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Eros y Tánatos

Elena se despertó tarde hoy. Más tarde aún que de costumbre. Cada día es peor. El solo hecho de bajar los pies y calzarse las chinelas gastadas, le exigen un esfuerzo casi doloroso. En dos horas debe estar en el consultorio de su psiquiatra.


Necesita un café bien fuerte. Envía órdenes a sus piernas para que la trasladen hasta la cocina, pero no logra ponerse de pie. Hay una melodía dando vueltas en su cabeza desde que se despertó. No puede recordar el título. Intenta tararearla y solo logra emitir un sonido gutural y sin forma.

Siente como si una mano enorme y pesada le empujara el pecho y no la dejara respirar. Baja la mirada buscando en vano el origen de esa fuerza que la empuja, y sus ojos se detienen en el escote de su camisón. En un impulso, sus manos apartan la tela y dejan al descubierto sus pechos pequeños y firmes. Como tazas de té, le había dicho Mariano maravillado cuando los descubrió, hace ya diez años. El mismo impulso la ha hecho pararse por fin, y Elena ve su imagen en el espejo grande del cuarto.

Su cara y su cuerpo no tienen la misma edad que su mirada. Acaba de cumplir 35 años y, sin embargo, cuando piensa en su pasado, su memoria parece no reconocer a la niña que fue. Está demasiado lejos.

¿Cómo había llegado a este punto? Elena se lo había preguntado más de una vez. Siempre había estado segura de que todo lo podía. Solo ponía en marcha su voluntad y manejaba los hilos a su antojo hasta conseguir lo que quería. Hija única, había manipulado el amor y la atención de sus padres desde que el uso de razón le indicó que era capaz de hacerlo. Asediada por decenas de chicos de entre los cuales se daba el lujo de elegir al más atractivo. Cuando conoció a Mariano, se sintió vulnerable por primera vez.
Aquel primer encuentro había sido en una reunión a la que él fue invitado de casualidad. Casi nadie lo conocía, y sin embargo no tardó en acaparar las miradas de las mujeres presentes. Desde la otra punta del salón, ella tuvo que darse vuelta para encontrarse con aquellos ojos oscuros que sentía clavados en su espalda desde que entró. Una sonrisa que se destacaba blanca en la piel tostada y una leve inclinación de cabeza, fueron los gestos seductores que la impactaron. Se conquistaron mutuamente. La atracción física fue fundamental en el inicio de la relación. Él era ducho en el arte de amar. Y Elena aprendió muy pronto que su voluntad desaparecía ante tan sólo la mirada de ese hombre. Mirada que prometía los placeres que siempre cumplía. Aprendió a entregar su amor hasta sentirse vacía. Y paradójicamente, sólo se sentía viva en el abrazo devastador.

El primer engaño tardó apenas unos meses en llegar. Todavía no vivían juntos. Ella volvió de un viaje de trabajo que, supuestamente, debió haber durado hasta el lunes. Llegó a su casa, se duchó, se cambió y salió disparada a darle a él la sorpresa de una tarde de domingo, juntos. Sólo la suerte evitó que el encuentro fuera cara a cara. Pero ni siquiera esto la hizo sentir menos humillada. Todos los rastros de un fin de semana compartido con otra, estaban a la vista. Restos de comida comprada, botella de champaña vacía, dos copas y hasta una pulsera displicentemente olvidada. Pero lo peor era el olor. Un perfume ajeno y pesado se instaló en su nariz y lastimó su olfato.

Cuando horas después escuchó la llave en la cerradura, sentada en la oscuridad, todavía rogaba por que la explicación de Mariano la convenciera de lo innegable.

Un amigo en común le advirtió: si dejás pasar ésta, vas a tener que dejar pasar muchas más.

Trató entonces, en medio del dolor, de recuperar aquella fuerza de voluntad que había sido el motor de su vida. No pudo. El amor se había convertido en obsesión. Se dedicó a espiar y buscar indicios en cada movimiento de Mariano que le pudiese indicar la presencia de la otra de turno. Hubo reproches, promesas, reconciliaciones y la certeza de que la magia se había esfumado para siempre. A partir de entonces, las infidelidades de Mariano se sucedieron. Y aunque ella se prometía a sí misma que cada una de esas traiciones era la última que soportaría, no lograba salir del espiral tramposo en el que se hallaba. Había llegado a consolarse pensando que después de todo, él siempre volvía a ella. Ya era tarde para recuperar la dignidad perdida. Su cuerpo y su mente estaban enfermos. Casi no comía, lloraba todos los días y dormía en busca de un descanso que se le negaba. Su médico la derivó a un psiquiatra cuando vió los signos de la depresión.

Anoche todo se precipitó. Lo que hasta entonces había merecido de parte de él el calificativo de aventuras pasajeras, se convirtió en una frase que fue una puñalada para Elena. “Esto es diferente” le había dicho. Esta vez era diferente. Y ante la confesión, la certeza de la pérdida definitiva, siempre latente pero nunca admitida, acabó con las pocas defensas que aún la sostenían. La discusión había sido larga y dolorosa. Curiosamente ella no lloró. El dolor salió seco y brutal a través de las palabras. Necesitó doble dosis de ansiolíticos para dormir.

Ahora, se obliga a ir hasta la cocina para prepararse el café. La melodía le sigue taladrando el cerebro y siente que es absurdo no poder quitársela de la cabeza, cómo es posible, me estoy muriendo de pena y dolor y hay música acá adentro, y se tapa los oídos en un gesto inútil. Su mirada, que busca los fósforos para encender la hornalla, tropieza con el pequeño celular que comienza a vibrar. La mano le tiembla cuando toma el aparato que Mariano ha olvidado allí esta mañana. Sabe que lo mejor es no leer el mensaje que se anuncia. Pero también sabe que es inevitable. Lee. Vuelve a ponerlo donde estaba y se dirige al baño. Mientras se atraganta con todas las pastillas que es capaz de meterse en la boca, levanta la cabeza para tragarlas con agua, recuerda al fin el título de la canción, y el espejo le devuelve esta vez, su última mueca.





Texto agregado el 01-01-2009, y leído por 389 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
24-11-2009 Es un relato muy bien hilado, cada frase justa en el lugar adecuado, aunque el tema en cuestión se ha escrito en muchos otros relatos hay acá un sendero fino y psicológico, un antes y un después provisto a veces de pinceladas prosaicas, fue un placer leerla. online
17-09-2009 Bueno, la narraciòn esta bien conducida, pero ese final no me termina de gustar. Y si le das otra oportunidad, ningùn tìo vale para que nadie se suicide por èl. Saludops. Jazzista
28-01-2009 Un relato duro y pelado que nos mete en el sufrimiento del personaje. Bien logrado!!! gerardwalt
15-01-2009 duro relato donde mostraste la fiereza del sentimiento de dolor. marfunebrero
02-01-2009 Buena redacción, el final vale mucho... Schwarzerstern
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