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Inicio / Cuenteros Locales / JoseMarianoMontesco / Corto como un relámpago (algunas palabras más sobre ella)

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Después de la avalancha solo le quedaba morir. Al menos eso pensó. El alud fue tan sorpresivo que, confiado como siempre fue, lo encontró dibujando nubes en el cielo azul. No tuvo tiempo mientras paseaba por el camino amarillo, de pensar qué pasaría si…
Ahora, algo resignado retomó su pesar y vistió de ermitaño de nuevo. Un día, poco después del amanecer, buscó las nubes otra vez. Y las encontró muy cerca del suelo cubriendo las faldas de la montaña humeante; se confundían con el cielo en el horizonte de manera que el volcán parecía flotar en el firmamento. Volvió a la vieja casona amarilla. De grandes balcones y ventanales, la luz natural se sentía en ocasiones como el cálido abrazo de la que se fue.
La que se fue se fue porque tenía que irse. Eso decía al menos su carta póstuma. Al parecer ella sabía que su momento sería como un relámpago. Qué mejor metáfora: ella vino e iluminó su cielo nublado por un instante. Después: el estruendo. Luego, desapareció.
“Un par de segundos” pensó de pronto. Pero qué son dos segundos en el tiempo. Qué son en este lugar donde el tiempo permanece quieto. En tu cuarto donde solo tú existes- la moda pasajera me toma de la mano y la conduce por el papel.
Aunque el tiempo se detuviera en este exacto donde su luz fuera más brillante que la que entraba por los ventanales del viejo caserón, él sabía que pronto volvería. Feroz, Cronos le cobraría la deuda avejentándolo de golpe. Las paredes deterioradas por la humedad se harían gruesas acrecentando su encierro. El jardín tornado selva le cubriría de pronto los balcones privándole de luz; oscureciéndole las mañanas. Y el mañana.
El mañana que siempre llegaba sin prisa y que hoy era el escombro. El pasado que regresaba con fuerza. El pasado se hacía lo venidero.
Y al fin, después de tanto tiempo, llegó el día. Él corrió escaleras abajo a estrecharla y a buscar su luz- más brillante que aquella que entraba por los ventanales, pero ya les había dicho eso ¿no?- Se detuvo a unos pasos de ella. Su semblante decía todo: que se iba; que escribía una nota, que él leería hasta muchos años después, en la que decía que se iba porque tenía que irse; que ya era tiempo aunque el tiempo no importara aquí. Que su momento tendría que ser corto como un relámpago y que tal vez ese no era su momento; que envejecería sólo en su casona amarilla y que el sobre en el que metía su nota póstuma sería determinante en su porvenir, que era más bien el pasado.

Texto agregado el 15-10-2008, y leído por 163 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
17-10-2008 No importa el tiempo. El tiempo hay que vivirlo: unas veces con tanta intensidad como en tu cuento y otras con la serenidad de un amanecer. No te olvido.Gracia. meyergs
 
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