta, me temo que no podré acompañarla- la muchacha se acercó, sin dejar de apuntarle, con una pistola que sostenía en una mano con la otra mano soltó la soga, el viejo se frotó las muñecas y con su sonrisa desdentada, murmuró: - no hay necesidad que me apunte. Estoy demasiado viejo como para intentar escapar-
La mujer guardó silencio y con un movimiento de la mano, agitó la pistola señalándole el camino. José Amador sumiso salió al exterior. Los primeros rayos del sol hirieron sus pupilas haciéndole quedar por un instante enceguecido. Desde adentro del cambuche solo se veía una pequeña parte del campamento, afuera se podía divisar en toda su extensión: los cambuches ocupaban toda la vega de un riachuelo que corría bajo la manigua y los combatientes caminaban en alegres corrillos, casi todos en dirección desde o hacia una plazoleta central que servía de campo de paradas.
José Amador Paz aún continuaba preguntándose quién fue ese tal Juan Bautista Guerrero, cuyo hijo se había tomado la molestia de buscarlo para vengar su muerte. Por más que se devanaba los sesos recordando, estaba seguro que no había conocido a ese hombre y menos que se contara entre los que él, había despachado al otro mundo en sus buenos tiempos.
No es que José Amador hubiese sido un asesino, estaba convencido que todas sus víctimas debían algo y que él, era una especie de cobrador divino. Solo ajustaba cuentas eliminando a aquellos que de una u otra manera tenían algo que pagar. De eso hacía muchos años, tantos que ya casi lo olvidaba. Había momentos que hasta ni se acordaba quien era ni que había hecho, limitándose al simple hecho de vivir y dejar que otros vivieran.
Desde que se retiró se dedicó a criar vacas y a ver crecer a sus hijos los cuales ya no lo acompañaban. Cada uno de ellos hacían sus vidas lejos de su padre quien siempre se esmeró porque tuvieran lo mejor y el hecho era que ahora todos eran profesionales y vivían en la gran ciudad.
Un grupo de jóvenes combatientes se dedicaban a limpiar sus armas junto al tronco de un árbol enorme cuyo follaje cubría el centro del campamento. Cuando pasaron junto a ellos, sin disimular su curiosidad los muchachos miraban al viejo dejando de lado su actividad. Debió parecerles irónico que un octogenario con su caminar decrépito se dirigiera al cadalso escoltado por una muchacha de escasos diez y seis años.
José Amador continúo avanzando con estoicismo sin importarle la sonrisa sardónica de los muchachos quienes después, en medio de charlas y risas reanudaron sus actividades ignorando al viejo.
Le había llegado la hora, era el momento de enfrentarse a la realidad, de conocer al hombre que quería matarlo.
-¿Quién es él?- le preguntó a la muchacha deteniendo la marcha y girando sobre sus hombros la cabeza para poder mirarla a los ojos. Ella, a su vez lo miró sin darle una respuesta y se limitó a empujarlo colocándole el cañón de la pistola a la altura de los omóplatos.
Mientras se acercaban a la cabaña del comandante se preguntaba si reconocería en el hombre a alguien del pasado. A cada paso que daba la respuesta a la pregunta se hacía más y más tangible y la pregunta que rondaba en su cerebro también se hacía a cada instante más lacerante, más insufrible.
El sol de la mañana poco a poco daba paso a negros cúmulos que avanzaban raudos hacia el cenit pintando de gris y plomo el oriente. Ráfagas de brisa estremecían por momentos el follaje cuya música hería los oídos de José Amador. Arriba, mucho más allá de la bóveda verde de la jungla una bandada de matutinas aguilillas volaban en círculos concéntricos, los cuales se hacían más grandes a medida que las aves ganaban altura. Un aguacero se acercaba, pronto empezaría a llover. José Amador detestaba mojarse bajo la lluvia y pensó con ironía que le tocaba el peor día para morir.
El cambuche era una casucha con techo de hojalata y paredes de madera, frente a ella quedaba el campo de paradas, el cual atravesó en completo silencio. Escoltado por la joven. Al llegar al alero se detuvieron. Adentro estaba el hombre. A través de la abertura de la puerta se dibujaba su silueta., José Amador se dio cuenta que el otro, sentado frente a la salida, lo había observado en silencio durante todo el tiempo que duró el trayecto desde el campo de paradas hasta donde estaba en ese momento. Saber que el otro lo esperaba como fiera en acecho lo llenó de coraje y rabia. Con paso firme ascendió el escalón que separaba el suelo del piso de la construcción. La joven de un salto se plantó, con actitud desafiante, entre él y la puerta. Por encima del hombro de la muchacha vio que el hombre se levantó y casi con desidia se dirigió hacia ellos.
Un rayo de sol que se filtraba a través del follaje golpeó el rostro del comandante haciendo saltar destellos de oro de la montura de sus gafas.
Era un hombre que rondaba la mitad de siglo, algunas canas teñían de delgados hilos de plata su cabellera castaña y el rostro adusto lucia una palidez cetrina propia de los que han vivido durante mucho tiempo bajo la selva.
José Amador sostuvo la fría mirada del comandante, quien lo estudió de pies a cabeza, mientras sentía casi dolerle la cabeza debido a la rapidez con que volaba su pensamiento tratando de escarbar entre su memoria algún rostro parecido y que le diera una pista sobre quien era su futuro verdugo.
Maldita sea, me va a matar un perfecto desconocido. Pensó mientras sentía los ojos de acero del otro paseándose sobre su humanidad.
-Desde hace cuarenta años esperaba este momento- la voz del desconocido sonaba cargada de ansiedad. El viejo sintió una punzada en el estómago al escuchar su timbre de voz pausada, letal. El comandante hizo una pausa tal vez esperando que José Amador dijera algo, ante el silencio continuo con una velada amenaza – no sabe cuánto me alegra tenerte frente a mí-
-No puedo decir lo mismo- respondió el viejo con falsa serenidad- usted me va a matar y ni siquiera sé porqué-
-Usted no me conoce, sin embargo yo lo he esperado casi toda mi vida- respondió el otro con sequedad.
-¿por qué?- murmuró entre dientes.
-Porqué usted mató a mi padre-
-¿Quién era su padre?-
-¿Le dice algo su nombre?- preguntó después de balbucir un nombre que resultó totalmente desconocido para José Amador.
- No, no recuerdo a tu padre, no recuerdo ese nombre, no sé quién fue-
-Fue un gran liberal que luchó por no dejarse matar-
-Eso no me dice nada, sigo sin saber quién fue-
Un pesado silencio selló por un momento los labios del combatiente, su mirada de acero escrutaba con intensidad el ajado rostro del anciano surcado por innumerables arrugas, por donde empezaban a correr pequeñas gotas de sudor -Lo llamaban el Capitán Franco- dijo con un tono de voz impersonal, desprovisto de cualquier emoción.
José Amador sintió una descarga eléctrica recorrer su espina dorsal. Conque ese era el hijo del famoso capitán. Pensó mientras sonreía con ironía. Me va a matar un hijo de Franco.
-Franco fue un gran combatiente- dijo con voz enajenada, como si a su memoria hubiesen llegado recuerdos que le dolían, luego en un susurro apenas audible: -Cuando murió había entregado sus armas, ese fue su error-

Fue una muerte inútil. Su mente viajó a través del tiempo ¿Para qué matar a un hombre que ya no quería la guerra? Los jefes políticos lo consideraban una amenaza y por eso tuvo que morir. Si lo hice fue porque las órdenes venían de arriba y no podía desobedecerlas. Hubiese sido mi sentencia de muerte.
Cuando llegué a matarlo estaba acarreando leña.
Con lo que le dio el gobierno por la desmovilización compró una pequeña parcela donde cultivaba hortalizas, gallinas y cerdos.
Matarlo no me hizo gracia, fue como destruir una reliquia, un recuerdo de la guerra.
Cuando me vio supo que había llegado la hora y se preparó para morir con dignidad como mueren los verdaderos hombres; transpirando valor y coraje, sin humillarse y sin pedir clemencia, sabiendo que su vida no fue inútil, con la certeza que sus pasos dejaron un legado para aquellos quienes lo seguirían. Lo único que pidió fue respeto por su familia, le prometí que lo haría y lo hice; no permití que nadie tocara a sus hijos o a su mujer y ahora me va a matar alguien a quien le salve el pellejo. La vida es una pendejada, una rueda que gira, gira y se detiene justo donde inició.
Este hombre era un niño cuando maté a su padre. Debe ser el pequeño que lo acompañaba, recuerdo que tenía un haz de leños entre sus brazos y los arrojó al suelo después que el capitán le pidiera ir donde su madre. Debió morir junto a su padre, pero antes de disparar hice una promesa y un hombre siempre cumple su palabra.
Lo que no sabe, es que la muerte del capitán Franco me cambió la vida. El capitán fue un combatiente honorable, un verdadero guerrero que luchó por sus ideales y por eso lo respetaba. Me sorprendió encontrarlo inerme pues siempre me dijeron que estaba reagrupando las guerrillas y todos temían que regresara al monte. Lo que no sabe su hijo es que maté a los que mintieron e hicieron matar a su padre con informes falsos.
Después huí y me retiré, deje de ser un pistolero al servicio de los gobernantes de turno, deje de ser un “pájaro” como llamaban a los sicarios del gobierno de ese entonces. El hombre que ahora tenía enfrente, el hijo del Capitán Franco continuaba mirándolo fijamente..
-¿Usted quiere vengar la muerte de su padre y por eso me buscó?- preguntó después del prolongado silencio, ahora el comandante lo miraba con un destello de odio.
-Sí, no sabe cuánto he soñado este momento-
El rostro del anciano lucia impasible, la piel cetrina y tostada por los soles del trópico no dejaban translucir emoción alguna, su mirada nublada se posó con serenidad sobre los ojos grises del combatiente, mientras que sus ajadas manos jugueteaban con la soga que las ataba. A pesar de sus ochenta y dos años, José Amador aún se conservaba fuerte para su edad, aunque su cuerpo encorvado demostraba menos estatura de la que en realidad tenía, mantenía esa fuerza desafiante que caracteriza a los verdaderos soldados, hombres acostumbrados a la dureza de la guerra y de la vida. El comandante lo sabía, conocía de oídos que el hombre a quien buscó durante tantos años, en su época fue el mejor pistolero al servicio de los políticos del valle, en su haber se encontraba el asesinato de varios líderes liberales, entre ellos su padre; un capitán retirado del ejército y que debido a la persecución del régimen, organizó y entrenó una guerrilla combatiente y efectiva que puso en jaque a las autoridades de la región.
Los rayos matutinos del sol habían desaparecido bajo la espesa cortina de cúmulos cargados de lluvia que tapizaban el cielo, la mañana poco a poco pasaba de luminosa a gris; la copa de los árboles se teñían de plomo y abajo sobre las cabezas de los hombres el ambiente se sumía en penumbras. Nadie escuchaba la plática entre el combatiente y el anciano a excepción de la muchacha que permanecía en el porche junto al comandante, su rostro mostraba la gravedad de la situación.
A cualquier momento habría un muerto y ella tendría que arrojarlo a una fosa. Esa perspectiva de la situación le disgustó; ser la amante del comandante no le daba ninguna prerrogativa.
-Te pareces a tu padre- dijo José Amador. El otro no se inmutó. Su mirada por un momento, tuvo un destello de furia, luego volvió a ser impasible como siempre. - Aunque tu padre fue un gran hombre tuvo que morir así como ahora tengo que morir para que puedas consumar tu venganza- argumentó el viejo sin dejar de mirar a los ojos del comandante, mostrando una ansiosa seguridad en sus ademanes y su voz; de pronto había empezado a sentir aquel miedo que lo acompaño siempre que se enfrentó a la muerte. Eso significa que aún estoy vivo. Se dijo para sí.
El otro continuaba inmutable parado frente a la puerta con la pistola en la mano escuchando a José Amador como si lo que éste dijera no tuviera sentido.
El ruido proveniente de los otros cambuches rompía el silencio que reinaba entre las pausas de la conversación.
-Siendo niño hice una promesa ante la tumba de mi padre y la voy a cumplir. Ni siquiera porque eres un viejo decrépito me voy a detener-
Los ojos del viejo por un instante volvieron a tener un destello de furia y su voz sonó desafiante.
-Si me vas a matar, hazlo, no voy a pedir clemencia porque sé que no la tendrás, tampoco te voy a dar el gusto de verme sin dignidad. Moriré como mueren los hombres, como murió tu padre. Con los ojos abiertos y la cabeza en alto-
Las nubes cargadas de lluvia, se asentaron sobre el campamento, la tierra se estremeció y el eco de un trueno ahogó la voz del anciano. El comandante miró hacia el firmamento y la muchacha estuvo a punto de dejar caer al suelo el arma que portaba. Un destello enceguecedor iluminó el espacio. Un enorme tronco que hería con su punta al cielo comenzó a arder como si fuese una antorcha a unos cuantos metros del campamento, el resplandor de las llamas se veía a través del enorme follaje de un Achuapo.
Después la penumbra se acentuó y a las siete de la mañana pareció como si empezara a anochecer, el sol que hacía tan solo unos cuantos minutos había alumbrado con todo el fulgor matutino desapareció bajo el oscuro manto que se precipitó sobre el lugar.
El anciano y el comandante volvieron a callar por unos segundos. Por un momento, esa especie de temor subterráneo se apoderó nuevamente de José Amador; con la luz del relámpago la pistola había brillado de forma siniestra y bajo la epidermis le floreció el miedo.
El comandante no se percató de ello, sin embargo una tenue sonrisa curvó sus labios. El anciano creyó que había sido de triunfo, en realidad había estado a punto de soltar una carcajada al ver a la muchacha dar un salto cuando el trueno estuvo a punto de romperle los tímpanos.
-Siempre he querido saber cómo mueren los hombres ¿Usted me lo va a enseñar?- mientras decía esto, levantó la pistola y con la otra mano quitó el seguro, el arma quedó lista para disparar. El viejo no contestó y se limitó a mirar por encima del hombro de su enemigo hacía el interior del cambuche. Desde allí, llegaban las notas de una canción de moda.
“Nadie es eterno en el mundo, ni teniendo un corazón”….
Que ironía, pensó. Justo la radio desgranando esa melodía antes de ser asesinado.
En los alrededores los combatientes olvidaron sus quehaceres y tornaron a sus cambuches. De un momento a otro empezaría a llover y nadie quería mojarse. Los centinelas se calaron los impermeables e impertérritos se dispusieron a resistir el aguacero.
En una Milpé cercana, la bandada de loros que desayunaba olvidó su algarabía y buscaron el abrigo de las hojas. Una manada de micos dejó de aullar y se agruparon entre las horquetas de un colosal carrecillo.
-En matar por venganza no hay honor. Después que lo hayas hecho te sentirás tan vacío como antes ¿No lo sabes tú que también eres un asesino?-
El anciano hablaba despacio como intentando que las palabras calaran en lo más profundo del otro.
-No soy un asesino. Solo he matado a quien lo merece- se apresuró a excusarse el comandante.
-Eso pensaba en mis tiempos- aclaró José Amador- lo creía cuando maté a tu padre. Ahora sé que matar es matar no importa cuáles sean los ideales-
El comandante miró a la muchacha, sonrió y volvió la mirada hacia el viejo quien por la penumbra se veía mucho más decrépito de lo que en realidad era.
-Solo sé que se mata por dos cosas: por placer o por obligación. Yo mató por lo último-
-No es una obligación matar, matamos por placer- refutó José Amador mirando al otro con intensidad.
Sintiendo que no tenía argumentos para contradecir al anciano, el comandante desvió la mirada hacia otro lado. Por unos segundos centró su atención en el tronco que aún continuaba ardiendo. Una delgada columna de humo blanquecino se elevaba hacia el cielo contrastando contra la plomiza bóveda celeste y el oscuro verdor de la fronda de los árboles. El viejo continuó con fogosidad inusitada.
-¿Es necesario que me mates? Ya estoy demasiado viejo, no tienes necesidad de continuar manchándote las manos con mi sangre-
-Nunca es tarde para morir. Aunque tengas cien años siempre habrá espacio para una bala en tu cabeza-
José Amador sintió que el aplomo y la seguridad lo abandonaban por un instante, luego torno a la calma de siempre. Era irónico, por enésima vez se enfrentaba a la muerte y era la primera en la cual no se desesperaba, no sentía miedo ni ansiedad, estaba completamente tranquilo. Ese era su sino y no había forma de cambiarlo; un inevitable hado trazó ese camino y él, era consciente que no podía hacer nada. Lo más aceptable era morir con dignidad y a pesar de su vejez no lo verían flaquear. No podía darse el lujo de hacerlo, eso era darle una enorme satisfacción al vengador, cosa que no pensaba hacer.
Por un segundo la luz de los relámpagos que se sucedían unos a otros desprendió fugaces destellos del cañón de la pistola que fulguraron con intensidad en la penumbra de la mañana, provocada por el chubasco, azote de la selva y temor de los hombres que en ella pernoctaban.
El comandante se había convencido a través de las miradas escrutadoras al rostro lleno de profundos surcos del anciano que no habría forma de hacerlo flaquear. Pensó en torturarlo, consciente que un disparo sería un premio demasiado grande para el asesino de su padre.
Durante muchas noches soñó con el momento y la forma de materializar su venganza, con ver arrastrarse a sus pies, suplicando por su vida, al asesino de su padre, sin embargo ahora tener frente a frente al hombre que buscó por tanto tiempo no le hacía ninguna gracia, al contrario lo llenaba de frustración. Mirarlo impávido, impertérrito, estoico, incólume le daba la certeza que el viejo no imploraría perdón como él soñó, menos que se arrodillaría rogando por su vida.
La experiencia le había enseñado que las personas ante la cercanía inevitable de la muerte se desesperaban. Empezaban por lanzar imprecaciones y terminaban llorando. El anciano hasta ahora no había hecho ninguna súplica ni ofensa, se limitaba a dejar pasar los minutos encerrado en un mutismo desesperante y una frialdad insufrible.
- ¿No temes morir?- preguntó explorando posibilidades de hacerlo flaquear.
- Para mí, en estos momentos de la vida, morir es ganancia, entonces no veo porque tenga que tener miedo – respondió José Amador con un dejo de apatía en la voz.
-Eso veremos- sentenció mientras giraba sobre sus talones y se dirigía en dirección de la entrada al cambuche.
-Señor comandante, usted es un hijo del capitán Franco- las últimas palabras del viejo lo hicieron detener en seco justo cuando traspasaba el umbral, dando media vuelta lo enfrentó mientras dibujaba una mirada interrogativa- de nada le servirá torturarme- prosiguió el anciano mirándolo a los ojos- los hombres como usted o como yo preferimos morir antes que rogar, de manera que ahórrese su tiempo-
El comandante sonrío despectivamente y hablo en voz apenas audible.
- ¿Tiempo? ¡Tranquilo, tengo todo el tiempo del mundo!-
- Se lo voy a plantear de otra manera, quiero morir con dignidad como murió su padre, es lo único que le pido, recuerde que si está vivo, me lo debe a mí-
Después de un prolongado silencio, durante el cual el comandante se limitó a mirar la cortina de agua que se extendía desde el oriente sobre la densa arboleda y sin dejar de sonreír preguntó dubitativo.
-¿Existe dignidad en la muerte? Morir es morir no importa cómo-
-Si importa el cómo. Jamás torturé a alguien antes de matarlo- los truenos enmudecían el campamento y los relámpagos incendiaban los negros cúmulos que cobijaban la selva.
-Usted fue un asesino, siempre mató a traición-
-Nunca maté a nadie por la espalda, siempre miré a los ojos antes de disparar- se defendió el viejo, levantando la voz sobre el sonido sobrecogedor que producía la ventisca al azotar la copa de la manigua- además, ¿usted no es un asesino, comandante?-
-Nooo.- tuvo que gritar el otro para ser escuchado, el rugido del viento, el eco de los truenos y el golpeteo sobre el tejado de lámina de las primeras y gruesas gotas ahogaban la conversación- Mato por obligación-
-Nadie nos obliga a nada, ni siquiera las circunstancias, es nuestra elección todo lo que hacemos en la vida-
El comandante no respondió. Era agradable la frescura del viento al golpear su rostro. De pronto sintió que toda la sed de venganza se había extinguido y se halló en la encrucijada de matar o dejar vivir al anciano.
Era un viejo decrépito a quien la muerte no tardaría en buscar, pero si no lo hacía sería faltar al juramento que hiciera cuarenta años atrás frente a una cruz de madera, en un lugar junto a la sierra en medio de la manigua.
La pistola aún permanecía entre sus dedos como una prolongación del brazo, la penumbra se hacía más y más intensa, el aguacero se acercaba con un sonido sobrecogedor, los truenos estremecían el suelo, los relámpagos rompían la penumbra y el vendaval desgajó las primeras ramas de los árboles más altos.
José Amador sintió un estremecimiento en todo su cuerpo había llegado la hora de la verdad. El comandante giró sobre sus talones haciendo el gesto de ingresar al interior del cambuche,
-No te pareces a tu padre. Eres un cobarde. Le tienes miedo a un viejo. Recuerda que fui yo quien lo mató-
Juan Bautista Guerrero, el asesino, con lentitud volteó, el viejo reía estrepitosamente. Una rabia infinita, como aquella que sintió muchos años atrás cuando enterraban al Capitán franco, se apoderó de su alma. José Amador continuaba riendo.
El cañón del arma ascendió lentamente y el rostro rugoso y mojado del anciano se dibujó en la mira. Un relámpago volvió a iluminar la selva y el estruendo seco de un trueno estremeció la cabaña.


Texto agregado el 14-01-2009, y leído por 180 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
07-05-2009 me gusto mucho,es muy buena la narrativa gracias ****** shosha
14-01-2009 coincido con zepol, tu instinto es muy ameno, grafico y conciso, ciertamente me lleno de impaciencia de llegar al final, pero no es eso parte de un buen texto, la impaciencia de saber que pasara....me encanto... Lya_witch
14-01-2009 Te he leído despacio y con paciencia. El texto es excelente, tu estilo ameno, gráfico, conciso. Sin embargo, para darle aún más fuerza yo lo recortaría un tanto. A veces, a medio texto, como que sobrecoge la impaciencia por llegar al final. Y por contraste, el final es demasiado rápido. Ese mi comentario. Mis felicitaciones por tu excelente historia. Valió la pena encontrarte. 5* ZEPOL
 
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