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MILAGRO EN LO VASQUEZ


Estábamos cero a cero y el empate no nos servía. El centro delantero, que había retribuido nuestro cariño con tantos y hermosos goles, hoy ausente no estaba en su día. En el primer tiempo, recién comenzado el encuentro, se perdió un gol “hecho” cuando desaprovechó una "habilitación magistral" del medio campista que lo dejo solo ante el "arco desguarnecido". La pelota se le enredó entre los rojos botines y nunca pudo darle “la puntada final”. En otra ocasión frente al arquero, como tantas otras veces, pero asustado ahora por el peso del campeonato, después de una buen “amague” para "sacarse de encima al central", disparó con comba; "la esférica caprichosa mordió el travesaño" y se desvío apenas, ahogando nuestro esperanzado grito de gol.
Cuando después de un segundo tiempo para olvidar, el árbitro tocó el pitazo poniendo fin al encuentro, el equipo a pesar de saber que “las cosas no se le habían dado” porque sus rivales “ no jugaron a nada”, se retiraron abatidos.
Que han desaprovechado una linda oportunidad para sumar otra estrella, que el ambiente era inmejorable y que el otro equipo estuvo "mejor parado y habían metido con más fuerza la pierna” - decían los exagerados comentaristas -. Nuestros jugadores a modo de disculpa, se agarraban la cabeza mientras desilusionados caminaban como pánfilo a los camarines. Nosotros, los de la hinchada, no los pifiamos. Nos quedamos silenciosos escuchando las risas y las ofensas de nuestros rivales, todavía con los fósforos encendidos y los fuegos artificiales embotellados, listos para ser lanzados al cielo e incendiar la noche con la jarana y las luces multicolores; nos quedamos con los cánticos en la boca y nuestro himno merodeando por los labios. Embuchándonos la desilusión continuamos por largo rato sentados en las graderías; el centro delantero, cabizbajo, inclinándose recogió un poco de pasto cuando abandonaba la cancha y se persignó mientras pisaba el recortán y ahí, justo en ese momento, comiéndonos la rabia y viendo la admirable actitud de nuestro ídolo, fue que nos decidimos. Iríamos a la Virgen de lo Vásquez; para que nos "echara una manito”. Tenía el domingo que ayudarnos a ganar el titulo, en la última fecha del campeonato.
Nosotros, los tres, haríamos la romería este Jueves 8 de Diciembre ".

Así comenzó el relato, que ahora después de tantos meses les narro. Nunca supe cuáles eran sus verdaderos nombres; es sabido el tremendo orgullo que sienten por sus apodos. Al que estaba conmigo lo llamaban Tiznado; él pensaba que era el fruto de su niñez allá en Lota, donde a su padre se le pudrieron los pulmones en las minas del Carbón – según decía – Pero a decir verdad, el apodo se lo pusieron sus amigos de la barra y la barriada, simplemente... por negro.
A usted – me dijo - que le gustan las historias, le voy a contar una que la he tenido guardada – de vergüenza, dijo mirando el suelo intentando ruborizarse –
- Así tanteó la conversa, mientras pedíamos la tercera cerveza, en un barcito allá en Nicolás de Gárnica con Valdivieso, en pleno barrio Recoleta -.
" Con el Sapo y el Eme, que eran mis inseparables, quedamos de juntarnos el Miércoles tempranito en la estación Metro Las Rejas y después de los saludos y los abrazos de rigor, partimos animosos rumbeando a Casablanca, acordándonos de los grandes partidos de nuestro equipo, de las goleadas memorables y los verdaderos baluartes que habíamos tenido en las últimas temporadas. No nos dimos ni cuenta cuando llegamos al túnel Lo Prado. Allí nos encontramos con otros barristas que por motivos diferentes, con mochila a cuestas y montando bicicletas, también participaban de esta peregrinación. Un camión nos transportó al otro lado del túnel y después de despedirnos de los ciclistas mochileros, nosotros, los tres, continuamos chaleando junto con cientos de devotos caminantes que diligenciaban algún milagro.
De la recta a Curacaví no quiero ni acordarme. Empezó a ser eterna y a medida que la hora avanzaba, poco a poco nos fuimos enmudeciendo. Ya entrada la tarde nos emponchamos unas cuantas cajas de tinto y un par de huiros que al Eme nunca le faltaban, salieron al aperrado baile para alegrarnos el alma. A medianoche, con frío y acurrucados a un árbol en plena Plaza de Armas, nos quedamos dormidos.
No serían todavía ni las siete de la mañana cuando, despabilados y junto a un tropel de madrugadores penitentes, tutreabamos de nuevo por la concurrida carretera. En las largas horas que siguieron y después de intentar embaucar a unas hermosas peregrinas, que no hicieron otra cosa que hablarnos de la fe y del gran poder de la oración; terminamos, como siempre, solitarios y acordándonos de todos los jugadores; hablamos incluso, de aquellos insignes futbolistas que nunca vimos jugar, pero – Como dice el Eme - Siguen presentes en el corazón de la hinchada.
En el costado del camino, avispados comerciantes vendían sándwich, empanadas y bebidas, y otros clandestinos, más linces y cazurros, traficaban unos motecitos de mariguana. - yerba buena decía el Eme evitando que se le reventara la hiel -. Era como a la entrada de un estadio; sólo faltaban los vendedores de banderines, aunque algunos mortificados llevaban flameando en sus mochilas imágenes del Padre Hurtado y de la Sor Teresa de Los Andes.
Después de una empinada cuesta, cansados como antiguos caballos Lotinos, por fin desde la cumbre, divisamos imponente el Templo de Lo Vázquez.
El sapo, que venia babeando ya medio muerto, recobró "el segundo aire" y saltaba gritando de alegría. Del gentío, que otro le cuente; de la nube de polvo, del tierral, ni le hablo. El Eme, de puro volado después de un pequeño reposo, insistió que debíamos entrar a la iglesia de rodillas porque el favor era grande y bien valía la pena. Y así no más lo hicimos.
Agarramos la fila de los más fervientes, la de los arrodillados; iban mujeres solas, otras con sus broquitas en brazos, hombres que a fuerza de llanto y entre murmullos de oraciones se arrastraban. A mi lado, vestida de café, jadeaba rengueando una pobre vieja, que apoyada de una vara a modo de bastón me miró, como desde hace mucho tiempo nadie me miraba, lo hizo con cariño; intenté devolver el gesto, tomándole el brazo para ayudarla, me lo agradeció amable llamándome hijo y que por favor no me preocupara.
Al interior de la Iglesia, donde el aire es insuficiente y respirar se hace difícil y a pesar de los empellones que cualquier árbitro cobraría como faul, el ambiente de recogimiento y los retumbos de piedad golpeaban las murallas, las cruces y los Santos. Los espíritus se alborozaban, igual que en un partido de final de campeonato; un júbilo conmovedor, como un gol de triunfo en los descuentos, se apodera de cada uno de los asistentes y de los pasados sacrificios, de la larga caminata y las rodillas sangrantes, del hambre o el frío uno ni se acuerda ante su Santa Presencia.
Una cuadrilla de monaguillos trajeando sotanas café y tropezándose entre los apretujados creyentes, rondaban con los bolsos para la ofrenda. Cuando pasaban cerca de nosotros, el crujidero de monedas rechinaba alegre dentro de las negras y despanzurradas talegas.
Por fin estuvimos junto al sagrario, a pocos metros de la Virgen, gozosos los tres y de rodillas.
Cumplimos con la manda; aquí estamos frente a Ti. - reverentes le dijimos.- y que nos ayudara a lograr el triunfo - con cara pedigüeña le rogamos - que no queríamos una goleada, que con un solo gol de diferencia nos bastaba.
Nuestra súplica la dimos por concedida y no deseando quitarle más tiempo, empujados por la muchedumbre, cansados y transpirados, abandonamos el Santuario.
Luego, buscando un lugar donde descansar, alejándonos de la multitud, nos fuimos atrás de la Iglesia y apoyando nuestras apaleadas espaldas nos acomodamos contra el muro.
Gracias (por culpa del) al Sapo, apodo que se lo tiene bien merecido, que se encaramó sigiloso hasta la ventana y descubrió que era la Sacristía; después que nos alertó y nos pusimos de pie, el mismo Sapo se agenció unos pallet y a modo de escalera trepamos hasta el resquicio de la ventanilla. Vimos cómo reunían las monedas esparciéndolas sobre unos amplios tableros de madera y los billetes encima de unas atiborradas mesas. Había un par de afanosos curas que vistiendo sus hábitos negros, oficiaban de tesoreros y entusiastas trabajaban enlulando las monedas y enfardando los billetes.
El Eme se ofreció para comprar unos sándwich; él mismo tuvo la idea de gastar la plata del pasaje negociando unas cervezas, - Total dijo, Dios proveerá.- Por eso le decimos el Eme, nunca anda en Frecuencia, siempre anda volado, pero qué lindo Modula y qué claro que habla.
Sería por la cerveza que nos envalentonamos; sería por la cerveza que les perdimos el miedo a la sacristía, a los curas y a la Virgen; pero de repente, sin casi darnos cuenta, estábamos dentro de la sala, traspasando la amazacotuda puerta que desde el patio daba a la sacristía. El Sapo, ágil como es, de un par de saltos y dos tunazos adormeció al par de curas que inconscientes y tirados boca abajo, quedaron como manchas negras sobre el parquet. Con el Eme, a toda prisa, embolsamos todos los billetes que pillamos; pero el Sapo, de puro zampabollos, rellenó con monedas y a concho las dos mochilas, que él, al levantarlas calculó como un millón.
De salida, con el gentío, pasamos inadvertidos. - Pasamos piolas, resollante dijo el Sapo, cargando los macutos repletos de monedas.- El problema era escapar de la zona, considerando que el tránsito en la carretera estaría detenido por al menos un par de horas. - Enfilemos a Valparaíso, recomendó el Eme. El Sapo, con los hombros y los brazos acalambrados, asintió gustoso pensando en vacaciones.
Un monaguillo, que interrogado por la ley dijo haber visto a tres hombres jóvenes de melena larga y con la camiseta de nuestro club sentados atrás de la sacristía, alumbró a los uniformados y antes de dos horas, sin haber tenido tiempo siquiera para contar el botín, estábamos esposados en un furgón, camino a la comisaría...
El domingo, en el patio, estábamos los tres y junto a otros fanáticos futboleros escuchamos el partido.
¡ No nos podía fallar! Gritamos eufóricos, ¡ No nos podía fallar!..
Cuando, faltando menos de dos minutos para el término del cotejo, después de haber tenido un ciento de oportunidades, el centro delantero, por fin, lo había conseguido. El relator, vehemente, después de un comercial de cerveza, dijo emocionado que fue un hermoso gol de cabeza, que sostenido en el regazo de un ángel y como milagro, voló por los aires a encontrarse con la esférica, que el frentazo fue impecable y el gol una verdadera obra de arte.
Nosotros, los tres, con la alegría de haber ganado ese domingo el campeonato, nos miramos satisfechos, sabiendo que éramos, en parte, los artífices del milagro.
En el patio de la cárcel, descubrimos orgullosos que la peregrinación sí valió la pena y el futuro que nos esperaba, no era más... Que cosas del fútbol..."

Nuncio Cabbada

Texto agregado el 23-11-2008, y leído por 321 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
23-11-2008 Genial cuento y narrado en forma magistral. La idea muy original y quien como yo, ha conocido Lo Vazquez, aunque ya hace mas de 40 años, verá que nada ha cambiado. El tierral, los monaguillos y los curas contando la plata. Felicitaciones ***** zumm
23-11-2008 Muy logrado cuento.Redondito, esférico como un balón.Felicitaciones. devenido
 
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