En pleno centro de la más remota y fría ciudad blanca, allí por el polo norte. Existía un viejo carpintero el cual gozaba de buena salud y un arduo trabajo, que trataba de: repartir juguetes a todos los niños del mundo. No era tarea fácil, por el cual el viejo precisaba tener mucha ayuda y magia pura; que afortunadamente lo tenía: muchos hombrecitos hacían el trabajo monótono (envolver regalos, ponerlos al trineo, lavar las ancas de los renos que volaban… etc.) Los renos aparte de hacer el transporte más placentero y breve, pues tenían el deber de hacerse ver por los niños, allí en el cielo, a la luz de la grandiosa luna de cada 24 de diciembre, antes de tocar la navidad, y todo eso gracias a la magia que tenía ese viejo llamado Papa Noel. Lo hacían bien…
Hasta que un día de coyuntura, previo a la noche más importante del año, el hombrecito encargado de leer las cartas, había quedado mudo ante una carta, que parecía fulminante… El mismo Papa Noel, interrumpiendo su práctica de su ya conocida carcajada, lo había leído, luego de quitárselo al hombrecito aturdido. No era cosa de niños lo que había visto, ahí en la carta. Demasiado cruel, tan cruel que ese mismo instante, así de súbito, había suspendido todo el proceso, y renunciado de ese cargo, para siempre. Dejando a más de un millón de hombrecitos, desempleados… Y los renos habían quedado sin poder volar… Qué tristeza la de aquella última jornada.
Papa Noel, había enviado una carta al padre de ese niño… Pidiéndole, que por favor se haga cargo de su hijo en navidad, y que pase la voz a los demás padres del mundo, ya que el no podía soportar semejante monstruosidad…
El padre preocupado… Y a pocas horas de la noche buena, había agarrado un mantel rojo, así logrando una imagen poco atractiva, pero en fin, algo tuvo que hacer… Muy aparte de haber comprado todos los regalos para sus hijos y hasta para el mismo niño truhán, que dormía como lobo… Y el pobre hombre, habiendo bajado por la chimenea, y más aún de ridículo: tratando de reír como Papa Noel. Había despertado a su hijo…
Ese mismo hijo que ni con la mejor carcajada se ponía a reír… Pues, no más uno tenía que tener el más y grandioso talento para poder amar a ese niño. Que Papa Noel no había logrado. Y sí ese padre, ese papá tan mágico.

Will

(Dedicado a mi papá)