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¿Estás seguro de esto?

Más que de cualquier otra cosa en mi vida.- Dijo él, mientras que en su rostro se podía leer una especie de aburrimiento ante lo que podía ser esta situación.

¿De veras puedo probarmelo?

Por favor, hazlo.

Sentía ansiedad, tanta que su demora hacía peor lo penoso de esta situación; ella le arrojó su brassiere en un gesto típicamente femenino de "sensualidad combinada con falsa timidez", haciendo que su cabello cubriera su rostro mientras sonreía y procedía a morderse el labio inferior como lo había aprendido a hacer y que hacía por su comprobada efectividad. Por su parte, el mostraba un rostro sin emociones al atrapar en el aire su sostén, para acomodarlo con suavidad sobre la mesa de noche.

¿Me parezco a ella?

La verdad no, son polos opuestos de belleza- una mentira, una de esas que se dicen por fórmula de cortesía con la esperanza de que al menos suenen como una verdad a medias.

Ella se acercó a la cama para recoger su copa de vino. Sus dedos se empaparon lentamente de las gotas que parecían sudar de la copa. Con un tropiezo apenas perceptible logró acercar la copa a sus labios y beber un poco más del vino con que subieron a su habitación.

-Nunca antes había hecho algo así.

Caminó torpemente hasta regresar al armario y pasó sus dedos húmedos por la costosa tela del vestido, ignorante de la silenciosa furia que salía del rostro de su acompañante.

-¿Las drogas o el rendez-vous?

Rió un poco timídamente y murmuró "rendezvous" en tono burlón. Miró de reojo a su acompañante, en busca de sus ojos, para ver qué tan en serio hablaba. Dejó de cubrir sus senos con las manos y acarició la barba incipiente de este desconocido que ni siquiera se sonrojaba.

-¿Cómo era ella?

-Es. No, tienes razón, era. La gente cambia, un día estás locamente enamorado, pero esa persona desaparece pronto. La hermosa mujer de la que te enamoraste se transforma día tras día, hasta que no es alguien que te interesa.

-¿La dejaste en cuanto le viste arruguitas entonces? Típico...

-No, ella me dejó en cuanto comenzamos a tratarnos como viejos amigos.

Ingenio, eso le gustaba a ella. Al menos en sus frases había algo de emoción que contrastaba contra el rostro de piedra.

-¿Dónde está la pastilla?

Abrió las puertas del armario y vio como él se perdía en
el interior de este. Era casi una habitación aparte. Regresó de entre las sombras con un sobre y un vestido de satín rojo.

-¿Para mí?¿Tan poco te emociona verme desnuda?

-No tienes que ponértelo de inmediato... si no quieres. Pero debes tenerlo puesto una vez hayas tomado la pastilla.

Sintió algo de frío en su pecho desnudo y sus pezones se endurecieron, todo ante la mirada del extraño... que finalmente se sonrojaba.

-Al fin, estaba a punto de pensar que el vestido era para ti. ¿Donde está ella ahora?

-¿Quién?¡Ah! Ella debe seguir en la ciudad, nunca me he molestado en buscarla de nuevo.

-¿Así de mal terminaron las cosas entre ustedes?

-No, sólo resultaron... incómodas. Sí, esa es la palabra. Incómodo.

Cuando empezaron a estar juntos la cosa era bastante sencilla, sexo, amor, pasión, adicción entera entre ellos. Estaban tan encantados el uno con el otro que se realizaron el mapeo mental en una pequeña sala oculta de una discoteca.

Para cuando estuviesen viejos, para cuando quisieran aferrarse a ese instante. Y escribieron los códigos del otro en un tatuaje sobre sus dedos anulares, porque eso parecía simbólico.

Lo cual no está mal, pero un tiempo después la relación había llegado a un punto muerto, la pasión menguaba y trataban de salvarla experimentando. Lo usual: nuevas posiciones, nuevos juegos de rol, nuevos lugares, casi que todo menos nueva gente. Hasta que un día ella sirvió en una copa las pastillas y le pidió que tomara una de las dos.

Pudieron haber simplemente tomado la pastilla de ellos un poco más jovenes, pero tomaron la del otro. E hicieron el amor en el lugar del otro.

Fue exhilarante, ella tocaba los senos de él, el chupaba el pene de ella, se besaban sintiendo las pieles de sí mismos, pero una vez acabaron los orgasmos no sabían que hacer con el otro. Les costó trabajo siquiera mirarse al despertar de la pastilla durante la madrugada.

Mientras escuchaba la historia, la extraña se acomodaba el vestido de satín rojo, perdida en la fantasía de tener sexo como un hombre con un hombre que a su vez era una mujer. Interrumpió la narración para que él la ayudara con el cierre.

-Y con el paso de los días, descubrimos que nos conocíamos por completo. No estoy seguro que fuesen las pastillas. O si fue el pensar que no había con que superarlas. Tal vez fueron los orgasmos.

-¿Te confieso algo? Creo que esto me va a gustar. Arrójate a la cama.

Pasó la pastilla con un sorbo de vino. Y él tomó otra pastilla.

-¿Y quién de los dos está en esa pastilla?

-Yo, tal y como solía ser antes. Te voy a encantar.

Texto agregado el 25-12-2008, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


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