Resultó que el color avellana ya no era lo que me gustaba, había que pensar en sabores - olores - deleites - más - agraciados - para esta idea.
Utilizé el color verde bandera en todo el explendor de mi cámara web, o mejor dicho, sólo lo usé en mi blusa que ocupaba cierto espacio: el espacio visual.
No sé entonces cómo se le ocurrió meterse en ese momento, en ese preciso instante de ocio absoluto en el que cualquier cosa se nos puede ocurrir y puede llegar a ser peligroso.
Peligroso porque no sabe uno de lo que somos capaces, y porque luego uno anda diciendo que "ése" no era uno, sino otro.
Ahora ya es muy tarde para saber que siempre somos otros, sobre todo cuando estamos con alguien más que nos pone a prueba.
Ya tenía tiempo de conocerlo, es decir, de conocerlo por sus letras, por sus inventos. No había nada que me hiciera creer que ya lo conocía si no eran sus exageraciones o sus modos de reflejar ideas y silencios. Pero vamos, él no sabía de mí nada, puros tormentos, escritos a medias o toronjas en los pantalones, nada por lo que me dijera "ven".
Aunque mi plan verde bandera no era ése directamente: La verdad fue que no me lo esperaba en ese momento, sencillamente ese día dejé la avellana y coincidió con el riiing.
Cuando entró a la ventanita virtual de mi cámara, no me quedó más que saludarlo:
-¿Qué haces?
-Nada.
-...
-Cómo te va.

Cosas de ese tipo.
Pero el asunto fue que era demasiado aburrido para ser verdad: Por favor, cerebro, ¡está ahí!, ¡qué más quieres!
Ocio por favor: Me quité el verde bandera y entonces fue cuando cambió la conversación.