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MI casa era vieja. Tenía techos altos y algunas paredes pintadas con dibujos infantiles. Yo tenía nueve años y había tenido una discusión con mis padres. Así que me encerré en mi habitación y me escondí debajo del escritorio que ocupaba la pared opuesta a la de mi cama. Un rato más tarde mis padres entraron y me buscaron en el ropero, donde me escondía habitualmente. No notaban que estaba a plena vista bajo el escritorio. Entró mi padre, miró en el ropero y salió diciendo que yo no estaba. Mi madre repite el movimiento y me busca en el balcón o el palier de entrada. Yo aprovecho y me meto en el ropero. Los oigo volver un poco más desesperados que antes, preguntándose adónde me habré metido y si no deberían llamar a la policía. Miran bajo mi escritorio, donde estaba hacía un minuto, y yo ya voy pensando cómo puede ser que los haya burlado tan fácilmente. Y me río. Mis padres pasan de habitación en habitación y escucho sus voces lejanas, mientras me acolchonan todos mis abrigos y me siento cómodo y protegido.
Las voces están más lejos. En la otra punta de la casa. Y empiezo a preocuparme, a decirme si no debiera salir, pero el enojo que resta – erosionado por esta risa, pero aun subsistente – me hace quedarme. Que aprendan. Todavía un poco más, para que aprendan. Así que no salgo. Mis padres aumentan la velocidad de la búsqueda. Parecen las pelotas desquiciadas de un ping ball. Se suceden de habitación en habitación, pareciendo casi que fueran a ponerse a rebotar contra las paredes sin ton ni son, en un ritmo desesperante.
No obstante, no vuelven a revisar el lugar más obvio. Y las voces se hacen más lejanas, como si ya me estuvieran buscando en las escaleras del edificio. Me preocupa que se vayan, que me dejen solo. Que por error, un error tan sencillo, me dejen solo. Que puedan ser engañados tan fácilmente, y que me dejen solo. El miedo se hace agitación, inquietud, y tengo que salir de la oscuridad del ropero. Así que salto. Por un momento todavía tengo miedo, como si hubiera desaparecido de verdad y yo fuera tanto una víctima de la desaparición como un victimario. Como si yo fuera parte de los afectados por mi ausencia, y la parte ausente. El salto es eterno, como si tuviera que recorrer millones de campos de oscuridad para caer en el centro luminoso de mi habitación. Y de pronto estoy allí, atravesando mucho tiempo a una velocidad sin igual pero en un movimiento lento, y estoy en mi habitación parado, esperando ver aparecer a mis padres por el pasillo. No sé si vuelven. Siento una incertidumbre, una inquietud, un temor estremecedor. Todavía lo percibo: me han encontrado – y me encontré – o no, no: soy definitiva e irremediablemente invisible, perdido, inencontrable.

Texto agregado el 22-12-2008, y leído por 112 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-02-2009 de lo común de las personas a lo pensable . ismaela
26-12-2008 Me gusta su juego con la psicologia hace que el lector capte la entrada del juego de las letras. Se nota en las palabras que utiliza. Sus 5*no se porque me acorde de la alegoria de la caverna. lovecraft
23-12-2008 Me gusta la idea del relato, y le encuentro buen ritmo. De pronto el final se adivina y pierde impacto (quien sabe convenga revisarlo). Agarrate_catalina
22-12-2008 Ufff muy bueno, excelente! sinick
 
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