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Ahora me encuentro mejor.

El agua caliente comienza a crear un efecto sedante sobre mí y esta ya comienza a teñirse de rosa debido a la cantidad de sangre que he perdido. Una afilada cuchilla de afeitar ha atravesado la carne de mis muñecas.

Comienzo a relajarme.

¿Sabes? Me es imposible no recordar a El Lobo estepario que tanto teme las cuchillas y que incluso pone una fecha límite para decidir si suicidarse o no. Hesse se equivocó. No es tan difícil quitarse de en medio.

Permíteme que me presente y cuente mi historia. Permíteme contarte por que me encuentro en un bañera llena de agua caliente con las muñecas cortadas verticalmente.

Mi nombre es Carlos. Tengo treinta y cinco años y, como has comprobado, pocas ganas de vivir. Vivo en un pequeño piso de alquiler en el centro de la ciudad. Hoy, día veinticuatro de diciembre, me encontraba cenando solo frente a un pequeño televisor. Tengo que decir que la cocina precocinada no es apropiada para estos días, pero sí, me encontraba cenando el día de navidad un triste plato de canalones comprado en la sección de congelados de un supermercado cualquiera.

La televisión no dejaba de escupir basura y las grandes compañías no dejaban de emitir anuncios de juguetes y colonias del actor o jugador de fútbol de turno.

¿Recuerdas ese anuncio en la que un chico regresa a casa por navidad? Seguro que sí. Pues ese mismo estaban emitiendo cuando recordé a mi madre, Marta. Ese mismo anuncio me hizo pensar que yo no tenia donde volver por navidad. No tengo hermanos, mi padre murió hace siete años y mi madre…Bueno, hace años que no se nada de ella. No se si vive o no. Lo cierto es que ese maldito anuncio fue el detonante. Me había deprimido tanto y tenia tantas ganas de ir a buscar a mi madre que esta a sido la manera que se me ha acorrido. Buscarla entre los muertos. Como el anuncio aunque con cierto aire melodramático.

En casa por navidad.

Lo cierto es que cuando mi madre se fue no la eché demasiado de menos. Siempre nos habíamos llevado mal. Como perro y gato y, desgraciadamente, acabo de darme cuenta quien era el perro de los dos.

No fui lo que se suele decir un hijo modelo. Siempre reproché a mi madre la muerte de mi padre. Ella lo abandonó. Se fue con un chico quince años más joven que ella. Se enamoró perdidamente de un joven de extraña vida. Nunca supe si este chico era traficante, el encargado de un burdel o poeta. El caso es que mi padre se quedo solo, como yo lo estoy ahora, y claro, acabó como estas cosas suelen acabar; con un suicidio.

Parece irónico… De tal palo tal astilla.

Siempre reproché a mi madre la muerte de mi padre de la misma forma: Insultándola y haciéndola llorar cuando me encontraba frustrado por cualquier cosa. La llamaba por teléfono para desahogarme. Estuvimos así unos meses, hasta que un día supongo que se cansó y desapareció. Cambió el número de teléfono y no supe más de ella.

Supongo que estará viviendo con ese necio que, a su manera, ayudo a la muerte de mi padre, y ahora, ella, no se acordará de su hijo un día tan señalado como hoy.

Permíteme dejar el tema de mi madre, por ahora, y cambiar un poco el sentido de este monologo estúpido para hablarte de mi padre.

Su nombre era Jesús, católico de pura cepa y con una imagen de la educación un tanto… ¿Cómo decirlo? Inquisidora. Sí. Esa es la palabra.

Mi padre me apalizaba cuando era pequeño. A mí y a mi madre. Cuando llegaba a casa borracho entraba, sin motivo alguno, a mi habitación y me despertaba en mitad de la noche para pegarme.

Ahora os preguntareis por qué castigué tanto a mi madre por la muerte de mi padre. Pues bien. En realidad, lo consideraba un hombre triste y cobarde. Esta declaración os puede parecer brutal pero en fin. El tiempo pasó y yo, como todos los niños, fui haciéndome mayor. Llegó el día en que pude enfrentarme a el. Estuvo tres días en cuidados intensivos en el hospital. Le abrí la cabeza por tres sitios distintos cuando intentaba hacer una de sus entradas nocturnas en mi habitación. Yo le esperaba con una barra de acero detrás de la puerta.

Hay personas que necesitan sentirse superior frente a personas más débiles que el hasta que el débil se cansa de la situación… Como yo ahora… me encuentro muy cansado y tengo sueño.

Los minutos pasan…

Me temo, amigo, que no te podré contar toda la historia de mi padre, acabar la de mi madre y muchas cosas más que me hubiera gustado contarte. Me temo que llega el final…

Solo queda despedirme y desearte una feliz navidad. Espero que tenga una mejor noche que la mía. De todas formas ha sido un placer pasar mis últimos minutos contigo.

Nos vemos en el infierno…

Texto agregado el 03-12-2008, y leído por 164 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
03-12-2008 ufff, he sentido un escalofrio...ese cuento no se aleja de la realidad de muchos. felicidades por tus textos, muy buenos. un saludo! un_universo_diferente
 
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