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Inicio / Cuenteros Locales / mactub20 / Capítulo Cero (La espera: un tiempo progresivo)

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Los meses se volvieron semanas, las semanas días, los días horas, las horas segundos, y los segundos en instantes, tres de ellos que cruzaron sus labios y los míos. Labios unidos por un beso con sabor a tabaco y tres gotas de alcohol. Éste no había terminado de nublar nuestras emociones, seguíamos consciente en nuestra inconsciencia, al fin y al cabo inconscientes. Nos habíamos convertido en marionetas de unos cuantos tragos. Lo besaba con como si al siguiente instante el mundo terminara y él me respondía con una pasión primitiva, la pasión del instinto… su pasión.

Estábamos a media calle, la oscuridad y una lluvia ligera me llevaron a sus brazos. No sabíamos nada el uno del otro, nos habíamos visto anteriormente producto de la casualidad y la suerte. Dos desconocidos conociéndose a través de sus labios… Al cuarto instante, la razón dominó al deseo y dos absurdas excusas mataron el silencio del momento.

Como todo encuentro de una noche, después del placer vienen los nombres. Su nombre era Toño, 24 años y dueño de una sensualidad increíble. Mi nombre, aunque conocido por ustedes, para él era un misterio. Si el lector se pregunta cómo llegamos a ese beso enloquecedor a media calle, en la oscuridad de la noche y con una lluvia ligera; seguramente podría explicar el primer punto, incluso el cómo llegamos a la mitad de la calle. El asunto de la oscuridad se lo dejaré a las 24 insuficientes horas del día y la lluvia ligera a un pronóstico equívoco del clima.

La explicación para el beso anteriormente adjetivado como ‘enloquecedor’ es muy obvia, tan obvia que me serviré a omitirla temporalmente pues esa pequeña anécdota me podría servir para elaborar un siguiente capítulo con nuevos bríos y renovadas audiencias. Sin embargo, he de mencionar algo más sobre él, y por ‘él’ me refiero al beso, ése, que fue uno de los mejores besos que he dado y recibido en toda mi vida.

Después de catorce instantes (y no es que los haya contado, sino que la magia de las letras me da suficiente memoria para tenerlos en mente uno a uno), seguimos caminando o al menos eso tratábamos. A esas alturas y esas dosis de alcohol era difícil disimular la falta de equilibrio. Nuestros pasos parecían no llevarnos a ningún lado, caminábamos en círculos: grandes, pequeños, de todos tamaños. Y de repente lo veo caer. Él rió, yo también. Desde aquel vago ‘entonces’, fuimos sostén el uno del otro o el otro de uno, como el lector desee verlo.

Fumaba un tercer cigarro en la cafetería de la escuela mientras recordaba aquellos catorce instantes pasados de mi vida, los mismos catorce instantes que la cambiaron y me atraparon en esa pasión/amor/angustia. Dos años habían pasado, uno de placer y el segundo de dolor. Era como si mi vida se hubiera reducido al antes y después de él, de Toño. Bebí un sorbo de aquel café que sabía más a leche con azúcar que a café, terminé el cigarro y cerré el libro de los recuerdos… de sus recuerdos.

Era mi última noche en México, era el fin de un ciclo en mi vida, el ciclo que le había dedicado a él. Y seguía en la cafetería, tal vez esperando que fuera a despedirse de mí, tal vez sólo deseando que no lo hiciera. No sabía entonces si lo esperaba o me quedaba ahí para evitarlo. Tomé de entre mis cosas una hoja de papel y un lápiz mal gastado, de aquellos rústicos que casi nadie usa en estos días (amo los clásicos) y escribí:

“¡Hey!
Me conoces tan bien que me es imposible engañarte, me es imposible mirarte a los ojos y decir que no te pienso, que ya no te siento, me es imposible decirte que ya no te escribo, porque mientras escriba escribiré sobre ti, para ti y por ti”


Y borré todo con excepción del ‘hey’ que era aquella entra clásica de nuestros antiguos mensajes. Escribí de nuevo:

“¡Hey!
Sabes, la única razón para estar aquí sentado fumando un cigarro y bebiendo el mismo café que bebías conmigo, es el pensar que aquella antigua imagen te traería de vuelta a mí para pedirme que no me fuera, que le diera a aquel primer beso en aquella olvidada calle una tercera oportunidad. Pensé que tal vez argumentarías que las segundas partes nunca son buenas y que por eso debíamos nombrarla ‘tercera’. Yo estaría de acuerdo contigo…”


Volví a borrar, y por mi apresurada sed de deshacer mi texto, rompí la hoja. Golpee la mesa, regué el café que sabía más a leche con azúcar y las cenizas de aquellos tres cigarros cubrieron las pocas letras que aún se alcanzaban a leer en dos fragmentos de hojas. Intenté llorar, intenté llorarle. No hubo una sola gota salada, sólo aquella extraña sensación dulce que me había dejado el café ¿Era acaso el destino que me decía que debía irme sin decir adiós? ¿Pensaría él en mí? ¿Por qué no llegó?

A veces como autor, me gustaría tener la respuesta a muchas preguntas que como protagonista no tendría. Me encuentro entonces en una paradoja creada por el protagonista y vivida por el autor, o como deseen verlo ¿Por qué cerrar un párrafo con preguntas que tal vez mi brillante, por así decirlo, ingenio no podría responder sino hasta algunos letras antes del clímax? Tal vez porque me gustaría que ustedes, como lectores, me dieran algunas ideas. O tal vez, y sólo tal vez, tenga exceso de ideas y faltas de razón para ponerlas en un plano.

Y de nuevo, a veces pienso que mis ideas tienen tres dimensiones: en la primera las vivo, en la segunda las recuerdo y algunos casos, en la tercera las escribo. Lamentablemente algunas escapan de mí a gran velocidad. Tal vez ni siquiera llegue a recordarlas… tal vez ni siquiera las haya vivido ¿Entonces por qué las pienso?

Eran las nueve cuarenta y cinco de la noche del 28 de agosto dos años después de Toño y justo el mismo día de la nota que jamás escribí. Me encontraba en la ciudad de México. Mi equipaje estaba ya documentado, y conmigo sólo un par de prendas y un portátil sin batería. No podía concebir la idea de no saber de él. Serían seis meses, seis meses que pude haber contado día a día. Serían seis meses lejos de él. Tiempo para renovarme a mí mismo, tiempo para imaginarme sin él, para imaginarlo con él… El nuevo ‘yo’, su antiguo ‘él’.

¿Recuerdan aquel primer Capítulo Cero en el que hablé de anteriores amantes que volvían con más fuerza? Pues éste volvió con más fuerza de la que nuestro amor de un año pudo soportar ¿Recuerdan también aquella parte en la que mencionaba Europa como un posible refugio para una decepción amorosa? Ésta me parece la más oportuna para utilizar el refugio. Así que subí al avión.

Nueve horas después y seis sumadas a mi acostumbrado horario, me llevaron a Londres, una hora de avión y cuatro de autobús me llevaron a Galway en Irlanda, la que sería mi casa por cuatro meses. Y de tan lejos, lo seguía pensando…

Texto agregado el 13-01-2009, y leído por 216 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
19-01-2009 Creo que es un amor verdadero de ahí que no se marchará jamás de tu corazón. No sé qué decir,fuera de que está escrito en forma excelente,fluído y lleno de esos pequeños detalles que a veces omitimos. Sólo puedo decir que el amor es el amor,en tu caso es diferente,pero verdadero******* Victoria 6236013
15-01-2009 Buen relato ¿Continúará? margarita-zamudio
13-01-2009 Los antiguos amores son armas de dos filos, porque cuando abrimos el baul de los recuerdos, vuelven con una fuerza ante la cual lo unico que podemos hacer, es esperar a que pase esa angustia que causa el amor... carmencita
 
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