TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / angelateo / Debra de los Infiernos. Capitulo VI

[C:387387]

VI
La superficie de la tierra estaba cubierta por un mar de lava ardiente, burbujeante y resplandeciente que lo iluminaba todo de rojo y que era la única fuente de luz en aquel lugar, pues la gruesa capa de nubes en la atmósfera bloqueaba la luz solar. Sobre la superficie una multitud de objetos flotaban a medida que se quemaban o derretían. A lo lejos, en el horizonte, se podía observar la silueta de una ciudad, con los rascacielos destruidos pero aún en pie, que parecían estar congelados en medio de aquel calor infernal. Fausto enseguida notó que el horizonte parecía estar más bien gélido. Las nubes estaban en constante actividad y se movían con rapidez. A cada momento un rayo caía sobre la superficie de la lava y el hielo.

Al observar hacia abajo notó, terriblemente asustado, que habían nadando en la lava lo que parecían extraños seres, terribles, gigantescos, como serpientes con cabeza de dragón, que jugueteaban con algo. Al mirar mejor y detenerse un momento, notó que eso con lo que jugueteaban los dragones eran seres humanos, que gritaban de dolor y pánico. Finalmente Fausto pudo reconocer que el ruido desobediente producía el mundo eran gritos de gente, que todos aunados a la vez, asemejaban a un eco constante y amorfo pero que cobraba sentido ante la visión del infierno.

Fausto saltó al pie del risco. Cayó sobre una especie de isla de tierra en la base de los acantilados. Miró hacia arriba y comprendió que su mundo no era más que una especie de disco o altiplano que se elevaba por encima de las nubes y que se alejaba tanto del infierno que nada de lo que aquí pasaba allá se podía escuchar. Los dragones tenían en sus bocas miríadas de hombres y mujeres que eran triturados por los filosos dientes. Cabezas, brazos, torsos y piernas eran dislocados, rotos y separados a medida que los animales, con los ojos rojos como de fuego, masticaban. Y pudo ver además de eso, otros seres extraños, como gigantes que caminaban sobre las aguas, hechos de lo que parecía ser piedra candente, pero más sólida que el magma. Estos gigantes tenían lanzas de acero resplandeciente en las cuales estaban empalados seres humanos, agonizantes. Los gigantes agarraban al azar gente que nadaba en el magma, quemándose, y luego, los violaban con sus penes que eran terribles y enormes hierros ardientes al rojo vivo. Y estos gigantes emitían ruidos terribles cuando violaban a algún ser humano, disfrutando su acto sexual, pero aún así no lograban acallar a los hombres y mujeres violados, que gritaban con una desesperación infinita, suplicando y pidiendo perdón.

- ¡Dios mío! – gritaba un hombre que era violado y destrozado a la vez por el gigante - ¡Dios mío! ¡Perdóname, por favor! ¡No me castigues más! ¡Ten piedad, por favor! ¡Perdóname!

En la superpie, de repente, un iceberg surgió. Se podían ver en él, congelados por dentro, hombres y mujeres. Algunos, con medio cuerpo fuera del hielo, gritaban y se retorcían desesperadamente, mientras el iceberg giraba de forma caótica. Por otro lado, surgió de la nada un pedazo de tierra, otra isla, pero diferente a la de Fausto. En su superficie varias mujeres desnudas corrían en todas direcciones, hasta que unos gigantes salieron del magma, llevando consigo a varios bebés.

- ¡Mi hijo! – Gritó una de ellas. Luego, fue seguida por otra. Y luego por todas ellas, que reconocieron en alguno de esos bebes a sus propios niños. Corrieron en dirección a los gigantes, quienes levantaron a los infantes con sus brazos, haciendo imposible a las madres alcanzarlos. Los niños, todos aún lactantes, lloraban, estaban quemados y heridos. Los gigantes, viendo a las madres, reían.

- Miren lo que sufren sus hijos, malditas mujeres – gritaban – Padecen ellos los pecados de ustedes. Ellos no tienen culpas, pero pagan por las suyas. ¡La vergüenza sea sobre ustedes!

Y a continuación empalaban a cada niño, a algunos por la boca, haciendo salir la lanza por la espalda, otros por el ano o los genitales si eran niñas y haciéndole salir por los hombros o por la boca. El llanto infantil todo lo ocupaba y las mujeres enloquecían al ver aquello. Ya habían tenido que ver empalados a sus hijos miles de veces y desde que cayeron al infierno, jamás pudieron volver a tocarlos si quiera, solo les veían sufrir, pero nada podían hacer por ayudarles.

Fausto no podía salir de su asombro, de su horror, de su pánico. Por primera vez en siglos sintió que las lágrimas corrían sobre su rostro. Cayó de rodillas y sintió dolor al chocar contra la tierra, en la que se tendió a llorar amargamente. ¿Quiénes son estas personas y por qué sufren tan terriblemente? Inútil pregunta. Nadie podría contestársela.

Luego de un rato de llorar en la playa, vio algo sobre la orilla que llamó su atención. Era un pedazo de hielo que flotaba sobre el magma, aún sin derretirse del todo. Había atracado en su isla y pudo ver que una persona estaba congelada dentro de él. Se acercó veloz, pues el magma hacía derretir rápidamente el hielo. Tomó el gran bloque y sin mucho esfuerzo lo sacó del mar. Ya sobre tierra firme, observó por un momento la blanca figura humana que estaba dentro de ella, pero el hielo no le permitía ver de quien se trataba, pues sólo veía una deformidad humanoide allí dentro. Con su puño cerrado, golpeó fuertemente el hielo y eso bastó para quebrarlo en pedazos, liberando así a la persona que se encontraba allí adentro. Era una mujer, desnuda, con una piel reseca y tan pálida, que parecía muerta. Sus labios estaban azules por el frío, y el cabello dorado, mojado. No estaba quemada aún, pero era evidente que había sido torturada con el frío.

Ella se retorció por un momento y súbitamente comenzó a gritar aterrada, con los ojos desorbitados, con la carne trémula. Parecía gritar aterrada del aire que respiraba, del ambiente que le rodeaba, de la vida misma que vivía. Era ya costumbre gritar, suplicar y sufrir de formas cada vez más terribles. Esta mujer había sido destrozada una y otra vez quien sabe cuantas veces, quien sabe violada por quien y por qué. Y Fausto, no acostumbrado a lidiar con el pánico, por un momento no supo que hacer, pero luego sólo siguió su instinto y la tomó y abrazó tiernamente, esperando calmarla. Ella, ante el abrazo afectuoso, que no pudo comprender después de siglos de agresión, por unos instantes siguió gritando. Imaginó que se abalanzaba sobre ella una nueva forma de tortura, que esperó con terror, pero al percatarse que aquello no sería así recordó que cuando estaba viva, había conocido la calma.

- ¿Quién eres? – Preguntó la mujer a Fausto - ¿Has venido a traerme algún perdón? ¿Lo merezco? ¿Lo merezco?

Fausto no pudo responder nada, las lágrimas brotaban de sus ojos al sentir la piel erizada de la mujer, fría y pálida como la muerte.

- Eso pregunto yo – le respondió Fausto – Quién soy y quiénes son ustedes.

De la playa salió precipitada una de esas serpientes gigantes, que miraba con ira a ambos. Proyectó un grito terrible y vibrante, que retumbó en los oídos de Fausto y de la mujer. Ella, al verla, volvió a gritar, pero Fausto, lleno de ira, se levantó sobre sus piernas y observó retadoramente al animal infernal. Cuando este intentó acercarse a él, Fausto levantó su mano y le señaló con el índice.

- ¡Vuelve al mar, Bestia indigna! – le gritó con autoridad y con rabia.

Y confundido de repente por la presencia extraña, la bestia se retorció aterrada y, sumisa, bajó la cabeza a la tierra, mientras se retiraba. Parecía que la divinidad de Fausto en seguida llenó de temor a todos los seres infernales, quienes voltearon a verlo. Quedaron paralizados ante su autoridad suprema y cayeron sumisos ante él. Los demonios que caminaban sobre la lava se hundieron y las serpientes soltaron a los hombres en sus bocas. Se arrodillaron ante él y un rumor temeroso se hizo de todo. Por primera vez en muchos siglos, estos hombres y mujeres no eran torturados terriblemente. Las gentes voltearon también para ver la causa de aquella buena noticia y vieron a Fausto a los pies de la columna que sostenía el paraíso. Un ángel parecía haber bajado al infierno para mitigar su dolor. Esperanzados algunos, otros incrédulos, sorprendidos todos, los hombre elevaron sus manos suplicantes.

- ¡Sálvame, por favor! – gritó alguien desde la lejanía – ¡Por favor, por favor!

Y en seguida, millones de hombres y mujeres gritaban a la vez, pidiendo lo mismo. La gente nadaba como podía, con las pocas fuerzas que les quedaban, para aproximarse a Fausto. Deformes y quemados, desfigurados por las llamas, las torturas y las violaciones, mutilados algunos, con los ojos colgando, con espadas, dagas y lanzas clavadas en la espalda, el cuello o el ano, todos intentando acercarse a Fausto, suplicándole salvación, perdón y consuelo. Mientras los hombres se acercaban a él, los seres infernales se alejaban lentamente. El infierno vivía por primera vez esta conmoción extraña. Pero Fausto sabía que no podía salvarlos a todos y sacarlos de su dolor, por lo cual retrocedió hasta quedar arrinconado contra los riscos que sostenían el Cielo. Hizo un primer ademán para escalar y volver a su hogar, pero al voltear observó a la mujer aún no deforme, pálida y abandonada, tirada en el piso. Ella parecía estar aún extasiada por el poco de amor que Fausto le había dado y por eso no se arrastraba humillantemente para suplicarle un poco de misericordia.

Antes de que la muchedumbre la envolviera, Fausto corrió hacia ella y la cargó sobre sus hombros. Comenzó a escalar la columna celestial con la agilidad propia de un ser divino, dejando a los hombres del infierno abajo. Ellos, débiles, cansados y mutilados, estaban impedidos para escalar tras él. Al voltear la mirada hacia abajo, Fausto pudo ver que, a medida que él subía, los seres infernales avanzaban de nuevo sobre los hombres y los tomaban para continuar con su lamentable tortura. En un momento, Fausto cerró los ojos, apoyó su frente sobre las rocas y lloró amargamente por un rato. Había visto el infierno y era tan terrible que hasta a un ser celestial como a él, el terror, la indignación y el dolor le carcomían las carnes hasta llegar a sus huesos.

Texto agregado el 10-01-2009, y leído por 118 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]