Soledad y guitarra

Sólo una hoja vi caer en toda la tarde. El sol ya declina, vierte sus rayos, sobre las aguas quietas del río. Y sobre él, todo el esplendor del ocaso. Mientras medito bajo un ceibo en flor a la orilla del río. Asoman entre sus ramas sonidos que me alejan de una sensación de vació. Por momentos lo logro, pero vuelven a mí. Rodeado por un mundo minúsculo. Dónde las claras mañanas de mi niñez se refleja en este rostro, deslumbrándolo, y sin esfuerzo se despegan tenues sonrisas y es allí donde, se funden todos los recuerdos; junto a un bullir de vidas, las que transité. Pero cada cosa parecía consumirse en si misma. Y un Colibrí que se posa casi encima de mi cabeza suspendido, intentando tomar el preciado néctar, sobre la base de esa flor. Que casi toco con la punta de los dedos. Y se va... ¿Vaya a saber dónde? Miro a mí alrededor y pienso... Estoy con mi guitarra y esta soledad, que no es tal. A mí me gusta. Lejos del bullicio de los colectivos y del tumulto de la gente. Intento sacar un acorde coherente de unas cuerdas tensadas como mi vida, a punto de deshilacharse en cualquier instante.
Pero la vida debe continuar, a pesar que se vislumbren cosas que no nos gusten. De eso se trata, tomar los desafíos y sortear los obstáculos como una carrera. Que no se gana, a lo sumo se llega.
Y a veces me pregunto para que sirve la música, llenas de palabras que solo algunos identifican, pero lo veo como un desahogo individual, que para muchos tienen el beneficio, de la confesión inaudita. Desde este cuerpo vivido con cuerdas los vocablos del saber existencial, se corporizan en imágenes que identifico y me voy tras el crepúsculo, en busca de mis prioridades, tal vez sean las tuyas, también.