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La desesperación a muchos lo lleva a la locura. Alberto tenía una familia tipo: dos hijos y una esposa. Para mantenerla sólo contaban con el sueldo de su mujer que era muy poco para llevar la casa adelante. Alberto hacía ya más de cuatro meses que lo habían echado del frigorífico por reducción de personal.
La situación era insostenible. Un egresado de la facultad de ciencias económicas sin trabajo como tantos otros ingenieros, abogados, arquitectos, licenciados, médicos. El país estaba en llamas.
Era muy difícil conseguir un trabajo. Sobretodo digno. Las pocas posibilidades que había en el mercado sólo alcanzaban para algunos profesionales. Los currículums eran interminables. Empresas de todo tipo. Para puestos que iban de administrativo a gerente. De cadete a vendedor. De contador a barrendero. El correo ya era un costo interminable. Cada carta era una fortuna enviarla. Por eso, Alberto comenzó a utilizar su vieja y lenta PC para agilizar los envíos de solicitudes por e-mail. Los mensajes salían pero las respuestas no volvían. Iban y no llegaban. Hasta aquel día en que su computador le informo: “Usted tiene (1) un mensaje nuevo”


Juan Pablo, un estudiante recién recibido en Marketing, tenía la ilusión que apenas egresado iba a conseguir trabajo enseguida. Él pensaba que con un título debajo del brazo iba a tener más oportunidades que cualquier otra persona. Los novatos eran baratos para las empresas por su muy poca experiencia previa les jugaba en contra. Así que encontrar un trabajo que tuviera que ver con su perfil era verdaderamente una utopía.
La madre de Juan Pablo estaba cansada de mantenerlo a los veintisiete años de edad. Para ella, él tenía ya los suficientes años como para mantenerse solo. Pero era una maldad si lo dejaba en la calle ahora. Tuvo que seguir bancandolo.
Juan Pablo empapeló de curriculums todas las agencias publicitarias de la ciudad. Visitó de la más grande a la más pequeña empresa del centro de la capital. Y el e-mail era su herramienta más rápida y sencilla para enviar correos.
Esa misma tarde le llegaron dos respuestas a su computadora en la cual una de ellas era para una pasantía (sin cobrar un centavo) y la otra para una suplencia con un contrato de tres meses sin posibilidad de renovarlo. Sin trabajo a la vista decidió optar por la segunda opción, pero justo, cuando iba a desconectarse, su e-mail le informó: “Usted tiene (1) un mensaje nuevo”.

Una empresa de construcción decidió ampliar su plantilla de empleados y había un puesto para dos personas entrevistadas esa misma tarde. Las dos masculinas. Una de ellas, un señor de aproximadamente cuarenta años, padre de familia y licenciado en ciencias económicas, llamado Alberto. Otro, un joven emprendedor con ambiciones importantes de crecimiento, con tan solo veintisiete años, llamado Juan Pablo.
Ambos se presentaron a la misma hora en el mismo lugar geográfico a esperar sus respectivas entrevistas. El lugar no era la empresa en sí. La gerencia quería que hasta último momento no se supiera cuál era el nombre de la empresa en donde trabajaría alguno de los dos postulantes. El punto de reunión era una oficina de dos ambientes a las afueras del centro de la ciudad.
Alberto llegó primero, era de esas personas que estaban diez minutos antes en cualquier cita. Juan Pablo llegó a horario. Ambos pasaron a una habitación y se presentaron entre sí. Charlaron a qué se dedicaban, y en dónde trabajaron antes. Amables sabían muy bien que en pocos minutos serían los más acérrimos contrincantes.
Al rato llegó de la habitación contigua un señor de mediana edad llamado Pedro Damone. Peinado a la gomina, camisa a rayas blancas y azules y traje gris topo. Se presentó argumentando ser el gerente de personal de una empresa de construcción que se reservaría hasta último momento su nombre por seguridad de la institución solicitante.
Comentó a sus entrevistados que el puesto era para una subgerencia en el departamento comercial. Se habían estudiado, por lo menos, veinte curriculums de los cuales sólo dos habían sido seleccionados. Era la primera vez en muchos años que Juan Pablo y Alberto se sentían orgullosos de tener un título universitario que los respaldara en una actividad laboral.
Pedro Damone se limitó a contarles detalles acerca de la empresa. Pero argumentó que la institución era una de las más prestigiosas en el rubro de la construcción y que su expansión era inmediata. El puesto por el cual competían era importante y poderoso dentro de la empresa, y su sueldo oscilaba los $5.000,- mensures.
Ambos al escuchar la cifra abrieron los ojos como asombrados. Nunca antes habían cobrado esa cantidad de dinero por mes. Era el puesto que cualquier empleado no desperdiciaría nunca.
Pedro Damone se ofreció amable ante sus entrevistados. Invitó a Alberto a presentarse y a mostrar sus galardones. Alberto lo hizo con cordura y respeto, resaltando sus puestos anteriores y dándole fuerza a su experiencia en el medio. En cambio, Juan Pablo se mostró al principio muy inseguro, pero la calidez del gerente de personal hizo que se desenvolviera rápidamente y utilizó sus argumentos y términos marketineros, propios de un recién egresado, para deslumbrar al superior. Había que elegir entre “Experiencia VS. Juventud”.
El gerente los escuchó con mucho respeto y pidió permiso para levantarse y dirigirse a la habitación contigua.
Juan Pablo y Alberto quedaron solos por un momento. Ni se miraban. Cada uno estaba en la suya. Pensaban seguramente quién estaba en la habitación de al lado. ¿Sería el presidente? ¿Un grupo de psicólogos analizándolos? Quién podría saberlo. El puesto era muy bueno como para pensar ahora.
Al no volver el señor Pedro Damone, Alberto se sitió incómodo y quiso romper el hielo.
- Buen laburo, ¿no?
- Sí. – Se remitió a contestar con un monosílabo.
Otro silencio de diez segundos inundó el cuarto de cuatro por cuatro.
- Lástima que el puesto no es doble. Tenés un muy buen currículo. – Dijo Alberto
- Gracias. – Respondió Juan Pablo, siendo esta vez un poco más amable. Luego continuó. – Usted también. Veo que tiene mucha experiencia en ventas.
- No demasiada. Pero me defiendo.
- Qué raro que no nos entrevistaron en la empresa y nos mandaron a un departamento de última categoría. – Preguntó Juan Pablo.
- Últimamente tuve la oportunidad de asistir a muchas entrevistas y la mayoría de las empresas te citan fuera de las instituciones para que no conozcas su entorno. De esta manera, si no te toman no estas atosigándolos de correos y llamados para ver si te dan o no otra oportunidad.
- Ah. Ahora me quedo más tranquilo.
Quedaron otro rato en silencio, con la obligación de ver quién de los dos retomaba la charla. Pero el gerente de personal ingresó a la habitación principal y extendió sobre la mesa redonda dos cafés para sus entrevistados.
- Cortesía de la empresa. – Argumentó.
Ambos aceptaron el café y se pusieron a llenar dos planillas que Damone les había acercado.
- Por favor llénenlas con sus datos. Estuve hablando por teléfono con el presidente de la empresa y me dijo que quiere conocerlos en persona. Cabe la posibilidad de que uno de los dos ocupe el puesto de subgerente y el otro de supervisor. Pero nada esta dicho.
Damone se levantó de su silla y se dirigió nuevamente a la habitación de al lado. Antes de ingresar les dijo:
- Completen todo por favor. Ah, y no se olviden de tomar el café. Es colombiano.
Ambos lo hicieron con agrado y felicidad por haber encontrado por fin un trabajo.
A los cinco minutos, Pedro Damone salió de la habitación contigua y encontró verdaderamente lo que buscaba. Albero y Juan Pablo estaban totalmente dormidos sobre sus sillas y con el posillo de café totalmente vació sobre la mesa. Una tenue sonrisa inundó su cara.



Alberto despertó con un dolor incesante de cabeza. Estaba sentado en el inodoro de un baño público. Vestido de traje se levantó, abrió la puerta del baño y se acercó al lavabo. No podía creer lo que había pasado. Lo habían engañado de lo lindo. Se lavó la cara con abundante agua y buscó la manera de secarse pero no había papel. Tomó el pañuelo del bolsillo derecho del saco y encontrón un papel blanco doblado al medio. Al abrirlo vio que había una nota que decía: “si quiere saber qué es lo que pasó acérquese a su casilla de mail y descúbralo”. Alberto salió corriendo del baño y se dio cuenta de que estaba en una terminal de trenes.



Juan Pablo cayó se su asiento donde estaba recostado. Intentó reaccionar al instante y se dio cuenta que estaba sobre un asiento de colectivo viejo, en un deposito de chatarra. Al levantarse vomitó bilis. No entendía nada. Tampoco sabía qué había pasado realmente. Se dio cuenta cuando en el bolsillo derecho de su saco encontró un papel que decía: “si quiere saber qué es lo que pasó acérquese a su casilla de mail y descúbralo”. Juan Pablo cruzó el alambrado roto y fue directamente al locutorio más cercano.
Entró corriendo y pidió una máquina. Ingreso en su correo electrónico y una señal titilaba: Usted tiene 1 (un) mensaje nuevo. El mail era de Damone y éste decía: “La desesperación puede más que la razón. El veneno ya está en tus venas. Por favor levanta el puño de tu camisa y fíjate...” Lo hizo enseguida y notó que algo habían pinchado en sus venas. Volvió al mail y siguió leyendo. “... Tengo la solución a tus problemas...” Leyó también la intersección de dos calles donde debía estar en menos de quince minutos a encontrarse con alguien. Antes de cerrar el mensaje terminó de leer lo último “... Ah, te queda poco tiempo.” Bajó la barra de texto de la derecha de la computadora y había un reloj que marcaba un horario diciendo: “te quedan: 1´:12´´:17´´´ de vida”


Alberto leyó el mismo mensaje y a él también la habían inyectado algo en su brazo derecho. Preocupado cerró el mensaje, pagó al cajero y salió corriendo del cyber café. Paró un taxi y le indicó la esquina en donde lo habían citado.
Llegó a horario y encontró en el mismo lugar a Juan Pablo. Estaba con una crisis nerviosa que lo afectaba. Alberto se acercó y lo tomó del brazo diciéndole:
- ¿A vos te paso lo mismo?
Al darse vuelta Juan Pablo lo agarró de la solapa del saco y lo tiró contra la pared.
- Decime ya qué me hiciste, hijo de puta.
Se lo sacó de encima de un empujón y le respondió:
- Escuchame una cosa pendejo de mierda. No te das cuenta que nos tendieron una trampa. – Alberto estiró el brazo y le mostró la pinchadura de aguja que tenía marcada.
Juan Pablo bajó los zumos y pidió disculpas. Alberto tomó la palabra.
- Este hijo de puta de Damone quiere algo y nuestras vidas están en sus manos. ¿Leíste el reloj que marca el tiempo de vida que nos queda?
Juan Pablo asintió con la cabeza y se tomó de los pelos. De repente un niño se acercó a Alberto y le dijo:
- Señor, ¿tiene una moneda?
- No pibe. No tengo nada.
- Pero yo sí tengo algo para usted, señor. – Alberto al principio no lo escuchó pero luego se agacho hacia el muchacho.
- Qué tenés para mí.
El niño estiró la mano y le entregó un papel doblado al medio.
- Quién te dio esto, pibe.
El niño se dio media vuelta y comenzó a correr. Juan Pablo lo siguió corriendo entre la gente, mientras que Alberto se quedó leyendo el papel.
A los pocos segundos Juan Pablo se arrimó ofuscado.
- Desapareció el hijo de puta. Se lo tragó la tierra. ¿Qué dice el papel?
- Nada. Hay que ir al locutorio.
Ambos cruzaron la calle, ingresaron al local, pidieron una máquina cada uno e se metieron en su casilla. Al abrirla el e-mail anunciaba: “Usted tiene (1) un mensaje nuevo”.
En cada uno de los mails decía tal cual lo mismo y ambos estaban enviados por Damone: “Para recuperar su vida yo tengo el antídoto. Depende de ustedes el precio que paguen. Por eso quiero que hagan un trabajito por mí. Dentro de tres minutos un hombre vestido con un piloto verde saldrá del edificio de al lado del locutorio donde ustedes están ahora. Se darán cuenta que es la persona que les digo, porque tiene una marca dibujada con tiza en la espalda. Quiero que roben su portafolio. Allí encontraran su ayuda. Allí encontraran su remedio. Para escaparse tiene una moto en la esquina. Las llaves la tiene el cajero del local lo cual tiene un sobre para Juan Pablo. Tómenlas y escapen. ¿Vieron lo bueno que soy? No pierdan tiempo el reloj los come.” Bajaron la vista y notaron que sólo quedaban 58 minutos.
- El tipo que sale de al lado tiene el antídoto. Estamos salvados. – Dijo Juan Pablo.
- Tengo mis dudas. Todo parece muy simple. ¿Sabés manejar motos?
- Sí. Algo.
- Bueno. Pedí las llaves y esperame con la moto en marcha.
Se acercaron al cajero de local y le pidieron el sobre para Juan Pablo. Éste se los entregó de mala gana. Le pagaron y le preguntaron.
- ¿Sabe quién le dio este sobre?
El cajero lo miro enojado y le dijo:
- Ya bastante que hago de cartero.
Alberto quiso seguir preguntándole pero el tiempo corría y el hombre de verde saldría en cualquier momento. Había que apurarse.
Juan Pablo fue hacia la moto, la encendió mientras que Alberto estaba apoyado sobre la pared en la puerta del edificio. De repente el hombre de verde sale del edificio, pasa frente a Alberto y enfila hacia la esquina. Alberto lo sigue detrás e intenta arrebatarle el portafolio, éste se resiste. El interesado golpea dos veces con su puño derecho en el rostro del hombre mayor, logra quedarse con el portafolio y sube a la moto. Ésta arranca estrepitosamente sobre la calle principal y la gente grita indignada. Entre los autos se escapan. Al alejarse del escenario del delito, Juan Pablo le dice a Alberto:
- Abrilo ya.
Alberto destraba las dos presillas del portafolio, lo abre como puede, y lo vuelve a cerrar al instante.
- ¿Y? ¿Está el antídoto? – Preguntó desesperado. - Ahora paro y lo tomamos enseguida.
- Imposible Juan Pablo.
- Por qué. Qué hay.
- Cien mil dólares, Juan Pablo. Cien mil dólares.
La moto clavó sus ruedas en el asfalto.



No lo podían creer. El antídoto no estaba en esa valija. En su lugar cien mil dólares decían presente a muchas oportunidades. Se sentaron en un banco de plaza y se pusieron a pensar rápido porque el tiempo seguía corriendo. La disyuntiva era qué hacían con tanta plata. ¿Nos la quedamos? Preguntó uno de ellos. Pero dentro del portafolio también había una nota. Ésta decía: “Levanten un nuevo e-mail. Muchachos.”
Caminaron dos cuadras hasta encontrar un cyber lleno de chicos. Había una sola máquina y ambos usaron el correo de Alberto. Al abrirlo les informaba: “Usted tiene 1 (un) mensaje nuevo.” El mensaje era claro y sencillo: “Ustedes tienen lo que yo necesito. Y yo tengo lo que ustedes quieren. Para salvar sus vidas le pido que se acerquen a la facultad que está en construcción cerca de la costanera. En el tercer piso, marcado con una cruz roja encontrarán lo que tanto añoran. A cambio dejen el portafolio en el mismo lugar y podrán seguir viviendo”. La hora indicada marcaba que faltaba un poco menos que media hora.
- Tenemos poco tiempo - dijo Alberto mientras se levantaba de su silla.
Juan Pablo lo tomó de la mano y le dijo.
- ¿Cómo sabemos que nos inyectó un veneno? Quizá nos esta probando. Quizá quiere que le llevemos la plata solamente. ¿Y si esto es todo psicológico?
- Mirá. No sé vos, pero ya antes de que nos encontremos no paré de vomitar en el cordón de la vereda.
- Yo también. A mi me pasó lo mismo.
- Entonces. Apuremos el trámite. Entreguemos la plata y salvemos nuestras vidas. El quiere el dinero. Nada más.
- Pero pensá, Alberto. Qué pasa si tomamos el antídoto y nos quedamos con el dinero. ¿Te vienen mal 50 lucas verdes?
- Me vienen de maravilla. Pero mejor me sirve mi vida. Mis hijos. Mi familia.
- Ya lo sé. Pero si nos quedamos con las dos cosas mejor. Y para eso necesitamos un arma. Conozco aquí cerca, de paso por la facultad abandonada, a un tipo que por U$S 200.- nos da una linda pistola. Dólares no nos faltan.
- No sé. No sé si estamos haciendo las cosas bien – dijo Alberto.
Juan Pablo encendió la moto y ambos subieron a la misma.
De paso visitaron una humilde casa de barrio para comprar el arma. Alberto le aclaró que esta relación terminaba una vez que se deshacían del asunto. Juan Pablo le quiso dar el arma y éste no aceptó en agarrarla. Enojado el joven le dijo.
- Ah. Lo único que faltaba yo soy el asesino acá y nos llevamos la misma guita. Donde se has visto.
- Después vemos, Juan Pablo. Lleguemos lo antes posible. No me siento bien.
Arrancaron nuevamente la moto y se dirigieron a la facultad.



Al llegar a la facultad el edificio estaba totalmente abandonado, por su estado y porque no había una sola persona. Subieron al tercer piso casi sin aire. Juan Pablo llevaba la pistola debajo del saco, en la cintura. Vigilaba todo. Sabía que Damone estaba cerca. Que los estaba observando sin lugar a dudas. Alberto corrió unos escombros y encontró la cruz pintada de rojo sobre una columna. Apoyada en la misma había una cajita azul, como la de una cartuchera de lapicera. Alberto la abrió y encontró un solo tubo de antídoto. Juan Pablo se acercó. En la caja había una pequeña nota que decía: “Lamentablemente me alcanzó para uno solo. Dejen la valija y que quede el mejor”. Al terminar de leer la nota en voz alta, Alberto sintió el frío caño de la pistola en su sien.
- Dame esa caja, ya.
- Pero... Juan Pablo. Si tomamos mitad cada uno nos salvamos los dos. No cometas locuras.
- Te dije algo. Dame esa caja ya. Con un tirito arreglo todo.
Le entregó la caja despacio con la mano izquierda pero con la derecha intentó forcejear con la pistola. Juan Pablo lo empujó para atrás y le apuntó nuevamente, pero esta vez gatilló. Dos balazos dieron en el abdomen. Alberto estaba inconsciente. El joven apuntó a la cabeza, quiso disparar pero no lo hizo.
- Total. En diez minutos te morís.- Le dijo
Miró para todos lados. Tomó el antídoto desesperadamente. Agarró el portafolio que estaba justo al lado de la columna y con la pistola en mano descendió por las escaleras rápidamente. El primer piso lo hizo de un suspiro, pero poco a poco iba perdiendo fuerzas y comenzó a marearse. Le dieron arcadas y ganas de vomitar. “Esto será que el antídoto esta haciendo efecto”, se dijo como para convencerse. Empezó a bajar lentamente las escaleras que le quedaban. Pero cuando estaba por llegar a la última de ellas, en la base de la misma, se encontró con Pedro Damone. Al verlo apuntó su pistola y disparó. El tiro fue a parar a cualquier lado. En ese monumento veía seis Damonre distintos. El mareo era intenso.
- Veo Juan Pablo, que sus intenciones son otras. Eso me pertenece.- señalo Damone el portafolio.
- Ya tomé el antídoto, señor... gerente. Y tengo en manos una pistola con tres balas que llevan su nombre. Le juro que U$S 100.000.- dólares me vienen de maravilla. – Comenzó a bajar las escaleras tambaleándose.
Damone observó el reloj de pulsera de oro que llevaba en su muñeca izquierda y le dijo.
- ¿Antídoto? ¿Antídoto dijo? No señor le quedan segundos de vida. Nunca les inyecté nada venenoso. Sólo una droga que produce nauseas. Lo que usted acaba de tomar se llama cianuro.
Al escuchar su última palabra Juan Pablo apuntó muy cerca de la cabeza de Damone pero ya no tenía fuerzas para apretar el gatillo. Cayó rodando por la escalera. Damore tomó el portafolio, sacó su celular del bolsillo y marcó un número.
- ¿Policía? En la facultad abandonada hay dos cuerpos.
Colgó el teléfono y se fue.



La habitación 203 del hospital central estaba sin visitas esa tarde. Alberto había abierto los ojos por primera vez después de quince días inconsciente. La enfermera ingresó y contenta le dijo.
- Es increíble que este vivo. Cuando venga su mujer no lo va a creer.
- Cómo me trajeron aquí.
- Un buen hombre avisó y la ambulancia lo rescató. Seguramente la policía venga mañana a primera hora a hablar con usted. Había otro hombre muerto.
- ¿Cómo me sacaron el veneno? ¿Me dieron el antídoto ustedes?
- Qué antídoto. Qué veneno. Usted vino con dos balazos en el pecho. Lo salvaron de milagro.
Alberto no podía creer lo que había pasado. Seguramente el muerto era Juan Pablo o Damone.
La enfermera que había salido un momento volvió a entrar con un ramo de flores.
- Hoy a la mañana un tal señor Damone le dejó estas flores con un sobre.
A Alberto se le erizó la piel. Por poco casi le ponen de nuevo el respirador artificial. Tenía miedo en abrir el sobre. Pero al fin se animó. Dentro del el mismo había un papel que decía: por favor entre a su e-mail.
Otra vez la misma historia. A Alberto lo tentó la duda y se levantó de su cama. Tomó el suero con sus manos y salió de la habitación. La enfermera lo freno con un ¿A dónde va? Él trató de convencerla que le diera sólo cinco minutos y que le prestara su computadora para revisar su e-mail.
- Usted esta loco. – le dijo.
Con una sonrisa Alberto le dijo todo.
– Le doy cinco minutos.- Replicó la enfermera
Alberto ingresó a su casilla y la computadora le indicó: Usted tiene (1) un mensaje nuevo. Era de Damone. Lo abrió sin miedo a nada. El mismo decía: “Felicitaciones, Alberto. La razón pudo más que la codicia. Su amigo: la ambición. Ha muerto. Y usted la lógica, hoy vive. Por eso quiero premiarlo. En su cuenta hay U$S 50.000.-. Úselos. Espero contactarme nuevamente con usted. Podemos hacer grandes negocios juntos.”
Alberto se quedó mirando por un rato largo la pantalla. No podía creer lo que acababa de leer. Quiso cerrar el correo y la computadora le avisó nuevamente: “usted tiene (1) un mensaje nuevo.” Alberto apagó la CPU, se levanto y echó a reír.


Texto agregado el 15-10-2008, y leído por 170 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
22-12-2008 Buenísima historia, muy bien narrada. Terminé con los pelos en punta jaja marimar
22-10-2008 Todo un descubrimiento, me ha encantado el cuento. Muy bien plantado. Saludos. nomecreona
17-10-2008 Historia original, buen desarrollo manteniendo la atencion del lector. Te desafio para reveer el final para que este acorde en verosimilitud con el argumento. Felicitaciones !!! cuenteratop
17-10-2008 Muy bueno. La verdad que uno acompaña la lectura con una sana impaciencia generada por lo atrapante del argumento. a_v_etcheverry
16-10-2008 Que buena historia. Me enganchó de principio a fin. SUZAKU
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