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VUELO A MIAMI

Original de: Magda Kraw

Cuando Eugenio despertó, era demasiado tarde; el ómnibus que lo llevaría al aeropuerto debió pasar a las 9:40. No había tiempo de vestirse y pedir un taxi pues el avión partiría a las 11:11 de la mañana.
Comprendió que había perdido el vuelo y dán-dose vuelta, acomodó la almohada conve-nientemente para seguir durmiendo. No lo pensó más; seguiría en la cama hasta el mediodía y luego haría lo posible por hacer una nueva reservación.
Quería recuperar el sueño, pero la sequedad de sus labios se lo impedía. Decidió ponerse en pie e ir a la cocina en busca de un vaso de agua.
Chancleteó sobre la alfombra y le pareció como si nunca hubiera puesto los pies en el piso. Abrió el refrigerador y tomó la botella plástica en que apenas quedaban unos sorbos del ansiado líquido. El agua bajó por su garganta como las finas gotas de lluvia caídas dos semanas antes. Sintió que su laringe era incapaz de humedecerse.
Dió unos siete pasos hacia el butacón donde hacía ocho largos meses pasaba las tardes, hojeando el periódico y cambiando de cuando en cuando los canales de televisión en busca de algo interesante que lo sacara de aquella rutinaria pesadez. Se dejó caer como si estuviera muy cansado… como si no se hubiera acabado de levantar, como si aquel asiento de enormes y redondeados brazos fuera su único sitio dentro del mundo.
– ¿Qué haré durante este día? – se preguntó mientras lanzaba la botella vacía dentro del tacho de la basura.
– ¡Iré a buscar agua! – Se dijo y se incorporó esta vez dejando las chancletas al pie del butacón.
Como un autómata (eso era desde que llegó a esa ciudad) se dirigió al baño, puso dentífrico en el cepillo y abrió la boca para frotarse los dientes. Hizo un par de gárgaras y escupió. De inmediato se miró en el espejo adviertiendo en la imagen reflejada, una terrible expresión de desaliento.
– ¡Envejecí; tengo la piel como papel crepé! – Recordó la textura del “papel crepé”, rugoso como un acordeón pero flexible como un elástico. Se miró de nuevo al espejo, esta vez estirándose los cachetes hasta quedar chinesco.
– ¡Vaya lugarcito! Todavía no me explico qué diablos vine a buscar aquí! –
Miró a su alrededor y poniéndose la toalla sobre los hombros caminó hasta el dormitorio y abrió el closet… estaba vacío! Sonrió torpemente al recordar que toda su ropa estaba en el equipaje que había preparado para la partida. Sobre la silla, al lado de la cama estaba lo que debió haber usado para su regreso a Miami.
Se vistió rápidamente y en menos de diez minutos estaba listo para salir al mercado cercano donde cada día iba a comprar algo, solo con el objetivo de visitarlo. Esta vez el pretexto era el agua.
Cerró bien la puerta y también la reja. Maquinalmente caminó hasta el parqueo y abrió la portezuela de su auto, eran ya las 11:11; la hora en que su avión debía estar levantando el vuelo. Demoró unos segundos en quitar la tranca de seguridad que le había puesto al auto para protegerlo de los ladrones durante su ausencia. Arrancó y lentamente hizo deslizar el auto por el tantas veces recorrido tramo de la calle Northrop.
El día reverberaba como nunca. Sintió cómo el intenso calor impedía que el interior del vehículo pudiera enfriarse, la sed le ahogaba y aceleró…

*******************
– ¿Aprendió su lección? –
La voz femenina se dejó escuchar como un suave eco.
– ¿De que lección habla… quien es usted? –
Detuvo la mirada en el rostro sereno de la muchacha.
– Soy la misma que le acompaño durante los primeros diez y siete días. Ud. debió haber comprendido la razón de mi presencia a su lado. Era su lección más importante. Ellos suponían que usted estaba listo para empezar, pero al parecer se equivocaron. –
– ¿Quiénes son ellos… y quién dice usted que es? –
– Hattlzet, la misma persona de hace doce mil años: la misma de hace apenas unos meses siendo testigo de sus dificultades, dispuesta a echarle una mano, pero a la vez imposibilitada de hacerlo. Usted mismo lo impidió. –
– No sé qué intenta decirme ni a quien se refiere. – dijo incrédulo-
– Ud creyó que se trataba de Melva, también creyó que Ivette era Ivette… pero ambas eran la misma; la misma Hattlezet con otros trajes. –
– ¡Definitivamente usted no pudo sobrepasar la prueba! – Se dejo confundir por…esas viejas creencias que lo atan al pasado y a teorías obsoletas. –
Eugenio parpadeo después de haber recorrido la estancia con la mirada. Recién comenzaba a darse cuenta de donde estaba.
Era su casa en Caracas. Reconoció los estantes de libros empolvados, los cuadros en las paredes cubiertos por telas de araña, los muebles blanquecinos…
– ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Es esto un sueño o… es que…–
– No tema; usted no ha muerto aún. Tampoco está soñando; digamos que…está en coma.
– ¡No puede ser, yo acabo de salir de mi apartamento… iba a buscar unas botellas de agua cuando… ¡es cierto, no recuerdo lo ocurrido…! –
– Es muy simple; ha sufrido un accidente y… está hospitalizado.– Ahora usted…es decir... su Yo subyacente se encuentra en la cuarta dimensión. –
– ¡Ya veo! ¿Eso quiere decir que estoy muy grave? –
– Eso creen los médicos ahí en el hospital en la tercera dimensión; usted es médico y sabe como suelen pensar cuando tienen delante un cuerpo inerte que no responde a estímulos exteriores. –
– Si, ya sé, el diagnóstico es coma. –
– Ahora me tengo que ir. Le voy a dar unas horas para que se recupere y regrese a la vida. –
– ¡Gracias!
– ¡Espero que la próxima vez aprenda la lección! –
La voz se extenuó paulatinamente al tiempo que Eugenio sentía una especie de desvanecimiento.
*************
La luz que entraba por la ventana hirió repentinamente sus ojos y por instinto se llevó las manos a la cara para tapárselos. Lentamente fue abriendo los párpados hasta quedar completamente despierto. Miró en torno suyo y se percató de que estaba acostado sobre una cama de hospital. La enfermera había terminado de descorrer las cortinas y le miraba sonriente.
– Ahoritica le traen el desayudo Don Eugenio. –
Se miró los brazos, las piernas, y comenzó a moverse constatando que todo estaba en su lugar y ninguno de sus miembros había perdido la movilidad.
– ¡Qué raro! –
– Pensó – no siento ese dolor lumbar que tanto me agobiaba! –
Movió los dedos de los pies y los de las manos con facilidad y sin esfuerzo.
– No se angustie, usted está muy bien… fue solo un golpe en la cabeza lo que le hizo perder el conocimiento. A poco fue un milagro porque… a juzgar por las condiciones en que quedó su auto…usted debiera estar bien muerto! Parece que diosito le perdonó la vida porque usted… ni modo! –
– ¿¡El auto, perdí el auto?
– Si, y … ¡Más vale que se prepare para la noticia! –
– ¿qué noticia?
– Pues, usted causó la muerte de dos personas y tendrá que enfrentar una demanda… ya sabe como funcionan aquí las leyes; es una pena que haya sido así. ¡Lo siento mucho! Eran un par de jovencitos que salían de la escuela a esa hora.
– ¡No puede ser! Dios mío, yo he matado a dos…
– No, no fue usted… fue el auto. Pueden haber sido los frenos. –
Eugenio se llevó las manos a la cabeza y sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Por qué tenía que pasarle esto a él, precisamente por haberse quedado dormido cuando pudiera haber estado lejos de allí?
Se dejó caer sobre la cama boca arriba y suspiró profundamente mientras las lágrimas que habían comenzado a rodar por sus mejillas se iban secando.

***********
…Se dio vuelta para mirar el reloj y viendo que eran solo las cinco de la mañana, acomodó la almohada convenientemente y recostó la cabeza para seguir durmiendo.
– ¡Todavía es temprano!
Una sonrisa de satisfacción se dibujo en sus labios mientras acomodaba su cuerpo bajo el edredón decidido a seguir en la cama hasta que sonara el timbre y con la firme decisión de ir sin falta al aeropuerto por una reservación de vuelo hacia Miami.

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Texto agregado el 12-01-2009, y leído por 158 visitantes. (1 voto)


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