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TRENES y RECUERDOS
¿Cuantos trenes han pasado desde aquel tiempo? Se han desgastado los rieles con el paso perpetuo de cada uno de ellos, se han fatigado los aceros con el movimiento estruendoso de las maquinas y sus carros inmortales, acostados sobre los oleosos durmientes ennegrecidos. Y en su eterna cama de piedras, de hierbas silvestres, tendidos entre bucólicas margaritas y espinos secos, y el paso del tiempo que han aflojado los desvencijados clavos.
El recuerdo sigue inmarchitable en mi memoria, no puedo olvidar... tampoco quiero: Los cobrizos días de otoño rindiéndose a los grises y fríos amaneceres invernales, el aroma húmedo de la niebla escurriéndose por mi nariz, porfiando con la tierra húmeda y su rocío para ganar mis pulmones. Puedo todavía, (A pesar de tanto tiempo) percibir la fragancia del pan recién amasado y me basta cerrar los ojos, solo un minuto... un segundo, y la mantequilla se esparce suavemente sobre la humeante miga, arrancada hace poco del horno de barro,
El grato perfume del café y de la leche, y la garúa sobre nuestros hombros mojándonos apenas.
Los rieles aletargados sobre los maderos durmientes, esperan como nosotros, al ordinario de las Seis treinta.
El ordinario de las seis y treinta, será por lo ignorante o rudo, lo común y corriente ¿Qué le llaman el Ordinario de las seis treinta?
Los trabajadores esperando entumecidos, en esta estación sin andén, en esta parada sin techo, sin abrigo, parada sin tiempo, indiferente y fría... siempre fría. Los hombres con sus bolsos a cuestas... resonantes de viandas.
Con sus desteñidos overoles, siempre con migas de pan al fondo del bolsillo, Será eso lo vulgar y corriente... Será la carga que transportan. ¿Que le llaman el ordinario?
El regreso a las seis cuarenta y cinco, con los hombres cabeceando al ritmo de la maquina. Con el diario en las piernas como cubriéndolas, y dormitando con los párpados cerrados, parece que trajeran colgado martillos y alicates en las pestañas.
El ordinario de las seis cuarenta y cinco, tiene un aroma diferente, a sudor y piel aceitosa, a cabellos polvorosos, a cansancio, tiene olor a trabajo, a pala y a chuzo, olor a textil y caldera, aroma inconfundible el de mis vecinos... y de mis vecinas las obreras encorvadas, inclinadas, con el telar fantasma a cuestas. La Singer pegada a sus hombros. Deformadas las manos. Enceguecidas en el enebro. Costureras anónimas. Cosedoras de los tiempos. Barrenderas de promesas. Cocineras de quimera, de cortas uñas despintadas. Uniformadas mujeres, uniformadas en el tono de su piel, en sus cabellos negros. Uniformadas en sus ojos oscuros y en sus zapatos siempre desgastados.
¿Será por sus manos toscas o por la impertinencia al caminar con esos desgastados zapatos que le llaman el ordinario? pero ¿Qué otro tren podría parar frente a nosotros?
Frente a las bucólicas Margaritas... y a las Hierbas silvestres

Texto agregado el 23-11-2008, y leído por 234 visitantes. (0 votos)


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