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Cuando la muerte se oculta entre las sombras


Las llamas de las velas trataban de sobrevivir con inocencia a la oscuridad de aquella noche. Solo a través de la tenue claridad se lograba distinguir el rostro de una mujer que naufragaba entre el miedo y la zozobra.

Completaba ya dos horas desde que su hijo, de un año, había sucumbido a una intensa fiebre que no disminuía a pesar de los remedios que le había suministrado. Hojas de matarratón en los pies, cataplasmas de papa rayada en el estomago y toallas húmedas en la frente fueron aplicadas en vano, porque el ardor febril se arraigaba como serpiente sobre su débil cuerpo.

Ella estaba sola. Sola en una casa pequeña ubicada en lo alto de la montaña, lejos de la presencia de cualquier alma mortal que pudiera socorrerla. Así que en una actitud valiente pero arriesgada decidió recorrer las dos horas de camino que la separaban del hospital. Alistó sin demoras una canasta de iraca y coloco en ella a su hijo; tomo la única lámpara de petróleo que había en su casa y se dispuso a bajar en una carrera desenfrenada la empinada montaña. Para entonces el silencio había adquirido una existencia sobrenatural permitiendo solo escuchar a lo lejos el canto unísono de los grillos, y el cielo eterno amenazaba en desprenderse con furor sobre la serranía.

Mientras caminaba los recuerdos le llegaron como flechas a su mente. Evoco su matrimonio feliz, la muerte de su esposo dos años después, el nacimiento de su hijo y las vicisitudes que había tenido que afrontar para subsistir. Por eso su aflicción no solo correspondía al dolor de una madre sino también al resentimiento de una mujer hacia la vida y destino.

El aire se hacia denso y el frió empezaba a sentirse como cuchillos en la piel. Apresuro su marcha. Tenia que descender a través de la rigurosidad del terreno hasta llegar al rió, estando allí le faltarían cuarenta y cinco minutos de camino para arribar al hospital. Sintió que la seguían. Miro hacia atrás pero no vio a nadie. Todo a su alrededor se anegaba en una calma absoluta. Pero de repente una ráfaga de viento la golpeo desde atrás empujándola hacia el suelo. Solo tuvo el tiempo suficiente para proteger a su hijo; la lámpara, en cambio, yacía en el suelo y su fuego se extinguía con lentitud como se extinguía la vida del niño.

Corrió esta vez con desesperación entre la penumbra de la noche. De vez en cuando un relámpago lejano le iluminaba el camino. Su hijo ya no lloraba, las únicas lágrimas que existían ahora eran las de sus ojos. Ojos que navegaban sin consuelo en el mar de la impotencia. Como pudo llego a la ribera. La lluvia comenzaba a caer con fuerza así que se resguardo bajo la espesura de un árbol. ¿Cuánto tiempo había transcurrido? no lo sabía. El tiempo se había disipado en medio de las sombras del paisaje. Miró a su hijo. La fiebre había desaparecido y con ella la vivacidad de su rostro. Pálido, enjuto, lánguido parecía dormir entre las sabanas de la canasta. Lo abrazo y lo beso con las pocas fuerzas que le quedaban; sabía que ya no volvería a sentir el latido juguetón de su corazón ni ver la sonrisa inocente de sus labios. Había muerto. Como morían las gotas de lluvia al caer en la tierra.

Trémula y sin fuerzas la mujer enterró el cuerpo inerte de su hijo, junto al árbol, en aquel suelo húmedo y con la lentitud necesaria para postergar una separación indeseable, luego subió la montaña pero esta vez sola. Como un fantasma peregrino. Al llegar a su casa se echó sobre su camastro de metal oxidado y comenzó a llorar con amargura e ímpetu; deseando que en cada una de sus lágrimas se diluyera su existencia.

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Con el paso de las horas la borrasca empezó a disminuir gradualmente. Poco a poco le fue cediendo lugar,en el firmamento, a un crepúsculo diáfano que permitía distinguir el panorama desolador dejado por la tormenta, árboles arrancados desde la raíz, grande rocas resquebrajadas por los rayos y a lo lejos una cruz de madera, bajo un árbol frondoso que extendía sus ramas intactas como alas hacia el horizonte.


Texto agregado el 23-11-2008, y leído por 89 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
09-12-2008 Me emociona el Don que tienes para escribir. Es realmente sublime desplazarse entre tus letras, casi no noté que leía, sentía que me acompañaba impotente el dolor de esta mujer. 5* Susana compromiso
 
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