El teléfono sonó a las 7:48 pm. Despertó de su siesta, revisó el mensaje de texto y salió de su departamento recogiendo de paso su mochila. Entró en el metro, cambió de línea un par de veces, y salió en la estación del estadio. Rápidamente recogió su boleto en la taquilla y empezó a subir hacia la parte más alta del graderío. Su asiento era a la izquierda, pero siguió caminando hasta toparse con una puerta que decía “Sólo personal autorizado”. Entró sin que nadie lo notara y subió unas escaleras estrechas que lo llevaron justo debajo de las luces del estadio. Abrió su mochila lentamente y armó su rifle casi con un cuidado religioso. Estuvo listo y en posición a las 8:56 pm. El árbitro marcó penal a los diecinueve minutos, pero justo antes de que pitara el tiro, se desplomó y quedó desparramado en el pasto, víctima de un balazo en la cabeza.